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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Se van a enterar estos griegos

No es necesario ser un entusiasta de Syriza para recordar que las primeras amenazas de expulsión de la zona euro le llegaron a Grecia nada más convocarse sus últimas elecciones. Y no porque el partido que las ganó se negara a pagar las deudas contraídas con los acreedores, sino porque pretendía hacerlo de manera más flexible; y en términos probablemente más moderados de los que ahora mismo viene expresando el Fondo Monetario Internacional. Desde entonces, no hubo en el escenario europeo señal alguna de conceder al nuevo Gobierno la menor baza diplomática para que Tsipras pudiera defender ante sus conciudadanos un acuerdo mínimamente digno y asumible.

El ministro Schäuble, sobre todo, se ha comportado en este proceso como el camorrista que, al entrar en una librería, le dice al dependiente: “Quiero que me des un libro para hacer amigos, calvo de mierda”. No es ésta precisamente la mejor forma de establecer un diálogo constructivo; pero sí la más indicada para hacer valer la propia fuerza a los interlocutores incómodos, a quienes se viene a decir: “Podéis meteros vuestras consultas populares por donde os quepa. Si no queréis taza, taza y media. Y os vais a beber el brebaje hasta la última gota”. Porque se trataba de eso. Se trataba de decir: “Se van a enterar estos griegos. Y los españoles cuando toque y sean convocados a las urnas, si votan lo que no deben”. Éste era el objetivo de la troika y de su vanguardia política en Europa: la encabezada por el Gobierno de Anjela Merkel y de su ceñudo ministro de Finanzas.

Y este objetivo, mantenido hasta las últimas consecuencias, es el que ha conducido finalmente al trágala que se le ha impuesto al primer ministro griego, para que su país pueda acceder al tercer rescate. El mensaje está claro. La insumisión política no cabe en la Europa dominada por los poderes económicos. Y es un mensaje de largo alcance. Un aviso a navegantes, por si hay quien no entiende aún que el Estado de bienestar, en la Europa de hoy, es algo anacrónico y destinado a desaparecer; por si hay quien piensa que pueden revertirse alegremente las reformas laborales o las privatizaciones de los servicios públicos o las políticas de austeridad y empobrecimiento colectivo que fueron impuestas por los mercados a todos los Gobiernos, supuestamente para combatir la crisis económica.

Por si alguien, en fin, no se ha enterado de que no existen alternativas políticas a las que dictamina el Capital; y de que, por tanto, el modelo europeo –el que venía combinando las libertades individuales con la protección social- está tocando a su fin. Y la democracia poco puede hacer para salvaguardarlo. Desgraciadamente (y por utilizar la imagen que puso en circulación Felipe González para referirse a los expresidentes de Gobierno), la democracia en Europa se está convirtiendo a pasos agigantados en ese jarrón chino sumamente valioso, pero que nadie sabe dónde colocar para que no incordie. Es una democracia cansina y envejecida, que marcha en silla de ruedas por los senderos obligados del pensamiento único. Y empieza a molestar seriamente a los poderes financieros. A no ser, claro está, que los ciudadanos voten a la derecha y se comporten responsablemente; y no como los griegos, que se equivocaron al votar. Y así les va.

No es necesario ser un entusiasta de Syriza para recordar que las primeras amenazas de expulsión de la zona euro le llegaron a Grecia nada más convocarse sus últimas elecciones. Y no porque el partido que las ganó se negara a pagar las deudas contraídas con los acreedores, sino porque pretendía hacerlo de manera más flexible; y en términos probablemente más moderados de los que ahora mismo viene expresando el Fondo Monetario Internacional. Desde entonces, no hubo en el escenario europeo señal alguna de conceder al nuevo Gobierno la menor baza diplomática para que Tsipras pudiera defender ante sus conciudadanos un acuerdo mínimamente digno y asumible.

El ministro Schäuble, sobre todo, se ha comportado en este proceso como el camorrista que, al entrar en una librería, le dice al dependiente: “Quiero que me des un libro para hacer amigos, calvo de mierda”. No es ésta precisamente la mejor forma de establecer un diálogo constructivo; pero sí la más indicada para hacer valer la propia fuerza a los interlocutores incómodos, a quienes se viene a decir: “Podéis meteros vuestras consultas populares por donde os quepa. Si no queréis taza, taza y media. Y os vais a beber el brebaje hasta la última gota”. Porque se trataba de eso. Se trataba de decir: “Se van a enterar estos griegos. Y los españoles cuando toque y sean convocados a las urnas, si votan lo que no deben”. Éste era el objetivo de la troika y de su vanguardia política en Europa: la encabezada por el Gobierno de Anjela Merkel y de su ceñudo ministro de Finanzas.