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Los renglones torcidos del lehendakari

No pude evitarlo. Fue escuchar las declaraciones de las consejeras de Salud y Desarrollo Económico del Gobierno Vasco el pasado sábado y encontrarme al instante con el recuerdo del libro de Torcuato Luca de Tena, leído en mi adolescencia. Oído y visto, como si fuera consecuencia directa lo uno de lo otro.

Recuerdo de aquella época adolescente y mojigata, que pugnaba por abrir espacios de libertad, el deseo de descubrir 'esos' libros, semiescondidos en las baldas de la biblioteca familiar. Títulos que parecían prometer una apertura a un mundo distinto y que hoy, la juventud despreciaría por blanditos. Pero era lo que estaba accesible, el principio de un camino de lectura para quien fuese capaz de buscar adecuadamente.

Primer amor, primer dolor, 'Una chabola en Bilbao', 'El otro árbol de Guernica', 'Éxodo', 'Chacal'… Una lista que iba cambiando de autores, a medida que hurgaba en las zonas más escondidas de las baldas. Los profanadores del amor, 'Papillon', 'Hospital de Sangre', 'El Padrino'. De esa época recuerdo haber leído prácticamente todo de Martín Vigil ('Un sexo llamado débil', 'Cierto olor a podrido', 'Sexta Galería'), de J.M. Gironella (la trilogía sobre la Guerra Civil que empezaba con 'Los cipreses creen en Dios') y bastante de Luca de Tena ('Edad prohibida', 'Pepa Niebla', 'La mujer de otro'). Todos ellos, autores del gusto franquista, más o menos autorizados por el Régimen y que para un adolescente suponían una forma fácil de descubrir un mundo que deseaba entender distinto en la lectura, una realidad más allá de la que aparecía en la televisión de blanco y negro de dos canales.

Del libro mencionado en el título del artículo recuerdo el interés creciente por entender si la protagonista era realmente una enferma psiquiátrica convencida de ser una eminente detective o, a la inversa, una tenaz policía que pretendía aclarar un asesinato cuando se ve atrapada en el propio hospital. Mientras estaba inmerso en la obra cualquiera de las dos posibilidades parecía cobrar ventaja sobre la otra. Las dos verosímiles, sólo una la verdadera.

Algo similar ocurrió el sábado pasado. La mañana se iniciaba con la publicación en el BOE de la Orden 399/2020, del Ministerio de Sanidad, en la que se articulaban las condiciones que deben cumplir aquellos territorios que se encuentren en la Fase I del desconfinamiento. En esta normativa, el artículo 18 explica suficientemente que los centros educativos tan sólo se abrirán para tareas de desinfección, limpieza y cuestiones burocráticas; nada cita de actividad lectiva propia. Para evitar dudas, en el anexo se citaban las zonas comprendidas por la consiguiente orden y aparecían de forma explícita los tres territorios vascos.

A estas alturas, si algo hemos asumido quienes seguimos las explicaciones institucionales para superar cada fase, como si se tratasen de las estaciones del viacrucis de Semana Santa, es que las condiciones a cumplir pueden corresponder a zonas específicas, no obligatoriamente territorios ni autonomías completas y que cada fase dura no menos de 15 días.

Hay que recordar que la Consejera de Educación, 48 horas antes, en la reunión con los agentes educativos y, posteriormente en la rueda prensa junto a su homóloga de Salud, la Sra. Murga, aseguraba que los centros escolares vascos abrirían sus puertas de forma presencial al alumnado de determinados cursos, en fechas de 18 y 25 de mayo. Visto así, la primera fecha, la designada para la incorporación del alumnado de Bachillerato, de 2º curso de ciclos medio y de FP Básica y de los ciclos formativos de grado superior de FP, quedaba constreñida aún dentro de la fase I y, por tanto, fuera de la actividad lectiva que la Sra. Uriarte presuponía para el día 18. ¿Se trataría de un error? ¿Se habría dado un cambio de última hora en el gobierno de la Nación, como ya ha ocurrido en varias ocasiones, no recogido en la Orden de Sanidad? ¿La excepción educativa vasca sería una de las monedas de cambio jugadas en el debate parlamentario de apoyo a la tercera prórroga del estado de alarma? ¿Sería una estrategia política del PNV para forzar una imagen de cierta normalidad que posibilite la convocatoria de las elecciones autonómicas para el mes de julio, cuando aún se mantienen abiertas tantas incógnitas de seguridad sanitaria y social?

Aún sin tiempo para encontrar la respuesta adecuada, ese mismo sábado se producía una comparecencia pública, en rueda de prensa, de dos consejeras vascas, las titulares de Salud y de Desarrollo Económico e Infraestructuras. El mensaje, rotundo; el asombro, en aumento exponencial. Nekane Murga y Arantxa Tapia no dudaron con la idea a transmitir: Euskadi mantendrá restricciones más severas que las previstas en la fase I del desconfinamiento, pese a poder suavizarlas. El objetivo estaba muy claro para ambas políticas: ampliar las medidas garantistas, sin asumir riesgos innecesarios. Unos riesgos que, por lo que se ve, no afectan al personal educativo ni a su alumnado. Unas medidas que mantendrán alejadas físicamente a familias que residen en municipios vascos diferentes, debiéndose contentar con las presencias virtuales, pero que obliga al personal educativo y a cierto alumnado a una incorporación muy cuestionada. ¿No sería este el momento en que una Consejería de Educación, acostumbrada a legislar a espaldas, incluso, en ocasiones, en contra de los intereses de la comunidad educativa vasca, rectificase una medida que ningún agente educativo ha aplaudido?

Se hace difícil de entender el razonamiento seguido por el Gobierno Vasco, a instancias, se entiende, del propio lehendakari. Da la impresión de que se proponen distintas velocidades en esa fase de desescalada y que éstas vienen marcadas por intereses productivos muy al margen de los sociales y con una asunción de medidas preventivas sanitarias, como mínimo cuestionables. El ocio y la cultura podrá seguir en manos de empresas telemáticas, alejada de posibles, pero prohibidas aperturas; mientras, la educación volverá a sus aulas sin medidas sanitarias ni organizativas suficientemente avaladas.

Cada vez estoy más convencido de que algunos/as políticos/as de este pequeño país nuestro juegan a un juego desconocido para los mortales, abierto sólo a mentes privilegiadas y/o elegidas por aquellos/as. Ya lo decía el monárquico Luca de Tena en la obra citada: “¡Ah! ¡Qué terrible es el sino de los pobres locos, esos 'renglones torcidos', esos yerros, esas faltas de ortografía del Creador…!”. Y no hay que olvidar que Él es el único que escribe derecho y que lo que pasa es por nuestro bien, para que subamos escalones en nuestra evolución.

No pude evitarlo. Fue escuchar las declaraciones de las consejeras de Salud y Desarrollo Económico del Gobierno Vasco el pasado sábado y encontrarme al instante con el recuerdo del libro de Torcuato Luca de Tena, leído en mi adolescencia. Oído y visto, como si fuera consecuencia directa lo uno de lo otro.

Recuerdo de aquella época adolescente y mojigata, que pugnaba por abrir espacios de libertad, el deseo de descubrir 'esos' libros, semiescondidos en las baldas de la biblioteca familiar. Títulos que parecían prometer una apertura a un mundo distinto y que hoy, la juventud despreciaría por blanditos. Pero era lo que estaba accesible, el principio de un camino de lectura para quien fuese capaz de buscar adecuadamente.