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In memoriam

Isabel Urkijo Azkarate

Gogoan —

Desde que, en 2010, se institucionalizó el Día de la Memoria en Euskadi, muchas personas temimos que sus celebraciones no fueran unitarias y el reconocimiento a las víctimas estuviera, de nuevo, expuesto a vaivenes políticos. Por desgracia, al temor se le unió la vergüenza, porque los partidos que rechazaban y condenaban el uso de la violencia, no fueron capaces de unirse ante un monolito para realizar un acto unitario de memoria en los términos que recogía la declaración institucional. Dicha declaración es una sucesión de argumentaciones irrefutables sobre el valor del Día de la Memoria. Una de ellas decía “La memoria no sólo constituye un derecho fundamental de las personas que han sufrido la violencia terrorista. Es un argumento primordial que contribuirá a construir un relato compartido y genuino de lo ocurrido, a través de la mirada de la víctima, en el que la violencia y sus justificaciones queden definitivamente desterradas”.

A pesar de los inapelables argumentos, prácticamente desde los primeros años, la celebración de este día ha estado perturbada por las continuas diferencias sobre qué tipo de víctimas deberían ser reconocidas y cuáles no, sobre si este día tiene que centrarse en las víctimas de todos los terrorismos y de actuaciones manifiestamente desproporcionadas y abusivas de las fuerzas de seguridad o sólo en las de ETA.

Parece como si se quisiera establecer una barrera insalvable entre 'víctimas inocentes' y 'víctimas ¿no inocentes?', adjudicando las primeras a todas las víctimas de ETA y creando la duda entre todas las demás. Esta delimitación, además de presentar considerables lagunas, contiene una carga moral negativa, ya que se podría interpretar como que las 'víctimas no inocentes' merecían de alguna manera lo que les ocurrió. El error radica, por una parte, en valorar a la víctima por aquello que hizo o hacía en vida. La calidad de víctima se la otorgó su asesino y, sólo a partir de su asesinato, se convirtió en víctima. Y, por otra parte, en insistir en clasificar a las víctimas según la autoría del asesinato, creando una identificación del reconocimiento a las víctimas con la condena a los victimarios.

A nadie le cabe la menor duda de que ETA fue la máxima responsable de 50 años de terror y de generar el 90 % de las víctimas ocurridas en todos estos años y que ella y quienes les mantuvieron en activo, deben asumir dicha responsabilidad. Por todo lo expuesto, consideramos que el calificativo más adecuado que debería acompañar a víctima es la de injusta, porque su asesinato -el de todas ellas- fue injusto.

Este 10 de noviembre de 2016, nuestro recuerdo es para todas las víctimas sin excepción. Entre ellas, nos gustaría resaltar el esfuerzo de las que participaron en la iniciativa de Glencreen. A aquellas víctimas de distintas autorías, circunstancias y épocas que, sin conocerse, accedieron a iniciar un proceso de acercamiento y empatía, no sólo les debemos el reconocimiento por su arrojo, sino que les debemos infinita gratitud. En cualquier situación en la que se han ocasionado víctimas, es el entorno el que trabaja por preparar un escenario adecuado para que las personas más afectadas puedan ir, poco a poco, reincorporándose a la 'normalidad' -si es que puede existir para ellas. Aquí no ha sido así. Aquí han sido las víctimas, víctimas de ETA, de GAL, de la extrema derecha, de las fuerzas de seguridad… las que nos dieron una lección a toda la sociedad. Ellas nos enseñaron que eran capaces de reconocerse en la injusticia que habían sufrido y que veían en las demás y, en ese reconocimiento del dolor y de la injusticia, se posicionaron sinceramente contra el uso de la violencia.

Mucho tenemos que aprender de ellas para construir una memoria de lo ocurrido que “ponga nombres y fechas donde el terrorismo pone excusas y justificaciones imposibles”; una memoria que “levante acta del sufrimiento injusto y que impida ningún tipo de tolerancia con la impunidad”; una memoria “que prevenga a la ciudadanía frente a la tentadora seducción del olvido forzado o interesado” “porque guardar la memoria de todas las víctimas contribuirá al logro de un futuro en paz y libertad, en el que podamos desarrollar una sana convivencia entre todos”.

Desde que, en 2010, se institucionalizó el Día de la Memoria en Euskadi, muchas personas temimos que sus celebraciones no fueran unitarias y el reconocimiento a las víctimas estuviera, de nuevo, expuesto a vaivenes políticos. Por desgracia, al temor se le unió la vergüenza, porque los partidos que rechazaban y condenaban el uso de la violencia, no fueron capaces de unirse ante un monolito para realizar un acto unitario de memoria en los términos que recogía la declaración institucional. Dicha declaración es una sucesión de argumentaciones irrefutables sobre el valor del Día de la Memoria. Una de ellas decía “La memoria no sólo constituye un derecho fundamental de las personas que han sufrido la violencia terrorista. Es un argumento primordial que contribuirá a construir un relato compartido y genuino de lo ocurrido, a través de la mirada de la víctima, en el que la violencia y sus justificaciones queden definitivamente desterradas”.

A pesar de los inapelables argumentos, prácticamente desde los primeros años, la celebración de este día ha estado perturbada por las continuas diferencias sobre qué tipo de víctimas deberían ser reconocidas y cuáles no, sobre si este día tiene que centrarse en las víctimas de todos los terrorismos y de actuaciones manifiestamente desproporcionadas y abusivas de las fuerzas de seguridad o sólo en las de ETA.