Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La máscara
En estos últimos cien años, por situarnos en un punto concreto de la historia, la palabra progreso se ha utilizado de una manera desordenada, tanto para justificar determinados desmanes políticos como para definir las mejoras científicas, literarias, tecnológicas o higiénicas. Durante todo este tiempo los progresos materiales han mejorado las condiciones de vida de la especie merced a avances como la luz eléctrica, la aspirina, la lucha contra el frío, los cuartos de baño, el motor de explosión, la cirugía, las comunicaciones rápidas, las vacaciones con los baños en el mar y la eutanasia como remedio a la voracidad recaudatoria de la industria farmacéutica.
El progreso moral, sin embargo, no ha tenido el mismo desarrollo. En estos últimos cien años hemos cometido magníficas barbaridades: monstruosas hazañas bélicas, como la que ahora mismo se está desarrollando en Ucrania, por ejemplo, campos de concentración, campos de exterminio, trata de personas, niños mineros, alcaldesas como la de Marbella, ancianos condenados a una agonía inhumana durante la pandemia y numerosas canciones populares que no nos han aportado más que una desgana crónica, un bostezo ininterrumpido o una tentación homicida.
Además, en algunos aspectos de la vida no cabe duda que hemos retrocedido: en la calidad, por ejemplo, de la ropa, los zapatos, los electrodomésticos o las relaciones, que nos duran lo que un latigazo, en el deterioro del medio ambiente, en el disparate del crecimiento demográfico, en la locura de las grandes aglomeraciones urbanas, en la imposibilidad de mantener una conversación o en el vertiginoso ascenso de la ignorancia como mérito para prosperar en la vida, pero sobre todo en la tremenda dificultad de descubrir una verdad, tan solo una verdad, relatada por los grandes medios de comunicación cuya propiedad, por mandato divino, supongo, recae en unos pocos multimillonarios siniestros, horteras y prostáticos.
En esta nueva campaña electoral mentir será la correa de transmisión mediante la cual dichos medios nos convencerán del pasado etarra de Pedro Sánchez, involucrado también en la desaparición de Marta del Castillo, de la costumbre adquirida por Irene Montero de llamar puto negro a Vinicius cada vez que este aparece en una pequeña pantalla al tiempo que habla por teléfono con Txapote y de la intención del actual presidente del gobierno de formar una nueva ejecutiva con Pablo Iglesias, no solo de vicepresidente sino también como Jefe del Estado Mayor, director de Radio Televisión Española, presidente del Comité Nacional de Árbitros del Fútbol y okupa en la casa de Bertín Osborne.
Todo esto tendría gracia si fuera broma, pero es la trampa que nos han tendido los medios: la verdad es tan solo una posibilidad; una posibilidad sepultada bajo toneladas de mentiras si no sirve a los intereses de los propietarios de dichos medios. Así, para un periodista, tan honesto como se lo permita el rugido de sus tripas y tan dispuesto a no morirse de asco trabajando como reponedor en una de esas cadenas de supermercados tan patrióticas que solo nos ha subido el precio de los alimentos este último año un dieciocho por ciento, lo realmente importante de su trabajo será que nadie, nunca, descubra para qué ni para quién miente. La máscara se ha convertido, así, casi por obligación, en el auténtico rostro del periodismo nacional...
En estos últimos cien años, por situarnos en un punto concreto de la historia, la palabra progreso se ha utilizado de una manera desordenada, tanto para justificar determinados desmanes políticos como para definir las mejoras científicas, literarias, tecnológicas o higiénicas. Durante todo este tiempo los progresos materiales han mejorado las condiciones de vida de la especie merced a avances como la luz eléctrica, la aspirina, la lucha contra el frío, los cuartos de baño, el motor de explosión, la cirugía, las comunicaciones rápidas, las vacaciones con los baños en el mar y la eutanasia como remedio a la voracidad recaudatoria de la industria farmacéutica.
El progreso moral, sin embargo, no ha tenido el mismo desarrollo. En estos últimos cien años hemos cometido magníficas barbaridades: monstruosas hazañas bélicas, como la que ahora mismo se está desarrollando en Ucrania, por ejemplo, campos de concentración, campos de exterminio, trata de personas, niños mineros, alcaldesas como la de Marbella, ancianos condenados a una agonía inhumana durante la pandemia y numerosas canciones populares que no nos han aportado más que una desgana crónica, un bostezo ininterrumpido o una tentación homicida.