Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Raíces y espinas, desigualdad y machismo
Los asesinatos, la violencia, las agresiones que sufren tantas mujeres en nuestra sociedad tienen una causa: la desigualdad. Es cierto que son la expresión más brutal de esa desigualdad, sin duda, pero de ella se nutren. Al abrigo de ese ideario machista, de sus planteamientos y roles, va creciendo el convencimiento que acaban por tener los hombres que golpean, agreden, insultan, humillan y hasta quitan la vida a una mujer.
Nos podemos poner una venda en los ojos, lamentando los asesinatos y los casos de violencia contra las mujeres sin querer profundizar en sus raíces. Pero nos estaremos engañando. Nos encontramos ante un ataque a los Derechos Humanos que tiene un origen muy identificable.
Y es que la Historia de la Humanidad se escribe con letra masculina. El relato de poder, de política, de economía e incluso de ciencia o arte de las sociedades viene significado por lo que los hombres fueron o hicieron, invisibilizando a las mujeres y sus voces. Las pocas mujeres que han tenido un papel predominante en la vida pública no suelen destacar por un relato amable de su vida, de sus gestas o de su contribución a la historia, la ciencia, etc, sino más bien por lo contrario. Hay grandes mujeres han trabajado con ahínco y no han pasado a la historia porque, sencillamente, han sido invisibilizadas. Y aquellas luchadoras por la defensa de la causa de la mujer fueron silenciadas y maltratadas por el relato histórico que ha permanecido hasta nuestros días.
El relato de nuestro pasado es un ejemplo de cómo hemos construido nuestro presente. Por este y otros motivos, las mujeres vivimos invisibilizadas, con una enorme desigualdad anidada en nuestros corazones.
¿Hacia dónde se nos empuja, o qué se espera de nosotras como mujeres?
Nos educan, aún hoy en día, en el ensalzamiento de un amor romántico con tintes patriarcales que anima a las mujeres a ofrecer una entrega incondicional, sometida a los caprichos masculinos. Y ellos…, ellos también aprenden a amar desde la desigualdad. Amar desde la superioridad, contando con nuestra sumisión a sus caprichos. O desde la protección a una mujer necesitada de mimos y resguardo. Ellos protegerán y cuidarán, ellos son los fuertes; ellas deberán mostrar su dulzura incondicional. Ellas son las que utilizan “otras armas”. Y esto se traslada en el relato social con una fuerza inusitada. Son muchas las películas, canciones o relatos que ponen en valor una relación desigual asumiendo como verdad absoluta lo que debiera ser cuestionado desde su germen. Pero penetra en el imaginario social desde el inconsciente.
Pero… ¿y cuando las mujeres decidimos pensar por nosotras mismas, manifestar nuestro derecho a ser libres, o no permanecer unidas a un hombre que no nos conviene? Entonces los horrores se despiertan para muchas. Separaciones y divorcios traumáticos, cuajados de maltrato que puede no llegar a ser físico. Y algunos hombres cuyo honor o autoestima queda golpeada y golpean hacia afuera, pocas veces hacia dentro.
Y así, nos encontramos con mujeres protegidas, con órdenes de alejamiento, con hijos e hijas reubicadas en pisos de especial protección, mujeres que acuden a intervención psicológica porque las secuelas del maltrato son duras, traumáticas, costosas de reparar… mujeres que buscan salir del horror de la violencia, de la agresión, que viven aterrorizadas. Pero mujeres que, a pesar de todo, son valientes, muy valientes porque denunciaron, escaparon del horror y siguieron viviendo. Vivir para contarla, que diría Gabriel García Márquez.
Cada agresión contra una mujer nos golpea a todas y debiera golpear también a todos. Si una mujer expresa su “no” de las mil maneras distintas que se puede decir, es un “no” incuestionable y debiera ser la línea roja que no se traspasa. No me cansaré de insistir, educar en el respeto al otro, a la otra, en el uso de las libertades personales y el respeto completo a la libertad del otra y de la otra, en la empatía con el otro, con la otra, son elementos centrales que configuran personalidades con criterios que permanecerán toda la vida.
Esas agresiones tan duras que con demasiada frecuencia nos golpean la conciencia social, los asesinatos de mujeres, son una consecuencia del reflejo más extremo de un tipo de organización social determinada, de una forma de relacionarnos. Son el reflejo último de la desigualdad entre mujeres y hombres.
Esta violencia brutal que sufren algunas mujeres es una planta venenosa y llena de espinas que no se mantiene del aire. Hunde sus raíces y se alimenta en un terreno abonado por la desigualdad.
Los logros en el ámbito formal, especialmente con los avances legislativos, son indiscutibles. Tan indiscutibles como insuficientes. Además, en manos del pensamiento machista se usan como excusa para justificar la idea de que ya se ha logrado la igualdad. Me refiero a esos mensajes, tan manidos, de que las mujeres no debemos exigir nada más porque, nos dicen, ya tenemos la igualdad; esos mensajes que niegan la existencia de techos de cristal o que consideran que cualquier reclamación del espacio público que nos corresponde es una agresión contra los hombres. Nada de eso, todo lo contrario. Falsa igualdad. Ésa es nuestra respuesta: vivimos hoy en día el falso espejo de la igualdad.
Una sociedad que se quiere decente no puede convivir normalmente con la violencia, con ningún tipo de violencia.
Para que la planta dañina de las agresiones y los asesinatos a mujeres se convierta en otra que dé flores y aromas de igualdad hace falta que se alimente de una nueva tierra. Hace falta un nuevo contrato social, un pacto entre iguales en el que los hombres tienen que ceder parte del poder y la visibilidad que históricamente han tenido. Es, además de una cuestión de justicia, una apuesta inteligente: sumando a las mujeres a los espacios públicos se incorporará la mitad de la inteligencia de esta sociedad, actualmente desaprovechada por innumerables techos de cristal.
Esta apuesta por la igualdad tiene que ser cosa también de los hombres, que deben comprender que el beneficio no es sólo para nosotras. La pérdida de cierto peso público de los hombres se verá compensada con creces por su mayor entrada en el ámbito privado y familiar, con una relación más estrecha con sus hijas e hijos, así como con sus mayores; sin olvidar que estas nuevas masculinidades amparan una expresión de los sentimientos y una relación con los demás más positiva, sin la coraza constreñidora del machismo.
El 25 de noviembre es una fecha con una enorme carga simbólica. El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer se fija en este día porque el 25 de noviembre de 1960, en la República Dominicana fueron asesinadas las tres hermanas Mirabal, activistas políticas, por órdenes del dictador Rafael Leónidas Trujillo.
Recordémoslas. A ellas y a las mujeres que sufren violencia y salen adelante. Mujeres poderosas que merecen nuestro reconocimiento. Mujeres valientes, dueñas de su vida... que merecen vivir en una sociedad decente. Redoblemos los esfuerzos para que así sea.
Los asesinatos, la violencia, las agresiones que sufren tantas mujeres en nuestra sociedad tienen una causa: la desigualdad. Es cierto que son la expresión más brutal de esa desigualdad, sin duda, pero de ella se nutren. Al abrigo de ese ideario machista, de sus planteamientos y roles, va creciendo el convencimiento que acaban por tener los hombres que golpean, agreden, insultan, humillan y hasta quitan la vida a una mujer.
Nos podemos poner una venda en los ojos, lamentando los asesinatos y los casos de violencia contra las mujeres sin querer profundizar en sus raíces. Pero nos estaremos engañando. Nos encontramos ante un ataque a los Derechos Humanos que tiene un origen muy identificable.