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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera
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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Oda a Valverde (y antioda al paletismo)

Aficionados del Athletic Club, en San Mamés, en el partido de cuartos de final de la Copa del Rey ante el Barcelona

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No es que el futbolista no pueda pensar, es que no tiene tiempo para pensar. De todas maneras, hay tendencia a creer que los jugadores de fútbol somos todos unos zoquetes, que no han leído un periódico en su vida… Como si la gente fuera por las aceras hablando de Platón. Al final, el jugador habla de fútbol porque es de lo que sabe” (Ernesto Valverde)

No nací del Athletic. Nací en una familia merengue. Por tanto, mis recuerdos futbolísticos de infancia no tienen nada que ver con esa liturgia que comparten tantos aficionados rojiblancos: la abuela que zurcía la vieja bufanda que aún conservan, el camino a San Mamés acompañados por sus padres, o el aroma a puro del viejo campo. No. Yo soy un converso. Hace más de una década que voy al campo. Y creo que la de hacerme del Athletic Club fue una excelente decisión. Estoy convencido de que este club representa valores que están en peligro de extinción, aunque su idiosincrasia suela otorgar a los aficionados más días de sufrimiento que de gloria o disfrute.

Soy un recién llegado. La vida debe ser cambio para progresar. Desconfío de quienes presumen de haber pensado y sentido siempre igual. No me convence pasar toda la vida en el mismo sitio. Conecto emocionalmente con el club y, especialmente, con esta nueva generación que ha logrado alcanzar una nueva final de Copa. Es la sexta en 15 años, y la primera que van a protagonizar los Nico Williams, Sancet, Prados, Paredes, Guruzeta y varios más que destilan bravura, alegría, desparpajo y espectáculo. Sin duda, la gran virtud del Athletic es que une a la gente. Lo lleva haciendo 125 años, y es especialmente importante ahora, en un mundo voraz y cuarteado, condicionado por el 'haterismo'. Ese espíritu criticón permanente.

El trayecto hasta la final ha sido brillante, tumbando a rivales como el Barcelona o el Atlético de Madrid, equipos de enorme nivel a los que los jugadores de Ernesto Valverde les han hecho cuatro goles. Espera el Mallorca, un conjunto difícil, incómodo, rocoso y capaz de destruir el juego propositivo de sus rivales que, de hecho, ha eliminado al Girona o a la Real Sociedad. Tras cinco oportunidades en 15 años, podría decirse que el fútbol le debe un título al Athletic. Sin embargo, el fútbol no está en deuda con nadie. Uno gana y los demás pierden, y todo lo anterior habrá servido de poco si no se gana el día 6 de abril en La Cartuja.

En todo caso, ocurra lo que ocurra, una nueva ola de ilusión se ha extendido entre la familia del Athletic, despejando dudas y susurros sobre filosofías tuneadas o giros de timón que llevarían no se sabe muy bien hacia dónde. Sigue siendo extraordinario competir al más alto nivel con este modelo de club. Por eso, los éxitos se disfrutan de forma desbordante. Estos jóvenes que protagonizan la nueva ola 'Valverdista' están en el punto de cocción justo para alcanzar un título que, 40 años después, podría revolucionar a toda Bizkaia, y más allá. Sería hermoso. Y sería merecido. Nadie que haya seguido esta temporada puede dudarlo. Es más, sería también una despedida honorable para otra generación que ha ayudado a construir esta barcaza: Raúl García, Muniain, De Marcos, Herrera, … Están consumiendo sus últimos días en la elite, y una Copa sería la medalla adecuada a los méritos acumulados. Son grandes jugadores, pero es que además han transmitido valores sobresalientes a los chavales que, como mis hijos, ya suspiran por ser algún día como ellos. Son y han sido referentes positivos.

La temporada que está firmando el Athletic rompe una secuencia de cinco años en los que no se han cubierto los objetivos en la Liga. Es cierto que se ganó de forma épica una Supercopa en Arabia, pero también que se perdió contra los vecinos una Copa, lo que dejó tocada la moral de miles de seguidores. Y el hecho de no competir en Europa iba extendiendo un espíritu derrotista. Estos, y otros factores, han contribuido a que el equipo no fuera lo suficientemente atractivo para algunos jugadores que, en otras circunstancias, habrían optado por fichar por el conjunto bilbaíno. El fútbol globalizado por el que optan los demás achica las posibilidades de expansión del Athletic. Todos los equipos de su entorno tienen posibilidad de crecer y pescar en caladeros infinitos. Por tanto, hoy es discutible que el Athletic se perpetúe como la principal referencia futbolística vasca.

