Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Unidad de España, S.A.
Tiene razón Javier Maroto cuando afirma, en una reciente entrevista de prensa, que ahora al PP de Casado se le entiende todo. Porque es un partido que ha decidido al fin abandonar complejos y decir lo que piensa. De modo que, ya sin pelos en la lengua, fortalecido con las vitaminas marca Vox, y siempre con la postverdad por delante, vende sin rubor que ha ganado unas elecciones que, en realidad, ha perdido estrepitosamente; y deja clara cuál va a ser su hoja de ruta para el “aperitivo” andaluz de la posterior reconquista de España: formar un frente nacional con la ultraderecha, y los servicios auxiliares de Ciudadanos, para expulsar a los socialistas y a la izquierda de cualquier instancia de poder. Ese es el verdadero cordón sanitario que hay que montar, y no el que algunos alucinados izquierdistas piden para el partido de Abascal, que es, según Aznar, de un constitucionalismo impecable, digno del mejor abertzalismo español.
Y los patriotas tienen que dejarse de tonterías democráticas secundarias y unirse contra sus peores enemigos: el Partido Socialista y el Gobierno de Pedro Sánchez, responsable máximo de que España se rompa. Y, en esa línea, Maroto, con la claridad de ideas que le caracteriza, ya ha desvelado cuál va a ser la primera medida que tomará ese Gobierno alternativo que está al caer y será presidido por Casado: volver a aplicar en Cataluña el artículo 155 de la Constitución, pero esta vez sin blanduras y sin límites de tiempo; si es para cuarenta años, todavía mejor: así dará tiempo a que los jóvenes catalanes se cambien de trapos y acostumbren a salir a la calle envueltos en banderas rojigualdas; y, de paso, a que nos vayamos haciendo a la idea de lo prescindible que es la España constitucional de las autonomías.
Según los palmeros mediáticos de las derechas que vienen a salvarnos, eso, tener un Gobierno del todo español que dé la caña debida al independentismo, es lo que de verdad desea la mayoría social de este país. Una mayoría que no puede conciliar el sueño por culpa de Cataluña; y, como no tiene otra cosa en qué pensar, exige un buen escarmiento gubernativo para que el separatismo en su conjunto vaya enterándose de quién manda aquí. Un análisis quizá demasiado optimista, dado el bajo nivel del patriotismo hispano.
Hay que tener en cuenta de entrada que ser español de verdad, y con todas las consecuencias, exige una altura intelectual que muy pocos están en condiciones de poseer. Porque hay mucha ignorancia y demasiada gente que no conoce cuáles son sus problemas reales y prioritarios. De ahí que, mientras el país se hunde, haya muchos –quizá los acostumbrados a no ser “españoles de bien”- que sólo piensan en sus pequeñas cosas y se empeñan en mantener que lo más preocupante es el desempleo, el trabajo precario, la corrupción o la falta de vivienda, como resaltan todas las encuestas de opinión. ¡Y hasta se atreven a sugerir que resolver esos problemas deberían ser nuestros principales objetivos nacionales!
Y, además de ignorancia, hay también mucho egoísmo. Y mucha falta de grandeza. Y ningún espíritu de sacrificio. Hoy escasean alarmantemente los dispuestos a seguir el espíritu de Kennedy, para decir abiertamente lo que están dispuestos a hacer por España, en lugar de preguntarse qué es lo que España está dispuesta a hacer por ellos. Abundan, por el contrario, los que prefieren tener a España bajo sus pies, como algo sólido con capacidad para sostenerlos. No quieren defender a España. Pretenden que sea España la que les defienda.
Por extraño que pueda parecer, hay mucha gente con mentalidad muy provinciana, atada a la idea de que no hay más patria que su propia casa; y se resiste a entender que la expresión más elevada de patriotismo, puesta en práctica por la derecha “embotellada”, consista en vender a bajo precio parcelas del territorio nacional, en forma de viviendas públicas, a fondos buitre de otros países, que puedan elevar a su gusto los alquileres y dejar, así, a los inquilinos que las habitan en la calle. ¡Como si las calles no fueran españolas!
Tampoco entiende esta gente la relación que puede existir entre defender la patria común e indivisible y dejar a sus ciudadanos 6.000 millones de euros más pobres (billonariamente más pobres en pesetas), por la insistencia de los españoles auténticos en mantener las necesarias políticas de recortes sociales, que tan bien nos han venido en nuestra cura de adelgazamiento como país; y, dicho sea de paso, en nuestra necesaria independencia, porque, ¡a ver si va a ser la Unión Europea la que nos diga qué márgenes de déficit podemos irnos permitiendo, después de negociar con un Gobierno ilegítimo!
Y si a toda esa gente se le preguntara qué parte de “es el mercado, amigo” no ha entendido, respondería seguramente que ninguna. Porque esa es la verdadera razón que impide el arraigo en España de un patriotismo de fuste que haga frente con eficacia al separatismo y al socialismo populista: que los españoles, probablemente una mayoría de ellos, no saben hacerse ricos y son, por tanto, incapaces de ver que España es una Unidad de Mercado en lo Universal; y que, por eso mismo, los mejores gobiernos que aquí se pueden tener son los que se inspiran en los sanos principios de una buena sociedad anónima.
Pero eso aquí se entiende mal. Prueba de ello es que tenemos entre rejas nada menos que al padre del milagro económico español, víctima del virus igualitario que tanto lastra nuestro desarrollo. Y del resentimiento que produce entre quienes ni son ricos por su ineptitud ni quieren que otros lo sean por sus merecimientos. Éste es el país que tenemos, contaminado por la demagogia de la izquierda. ¡A ver si no es como para que nos salven, aunque sea a pesar nuestro! ¡Si es por nuestro bien!
Tiene razón Javier Maroto cuando afirma, en una reciente entrevista de prensa, que ahora al PP de Casado se le entiende todo. Porque es un partido que ha decidido al fin abandonar complejos y decir lo que piensa. De modo que, ya sin pelos en la lengua, fortalecido con las vitaminas marca Vox, y siempre con la postverdad por delante, vende sin rubor que ha ganado unas elecciones que, en realidad, ha perdido estrepitosamente; y deja clara cuál va a ser su hoja de ruta para el “aperitivo” andaluz de la posterior reconquista de España: formar un frente nacional con la ultraderecha, y los servicios auxiliares de Ciudadanos, para expulsar a los socialistas y a la izquierda de cualquier instancia de poder. Ese es el verdadero cordón sanitario que hay que montar, y no el que algunos alucinados izquierdistas piden para el partido de Abascal, que es, según Aznar, de un constitucionalismo impecable, digno del mejor abertzalismo español.
Y los patriotas tienen que dejarse de tonterías democráticas secundarias y unirse contra sus peores enemigos: el Partido Socialista y el Gobierno de Pedro Sánchez, responsable máximo de que España se rompa. Y, en esa línea, Maroto, con la claridad de ideas que le caracteriza, ya ha desvelado cuál va a ser la primera medida que tomará ese Gobierno alternativo que está al caer y será presidido por Casado: volver a aplicar en Cataluña el artículo 155 de la Constitución, pero esta vez sin blanduras y sin límites de tiempo; si es para cuarenta años, todavía mejor: así dará tiempo a que los jóvenes catalanes se cambien de trapos y acostumbren a salir a la calle envueltos en banderas rojigualdas; y, de paso, a que nos vayamos haciendo a la idea de lo prescindible que es la España constitucional de las autonomías.