Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Nacionalismos
No sé cuál es la razón que puede dar pie a los nacionalismos, lo que sí sé es cuál, o cuáles, son las sinrazones que esgrimen para justificar sus posiciones. Coincidiendo con el debate suscitado por las elecciones catalanas del 27 de septiembre acaban de ser publicadas a página completa, y en días sucesivos, varias noticias que tienen que ver con la eterna quimera de la idoneidad de la secesión para resolver problemas económicos que afectan a los ciudadanos de sus respectivos territorios. No me refiero exclusivamente a noticias relacionadas con Cataluña, donde el carácter plebiscitario que se ha dado a las elecciones, -y su afán por ganarlas, que ha convertido el laberinto en que Mas ha metido a los catalanes en un castillo sin puertas ni ventanas-, ha sumido las mentes en la más absurda intransigencia, me refiero a Euskadi donde, por simpatía tal vez, los nacionalistas se han permitido hacer cálculos para concluir que la gestión de asuntos tan importantes como la Seguridad Social o las pensiones sería más eficaz desde la exclusividad vasca. ¿Y qué? ¿Acaso no puede serlo mediante una forma más amplia basada en la solidaridad y el humanismo?
Curioso: al día siguiente de aparecer la noticia han respondido el Gobierno central y el PP que Euskadi “iría a la ruina” si asume la Seguridad Social. (Convendría añadir a esta reflexión la foto que acompaña a la noticia en uno de los periódicos: el rostro expectante del “nacionalista vasco” Erkoreka a la espera de las pertinentes reacciones, y el rostro atrevido del “imperialista español” Urquijo, lleno de autosatisfacción y hartazgo de poder). Ante la noticia me surge la misma reacción: ¿y qué? Si los delirios nacionalistas se calmaran equilibrando las balanzas económicas no habría demasiados problemas, pero ocurre que la aritmética y las matemáticas, aplicadas a la economía, no son ciencias ni prácticas exactas, máxime cuando se usan en el campo de la política para dirimir las luchas por el poder. De economía deberían hablar los economistas, pero siempre y cuando no recibieran sus salarios o emolumentos de los partidos políticos. (Y siempre salvo honrosas excepciones).
Mirad, si no, la noticia siguiente: “la modificación de la LTH evitará el derroche de 400 millones de euros”. Bien, con 400 millones de euros se pagaría el salario medio de Euskadi a alrededor de 18.000 personas durante un año, por tanto el asunto no es baladí, aun cuando quienes no están de acuerdo lo rebaten sin piedad. No es nada fácil de entender esto de la LTH, que convierte una administración autonómica en tres territoriales, aunque no en todos los asuntos y competencias, y hace más complejo el entramado institucional vasco. Pero la foralidad, que curiosamente ven con cierta simpatía los adinerados vascos aunque sean votantes del PP, permite tratos diferentes a diferentes tramos de población, y condiciones económicas diversas que permiten fidelizar los votos con mayor facilidad que cualquier sistema más centralizado.
Lo cierto es que este debate focalizado en las carteras de los vascos y de las vascas no debería tener tanto peso en la discusión política. Si el nacionalismo se supedita a lo meramente económico y requiere poner tanto empeño en lo concerniente a ingresos y gastos, habrá que negarle toda virtud, incluso toda eficacia y eficiencia. ¡Qué más darán la cultura e historia propias si no nos salen las cuentas! Da la impresión de que las voluntades y los existencialismos se doblegan con una buena aportación económica suministrada por una de las dos partes que siempre están en litigio.
Cataluña se encuentra en plena vorágine porque el nacionalismo catalán se ha echado al monte. Euskadi, por el contrario, se mantiene en la cordura, con un nacionalismo que parece haber superado las nefastas convulsiones del Plan Ibarretxe. Convendría que los catalanes atemperaran su impostada furia, aunque sea con unos donativos procedentes de Madrid. Y convendría evitar todo contagio en el nacionalismo vasco por parte del catalán. Que quieran ambas, Cataluña y Euskadi, ser naciones en el seno del Estado, es posible, pero que rompan al Estado que tiene la misión de gobernar y proteger a más de 40 millones de personas, para hacer otros de apenas un puñadito de ciudadanos, es propio de egoístas y tiene algo de inhumano.
No sé cuál es la razón que puede dar pie a los nacionalismos, lo que sí sé es cuál, o cuáles, son las sinrazones que esgrimen para justificar sus posiciones. Coincidiendo con el debate suscitado por las elecciones catalanas del 27 de septiembre acaban de ser publicadas a página completa, y en días sucesivos, varias noticias que tienen que ver con la eterna quimera de la idoneidad de la secesión para resolver problemas económicos que afectan a los ciudadanos de sus respectivos territorios. No me refiero exclusivamente a noticias relacionadas con Cataluña, donde el carácter plebiscitario que se ha dado a las elecciones, -y su afán por ganarlas, que ha convertido el laberinto en que Mas ha metido a los catalanes en un castillo sin puertas ni ventanas-, ha sumido las mentes en la más absurda intransigencia, me refiero a Euskadi donde, por simpatía tal vez, los nacionalistas se han permitido hacer cálculos para concluir que la gestión de asuntos tan importantes como la Seguridad Social o las pensiones sería más eficaz desde la exclusividad vasca. ¿Y qué? ¿Acaso no puede serlo mediante una forma más amplia basada en la solidaridad y el humanismo?
Curioso: al día siguiente de aparecer la noticia han respondido el Gobierno central y el PP que Euskadi “iría a la ruina” si asume la Seguridad Social. (Convendría añadir a esta reflexión la foto que acompaña a la noticia en uno de los periódicos: el rostro expectante del “nacionalista vasco” Erkoreka a la espera de las pertinentes reacciones, y el rostro atrevido del “imperialista español” Urquijo, lleno de autosatisfacción y hartazgo de poder). Ante la noticia me surge la misma reacción: ¿y qué? Si los delirios nacionalistas se calmaran equilibrando las balanzas económicas no habría demasiados problemas, pero ocurre que la aritmética y las matemáticas, aplicadas a la economía, no son ciencias ni prácticas exactas, máxime cuando se usan en el campo de la política para dirimir las luchas por el poder. De economía deberían hablar los economistas, pero siempre y cuando no recibieran sus salarios o emolumentos de los partidos políticos. (Y siempre salvo honrosas excepciones).