Durante 100 años, el Athletic ha formado parte de la aristocracia del fútbol, pero hoy en día eso ya no es así. A una parte de la afición de San Mamés le cuesta trabajo asumirlo, y adaptarse al hecho de que, por ejemplo, los jugadores de clubes vecinos ya no sienten que venir a Bilbao sea progresar. Los datos ahí están: la Real jugando en Champions, pasando como primera de grupo, y ganando un título de Copa hace tres años, mientras sigue compitiendo en Liga y asegurando cada temporada un puesto en Europa; Osasuna ha sido finalista de Copa y se ha clasificado para la Conference, tras superar una crisis agónica en todos los niveles; el Alavés se ha convertido en un vecino regular de la primera división desde hace más de veinte años. Y, asomando de nuevo, el Eibar. Poner esto en perspectiva es necesario no para mirarlo con ojos derrotistas, sino para remarcar el valor de seguir estando en disposición de ganar títulos con un modelo que, como afirma el lema actual, es 'unique in the world'.

Sin embargo, no solo quiero elogiar al que siento como mi equipo. Quiero también remarcar con todo esto que el fútbol vasco está en el mejor momento de la historia. Y no solo a nivel de clubes; fijémonos en la nómina de entrenadores que están triunfando: Imanol Alguacil, Gaizka Garitano, Mendilibar (ganador de la Europa League con el Sevilla), Jagoba Arrasate, … Incluso a nivel internacional, los entrenadores vascos dominan Europa: equipos liderados por paisanos podrían ganar la superpoderosa Premier League (Arsenal, Mikel Arteta; Aston Villa, Unai Emery) o la Bundesliga, donde arrasa el Leverkusen de Xabi Alonso.

En este contexto, yo quiero mostrar mi admiración por Ernesto Valverde. Su éxito es un bálsamo para el fútbol enloquecido de hoy. Es un premio a su constancia y a su infinita templanza. Hoy en día, todo lo que rodea al fútbol se espectaculariza, todo es 'show' y aspaviento. Un chiringuito eterno y 'non stop'. Hasta los más equilibrados caen en la trampa. Y, entonces, ahí emerge Valverde para romper el ritmo, como los ciclistas que entran al relevo no para ayudar, sino para cortar la progresión. Parad. Callaos un rato. “Dejad de fabricar titulares, insensatos”, da la impresión que nos dice cada vez que habla. Es la pausa infinita. Él va en segunda marcha, pero su equipo sale en sexta. Sentido común. Todo está bien y, si algo ha salido de pena, Valverde sabe cómo hablar para que parezca que no ha sido para tanto. Nervios de hormigón armado. Ahí, en cuclillas, mirando cómo hay días en que los suyos no dan tres pases seguidos. O levantando los brazos derramando una lágrima diminuta cuando pasan a la final. Valverde es el 'taichi' de un mundo contaminado por el 'viniciusismo'. Es el yoga para los 'ganorabakos' que, como nuestro vecino de localidad, aún van al campo a insultar al árbitro y hacerle cortes de manga a los aficionados rivales.

Paradójicamente, cuando mejor le va globalmente al fútbol vasco y más ídolos y referentes ofrece al mundo, más crece el paletismo regionalista en las diversas aficiones. Un ejemplo: dentro de unos días, la selección vasca jugará un partido contra Uruguay. Un elevadísimo porcentaje de aficionados seguramente no sabrán aún ni qué día es ni dónde se juega ni quién será el seleccionador de la vasca. Que, esa esa otra, se le llama “Euskal Selekzioa” porque formamos parte de un país que no tiene nombre. En realidad, lo tiene, pero se ha decidido esconderlo. De momento, tiene una bandera que, afortunadamente, aún casi nadie cuestiona, pero parece que no somos capaces de compartir cómo nos llamamos ni tampoco entonar un himno que nos emocione a todos. Pero esas son otras cuestiones de paisito que hoy no tocan. El asunto es que hay un encabronamiento voraz entre partes de las aficiones de los principales equipos vascos. Nos hemos empequeñecido colectivamente. Todo parece hostilidad alentada por prensa local, perfiles anónimos en las redes y algunos alcaldes que, a veces, derrapan, y se suben al carro de este neopaletismo que, más allá del pique sano, está evaporando imágenes icónicas de hermandad. Tal y como estamos, sería impensable repetir la foto de Iribar y Kortabarria. Y, si se repite, es probable que gran parte de la gente lo fuera a vivir como parte del paisaje.

No renuncio al pique entre aficionados de equipos vecinos, pero sí me asombra que hoy se pretenda transmitir la imagen de que los de la Real no se puedan alegrar si el Athletic gana el día 6, que en Ondarroa o en Eibar no se viva con naturalidad vivir con simpatía hacia ambos equipos, o que se informe en Araba o en Navarra como si el Athletic no formara parte de su tradición deportiva. El sentimiento colectivo vasco se despieza, y el localismo se exacerba. Ponemos, aún, la misma bandera detrás de las porterías (que, por cierto, cada vez se ve menos), pero hay quien trabaja para que convivamos casi de espaldas y sin abrazarnos demasiado.

Sea como sea, esperemos que el día 6 se viva otra bella noche de fútbol, y que, esta vez sí, veamos las lágrimas en el rostro de Ernesto cuando levante la copa. Ya es hora de actualizar las fotos en color de los 80 por los 'clips' digitales del 2024. El momento es ahora.

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