Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Todo muy extraño, como es normal
Algunas notas, a vuelapluma, tras las elecciones de ayer. Tiempo habrá (a ver si también hay ganas) para profundizar en cuestiones como las transferencias de voto, la dirección del voto nuevo o la forma en que la abstención ha podido afectar a cada partido.
[1] Casi la mitad del electorado potencial, que ascendía a 1.718.318 personas, se ha abstenido: siete puntos más que en 2016. Una parte de esta abstención se explica, seguro, por el miedo a los repuntes de la COVID-19, y es probable que haya afectado especialmente la población de más edad que vota PNV y PSE. Otra, con la decepción del electorado de izquierda no nacionalista, particularmente de edades medias. En todo caso, sobre el telón de fondo de esta enorme abstención, la representatividad de los partidos ganadores sufre un feroz mordisco, que no afecta para nada a su legitimidad formal pero sí debería obligar a un ejercicio de auténtica humildad: el PNV representa a solo el 20 % del total del electorado vasco, y EH Bildu al 14 %. De hecho, con casi 49.000 votos menos que en 2016 el PNV ha obtenido tres escaños más que entonces.
[2] Tenemos un Parlamento de izquierda (EH Bildu, PSE y Elkarrekin Podemos suman 38 escaños, mayoría absoluta) que va a elegir un gobierno cuya promesa es la estabilidad: que todo siga igual para que nada cambie. La ficción del tripartito de izquierdas ha sido desde el principio eso, nada más que una ficción sin otra base que la aritmética. Pero la aritmética y la política no son lo mismo, en muchas ocasiones hasta van en direcciones distintas. Ya estoy escuchando la explicación fácil de esta situación: que, en realidad, el PSE no es un partido de izquierdas. Me parece una explicación perezosa, que nos impide entrar en el fondo de la cuestión: qué significa hoy la etiqueta política de la izquierda y cómo se construye y se organiza ese espacio ideológico, especialmente en sociedades ricas, pero desiguales y con identidad nacional compleja.
EH Bildu está recogiendo parte del voto que en 2015 y 2016 fue a Podemos, pero lo está recibiendo después de que esa fuerza lo hubo digerido. Se trata de un voto que es más de izquierda que abertzale
[3] Elkarrekin Podemos ha obtenido 85.575 votos menos que en 2016. Todo indica que el grueso de esos votos perdidos se ha quedado en casa. Aunque la noche electoral no es el momento para hacer grandes análisis, esta hemorragia electoral no se soluciona con la promesa de cuatro años de ilusión y trabajo duro, como ha hecho su candidata. Parece innegable que la sustitución de la dirección encabezada por Lander Martínez (realizada con los modos en que los leones se hacen con el control de una nueva manada, acabando con la descendencia del antiguo líder) explica en parte el fracaso de una fuerza política que llegó a ganar al PNV incluso en Bilbao. Pero el cainismo con el que resuelven sus disputas internas no es la única ni la fundamental explicación de su debacle. Me remito a lo dicho en el punto anterior.
[4] Tenemos un parlamento abertzale (PNV y EH Bildu suman 53 escaños) que va a impulsar un gobierno transversal PNV-PSE en cuya hoja de ruta la reforma del Estatuto de Gernika va a pasar a un segundo plano, como si de un 'desacuerdo pactado' se tratara. La co-gobernanza, fórmula más o menos vacía acuñada durante la pandemia (José A. Estévez publicó en la revista Mientras tanto un recomendable artículo titulado “Que no te den gobernanza por democracia”), sustituirá por un tiempo a la co-soberanía. La cara de palo de Joseba Egibar en tercera fila tras unos exultantes Andoni Ortuzar e Iñigo Urkullu (bueno, exultante a su manera) lo decía todo: un parlamento claramente soberanista (PNV y EH Bildu suman el 71 % de los escaños) consagrado durante los próximos cuatro años al autonomismo.
