Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Movilizar la esperanza 10 años después
Siempre que se mira atrás a un momento político significativo, especialmente cuando éste se vivió en primera persona, se corre el riesgo de idealizarlo y acabar cayendo en el “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Hoy, décimo aniversario del 15M, vamos a intentar mirar a 2011 sin caer en esa tentación, y sobre todo, para sacar de entonces algún aprendizaje útil para el momento político, tan distinto, en el que escribimos estas líneas.
Que el 15M dio un vuelco a la política tal y como la entendíamos y que desde entonces nada ha vuelto a ser igual es algo que incluso quienes se negaban a verlo en aquel momento son incapaces de obviar ahora. Aquel mes de mayo miles de personas descubrieron que “política” no tenía por qué ser sinónimo de bipartidismo ni resignación. Que si quienes ocupaban escaños en los parlamentos no eran capaces de dar respuesta a las demandas de una generación cuyas expectativas se habían visto completamente truncadas por la crisis, sería la propia ciudadanía quien construyera el futuro prometido y robado.
El 15M supuso el despertar político y activista para muchas personas jóvenes de entonces, y también la renovación de ilusión y reactivación para muchas otras no tan jóvenes. Más allá de la experiencia catártica que suponía llenar las plazas a diario, de las manifestaciones masivas y del desahogo colectivo, de las plazas del 15M se nutrieron muchos de los movimientos sociales y plataformas activistas ya existentes, antidesahucios, contra la precariedad, ecologistas, movimientos vecinales y sindicales, y también nuevos proyectos surgidos de la propia reflexión de las asambleas quincemayistas. Algunos años después, vino el salto a la política institucional. Muchas personas aceptaron el desafío lanzado por Esperanza Aguirre y Maria Dolores de Cospedal con su célebre “que monten un partido y se presenten a las elecciones” y comenzaron, comenzamos, el camino para llevar a las instituciones el descontento social y la ilusión por el cambio.
La situación hoy, diez años después, es radicalmente diferente. Los rigores de la crisis de esta década nos han obligado a encerrarnos en nuestras casas, a recluirnos, a dejar de reunirnos y participar en espacios de debate y construcción. Si bien las tecnologías y las redes sociales nos han permitido mantener un elevado nivel de contacto, si bien han surgido iniciativas colectivas para intentar afrontar los problemas derivados de esta pandemia, la realidad es que a la lista de síntomas y consecuencias del virus hay que añadir la desmovilización y la congelación en gran medida del activismo organizado, un anti 15M en toda regla.
Los espacios de construcción han quedado alejados y acotados a una pequeña pantalla con muchas caras pixeladas, desconexiones y horribles ecos digitales, mientras la crítica destructiva ha encontrado su caldo de cultivo ideal en una sociedad ya inmersa en la apatía y la frustración, y ahora desconcertada, encerrada y sin saber cómo canalizar el temor y la rabia.
Más allá de la pandemia, aunque siempre atravesado por ella, quizá lo que diferencia a la generación del 15M con la juventud actual sea que los diez últimos años de quienes participaban en las asambleas han sido un enorme spoiler para quienes venían detrás, y los y las jóvenes ahora ya saben cómo acaba la película: con trabajos precarios, sin poder pagar el alquiler, tener hijos e hijas y ni soñar con jubilarse algún día. Quienes participamos en el 15M teníamos expectativas de un futuro digno y luchamos por ellas, porque no podíamos creer que no se fueran a cumplir, aunque luego se vieran truncadas y las fuerzas progresistas no hayan sabido terminar de dar una respuesta institucional a ese malestar. Pero en quienes vienen detrás impera el desapego y la apatía, no encuentran sentido a pelear por lo imposible porque bastante hay con sobrevivir al día día. Como decía el tuitero Don Mitxel I al hilo de las elecciones madrileñas “cada vez menos gente vota para asegurarse un futuro mejor, sino para defenderse del presente”. El 15M construyó compromiso político desde la esperanza. Hoy, el elemento movilizador es precisamente la ausencia de ella. Mientras hace diez años se exigía una profundización democrática, hoy nos asomamos cada vez más al abismo del autoritarismo: el futuro se construye en colectivo, pero de la falta de horizontes se tiende a intentar salir a codazos y sálvese quien pueda.
Decíamos al principio que nos negábamos a caer en el “cualquier tiempo pasado fue mejor” y no lo vamos a hacer. Creemos firmemente que queda lugar para la esperanza, pero la ciudadanía necesita estímulos que la saquen de este cinismo casi obligado. Ahora más que nunca, se hace imprescindible que las fuerzas progresistas, sobre todo aquellas con poder institucional y muy especialmente quienes gobiernan el Estado, den respuestas firmes a quienes han perdido la fe en sus representantes o nunca la han tenido. Y eso solo puede hacerse con políticas valientes en favor de la mayoría. Políticas de empleo, fiscales, verdes, feministas o de vivienda que ofrezcan horizontes y certezas.
Siempre que se mira atrás a un momento político significativo, especialmente cuando éste se vivió en primera persona, se corre el riesgo de idealizarlo y acabar cayendo en el “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Hoy, décimo aniversario del 15M, vamos a intentar mirar a 2011 sin caer en esa tentación, y sobre todo, para sacar de entonces algún aprendizaje útil para el momento político, tan distinto, en el que escribimos estas líneas.
Que el 15M dio un vuelco a la política tal y como la entendíamos y que desde entonces nada ha vuelto a ser igual es algo que incluso quienes se negaban a verlo en aquel momento son incapaces de obviar ahora. Aquel mes de mayo miles de personas descubrieron que “política” no tenía por qué ser sinónimo de bipartidismo ni resignación. Que si quienes ocupaban escaños en los parlamentos no eran capaces de dar respuesta a las demandas de una generación cuyas expectativas se habían visto completamente truncadas por la crisis, sería la propia ciudadanía quien construyera el futuro prometido y robado.