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¿Nuestros valores? ¿Cuáles?

De un tiempo a esta parte, no sé qué me parece más preocupante: si los periódicos atentados yihadistas en territorio europeo o las respuestas oficiales que reciben sobre la defensa de nuestros valores. Entre otras razones, porque los que matan en nombre de Alá, seguirán matando en coherencia con su manera de ¿pensar? Y no parece tan claro que esa coherencia acompañe a nuestros Gobiernos en lo que dicen defender. Y, además, me quedo siempre sin saber qué valores son los prioritariamente defendibles: cuáles son los realmente serios por cotizar en bolsa; y cuáles se refieren a “bobadas” como los derechos de las personas, absolutamente prescindibles por falta de rentabilidad económica.

Lo que está ocurriendo en Gran Bretaña podría ilustrar bien este desconcierto. No deja de ser altamente significativo que la primera ministra británica, Theresa May, en su carta de activación del Brexit, subordinara la cooperación de su país en la lucha contra el crimen y el terrorismo a la obtención de un acuerdo comercial con la UE que sea ventajoso para ese Reino cada vez menos Unido que gobierna; y mantenga tal actitud pocos días después del atentado sangriento de Londres frente al Parlamento, dejando entrever que garantizar la seguridad de los ciudadanos, competencia básica de cualquier Estado que se precie, será siempre algo secundario en relación con los intereses de los poderes económicos.

En la Europa regida por la involución conservadora ocurren estas cosas. Porque es la Europa cada vez más colonizada por el “realismo económico”. Un realismo ajeno por completo a cualquier injerencia de los poderes públicos en la marcha de la “economía real” y a objetivos tan poco razonables como el avance en la igualdad y en los derechos sociales de la gente. Y, claro, la gente se enfada, porque ha cogido la extraña costumbre de no querer vivir mal. Y aparece la demagogia. Y, con la demagogia los populismos y la desintegración nacionalista. Y la extrema derecha, o el fascismo puro y duro, enseñan los colmillos, en tanto que la socialdemocracia (al fin y al cabo corriente política del “sistema”) se va por el sumidero…

Parece, pues, que los sueños de la razón económica producen abundantes monstruos por el viejo –y durante siglos tan castigado- solar europeo. O más bien los reproducen. Y en tal ambiente, y por el bien de todos, lo más sensato y urgente sería recuperar un nuevo realismo. El que ponga en valor principios esenciales que han guiado a lo largo de los años la construcción de la Europa política. La que entra en crisis cuando sus ciudadanos se sienten ninguneados y desplazados por la omnipotencia del mercado. El realismo que, por ejemplo, le ha llevado al vicepresidente primero de la UE, Frans Timmermans, a manifestar, en declaraciones de prensa, que “las políticas sociales son el mejor remedio contra los populismos”; o que “cuando mira a la UE la gente ve más peligro que protección”.

Son afirmaciones hechas al hilo del sesenta aniversario del Tratado de Roma. Afirmaciones lógicas en un representante institucional adscrito a la socialdemocracia, aunque inexplicablemente no se hayan prodigado en los últimos tiempos en el espacio europeo. Quizá porque no se hayan visto como hasta ahora las orejas al lobo. Y, en lo que dice Timmermans, habla la voz de la desgraciada experiencia. Su partido, el Partido del Trabajo holandés, ha pasado, en las recientes elecciones, de tener 38 escaños en el Parlamento a contar con 9; y de ser la segunda fuerza del país a convertirse en la séptima. Un descalabro atribuido a las medidas de austeridad que el Partido del Trabajo aplicó desde el Ministerio de Finanzas en el Gobierno de coalición que mantuvo con los liberales.

¡Como para no aprender la lección y andarse con rodeos a la hora de sacar las conclusiones debidas! La fundamental: que o se apuesta por una Europa social y democrática, en la que la gente se vea protegida, o sencillamente Europa no va a tener futuro. Y la socialdemocracia tampoco.

De un tiempo a esta parte, no sé qué me parece más preocupante: si los periódicos atentados yihadistas en territorio europeo o las respuestas oficiales que reciben sobre la defensa de nuestros valores. Entre otras razones, porque los que matan en nombre de Alá, seguirán matando en coherencia con su manera de ¿pensar? Y no parece tan claro que esa coherencia acompañe a nuestros Gobiernos en lo que dicen defender. Y, además, me quedo siempre sin saber qué valores son los prioritariamente defendibles: cuáles son los realmente serios por cotizar en bolsa; y cuáles se refieren a “bobadas” como los derechos de las personas, absolutamente prescindibles por falta de rentabilidad económica.

Lo que está ocurriendo en Gran Bretaña podría ilustrar bien este desconcierto. No deja de ser altamente significativo que la primera ministra británica, Theresa May, en su carta de activación del Brexit, subordinara la cooperación de su país en la lucha contra el crimen y el terrorismo a la obtención de un acuerdo comercial con la UE que sea ventajoso para ese Reino cada vez menos Unido que gobierna; y mantenga tal actitud pocos días después del atentado sangriento de Londres frente al Parlamento, dejando entrever que garantizar la seguridad de los ciudadanos, competencia básica de cualquier Estado que se precie, será siempre algo secundario en relación con los intereses de los poderes económicos.