[5] EH Bildu ha obtenido unos resultados que ninguna encuesta preelectoral había pronosticado: 23.516 votos más que en 2016 le han reportado cuatro escaños más, a poco más de 4.000 votos el escaño. Ahora bien: ¿qué EH Bildu es el que ha triunfado? Haría falta un tratado de sociología política con varios anexos de neurobiología para entender algo que ahora nos parece de lo más normal: ver a una izquierda abertzale cómodamente instalada en el que antaño fuera el “parlamento vascongado” y apoyando la gobernabilidad en Madrid. Recordemos al carismático pero predecible Jon Idigoras tronando desde la tribuna del Congreso de los Diputados y comparémoslo con la actitud que mantienen Oskar Matute o Mertxe Aizpurua. Las famosas dos almas del PNV se quedan en nada si las comparamos con las que hoy conviven en EH Bildu.
EH Bildu está recogiendo parte del voto que en 2015 y 2016 fue a Podemos, pero lo está recibiendo después de que esa fuerza lo hubo digerido. Se trata de un voto que es más de izquierda que abertzale, un voto que busca identificarse con opciones que reivindiquen la libre determinación de las sociedades, sí, pero sobre todo la agenda feminista, ecologista, solidaria, antifascista… Ya veremos cómo gestiona EH Bildu está tensión. Como primera fuerza de la oposición en el Parlamento Vasco, ¿quién va a ser su adversario principal en el Gobierno, el PNV nacionalista conservador o el PSE social, pero españolista?
En una entrevista publicada el 15 de marzo de 2017 Arnaldo Otegi advertía: “Tengo la impresión de que últimamente ha habido un cierto despiste: el motor del proceso de liberación de este país es la cuestión nacional. Otra cosa diferente es que, desde el punto de vista social, queramos construir un estado y que este sea un estado socialista, pero no podemos perder el punto de vista esencial que es el motor de lo que ha sido la lucha de este país, que es la cuestión nacional. Si perdemos el pulso ahí, nos vamos a perder en el camino”. Y con el fin de animar al PNV a emprender el camino del procés catalán hacía una sorprendente declaración: “Si conquistáramos un estado independiente, a nosotros nos daría igual que el hegemónico fuera el PNV durante los siguientes veinte años”. Todo indica que para que el PNV siga siendo hegemónico en el futuro no le va a hacer falta el apoyo de EH Bildu, más bien al contrario: cuanto más PNV de Urkullu/Esteban sea y más se aleje del incierto y agónico procesismo mejor le irá. Y todo indica, también, que si la cuestión nacional se pone por delante de la cuestión social, EH Bildu tendrá muchas dificultades para recoger votos en un caladero sociológico radicalmente transformado desde 2011.
[6] Lo dicho: tiempo habrá para seguir analizando los resultados y el escenario político que dibujan. Tiempo habrá, incluso, para equivocarnos en nuestro análisis.
*Imanol Zubero es sociólogo
Algunas notas, a vuelapluma, tras las elecciones de ayer. Tiempo habrá (a ver si también hay ganas) para profundizar en cuestiones como las transferencias de voto, la dirección del voto nuevo o la forma en que la abstención ha podido afectar a cada partido.
[1] Casi la mitad del electorado potencial, que ascendía a 1.718.318 personas, se ha abstenido: siete puntos más que en 2016. Una parte de esta abstención se explica, seguro, por el miedo a los repuntes de la COVID-19, y es probable que haya afectado especialmente la población de más edad que vota PNV y PSE. Otra, con la decepción del electorado de izquierda no nacionalista, particularmente de edades medias. En todo caso, sobre el telón de fondo de esta enorme abstención, la representatividad de los partidos ganadores sufre un feroz mordisco, que no afecta para nada a su legitimidad formal pero sí debería obligar a un ejercicio de auténtica humildad: el PNV representa a solo el 20 % del total del electorado vasco, y EH Bildu al 14 %. De hecho, con casi 49.000 votos menos que en 2016 el PNV ha obtenido tres escaños más que entonces.