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Contra la segregación escolar, ¿un combate transversal?

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Bajo el auspicio de Esade se ha publicado, con notable eco mediático para el mundo educativo, el interesante estudio de Lucas Gortázar y Álvaro Ferrer titulado “Diversidad y libertad: Reducir la segregación escolar, respetando la libre elección de centro”, esforzado empeño de los autores por conjugar hasta lo razonablemente posible posiciones en conflicto permanente. Por lo que respecta a Euskadi, a lo que ya sabíamos de antes, que éramos la cuarta comunidad con mayor índice de segregación por razones socioeconómicas (“Mézclate conmigo”. Save the Children, 2018), se añade ahora el impactante dato de que somos la segunda comunidad que más segrega al alumnado inmigrante por detrás -y a distancia, eso sí- de Madrid, a partir de datos de PISA 2012 y 2015.

La segregación escolar, ese fenómeno que por medio de sutiles mecanismos de selección amplifica notablemente la segregación residencial, debería ser considerado un elemento vergonzante en una sociedad desarrollada y pretendidamente progresista como la vasca actual, caracterizada por ser crecientemente plural y mestiza. Un par de datos: la bajada en la tasa de nacimientos se muestra imparable y no sabemos si ha tocado suelo: en 2020, 14.721 nacimientos (casi 7.000 nacimientos menos de lo habitual hace una década). Pero, además, un 22% de las mujeres que dieron a luz en la primera mitad del año fueron de nacionalidad extranjera.

Tenemos un grave problema como sociedad, porque estamos construyendo una dualidad invisible. Llama la atención la parálisis a la que hemos asistido en el terreno educativo los últimos años, aplicando paños calientes en lugar de profundas reformas estructurales. El citado estudio señala lo siguiente: “Reformas recientes en distintos países desarrollados incluyen, entre otros, porcentajes mínimos y máximos de alumnos socialmente desaventajados en todos los centros, incentivos a los centros para priorizar alumnos socialmente desaventajados, evitar cuotas o copagos a la matriculación, mejorar los mecanismos de información y apoyo a padres y madres en procesos de escolarización, reformar los sistemas de asignación de plaza en caso de sobrematriculación en centros”. Con algún matiz, menos la última, todas ellas propuestas incluidas, junto a otras más, en la Iniciativa Legislativa Popular “Eskola Inklusiboa” que no llegó ni siquiera a ser aceptada a trámite (Eusko Legebiltzarra, 2018). ¿A qué esperamos para hacer frente a lo que debe ser una prioridad de país que concierne a todos los agentes educativos y a toda la sociedad?

Debe emerger una conciencia colectiva que comprenda que la segregación escolar no solo no es ética, sino que no es rentable económicamente

Concierne, naturalmente en primer lugar, a los responsables educativos actuales. Me consta que la cuestión preocupa en el actual Departamento y estoy expectante por comprobar hasta dónde va a llegar su audacia para tocar fibra social muy sensible. Algunos comprenderán la magnitud del reto y autolimitarán sus privilegios, pero a otros tendrán que limitárselos. Aún es pronto para emitir juicios. El tiempo apremia, pero hay que aceptar que las ideas suben en ascensor, pero las realizaciones van por la escalera.

Concierne a las Ikastolas porque la foto de la sociedad vasca se ha movido tanto en los últimos 60 años que ya no es posible la misma defensa indentitaria en contextos políticos, culturales y sociales tan diferentes a los que dieron lugar a su origen. El proyecto de construcción nacional de las ikastolas pierde credibilidad, si no es inclusivo, si no hay una corrección en la composición de las familias que acuden a las mismas. Las ikastolas son conscientes de que están ante un reto de capital importancia y se sienten incómodas ante un creciente cuestionamiento social. Hasta dónde sus movimientos sean meramente estratégicos o capaces de asumir toda la complejidad de nuestra sociedad es algo que pronto se verá.

Concierne a Kristau Eskola, que necesita tener una posición propia y beligerantemente combativa ante la segregación escolar. Aquí también está en juego la credibilidad de su propia identidad. Sencillamente, no es evangélico preocuparte más de tu propio espacio que de la justicia social. Nadie duda del compromiso social de algunos de sus centros, pero como patronal debe generar el necesario debate interno, que no estará exento de tensiones entre las distintas viabilidades de sus centros y, sobre todo, entre sus muy distintos planteamientos sociales.

Concierne a la Escuela Pública y a su titular que debe mejorar permanentemente su calidad y liberarse de algunas rigideces y servidumbres para ofrecer, como lo hace pese a ellas, proyectos atractivos también para la clase media, pero, ojo, no junto a proyectos revestidos de diversidad, que son enormes concentraciones de alumnado segregado. La burguesía progresista sabe escoger sus centros públicos (o mejor, sabe qué centros públicos no debe escoger). Algunos centros saben los mecanismos para librarse de determinado alumnado. Hay brechas poco aceptables entre centros públicos cercanos.

Recientemente, he participado de otra iniciativa de Zubiak Eraikiz por la que se han mantenido contactos con agentes de diferentes redes con el ánimo de hacer un pronunciamiento público en favor de la cohesión social educativa. No pudo ser al final la foto conjunta. Todo tiene sus ritmos y sus razones que hay que saber respetar. Pero la experiencia me ha dejado buen sabor de boca por la afinidad social encontrada en personas de proyectos educativos diferentes, por los diálogos sinceros que se establecieron y… por las suspicacias y recelos que esos movimientos han podido suscitar en sus ámbitos correspondientes.

Naturalmente, no se trata de ponerse estupendamente equidistante e ignorar la contribución de la Escuela Pública a la equidad social. Pero la dialéctica público-privado, con ser importante, no agota la interpretación del fenómeno de la segregación. Debe emerger una conciencia colectiva que comprenda que la segregación escolar no solo no es ética, sino que no es rentable económicamente. Hay que ponerse a la tarea de tejer de alianzas y construir un frente común y transversal contra la segregación escolar entre quienes, por encima de sus particulares ideologías, anteponen el principio básico de querer trabajar por una sociedad vasca cohesionada. En ese camino de progreso, y no en otro interés particular, por legítimo que sea, nos encontraremos. 

Bajo el auspicio de Esade se ha publicado, con notable eco mediático para el mundo educativo, el interesante estudio de Lucas Gortázar y Álvaro Ferrer titulado “Diversidad y libertad: Reducir la segregación escolar, respetando la libre elección de centro”, esforzado empeño de los autores por conjugar hasta lo razonablemente posible posiciones en conflicto permanente. Por lo que respecta a Euskadi, a lo que ya sabíamos de antes, que éramos la cuarta comunidad con mayor índice de segregación por razones socioeconómicas (“Mézclate conmigo”. Save the Children, 2018), se añade ahora el impactante dato de que somos la segunda comunidad que más segrega al alumnado inmigrante por detrás -y a distancia, eso sí- de Madrid, a partir de datos de PISA 2012 y 2015.

La segregación escolar, ese fenómeno que por medio de sutiles mecanismos de selección amplifica notablemente la segregación residencial, debería ser considerado un elemento vergonzante en una sociedad desarrollada y pretendidamente progresista como la vasca actual, caracterizada por ser crecientemente plural y mestiza. Un par de datos: la bajada en la tasa de nacimientos se muestra imparable y no sabemos si ha tocado suelo: en 2020, 14.721 nacimientos (casi 7.000 nacimientos menos de lo habitual hace una década). Pero, además, un 22% de las mujeres que dieron a luz en la primera mitad del año fueron de nacionalidad extranjera.