Blogs Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Puigdemont estira la cuerda pero no rompe con Sánchez
El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía
OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

El 11-M: Cuando los vascos creímos que había sido ETA

En el transcurrir de las primeras horas de aquel 11-M de hace ya 10 años el número de víctimas aumentaba una tras otra inmisericorde. Eran los seres queridos de tantos; desconocidos que generaban toneladas de compasión, para todos. En Euskadi, la tragedia estalló envuelta en más miedo: el temor de que ETA fuera la autora de la masacre. Y, de que, además, pretendiera sellarla en nombre del pueblo vasco.

Porque, hay que reconocerlo, fuimos mayoría quienes en los interminables primeros minutos señalamos a la organización armada con el dedo acusador. El desconocimiento sobre el terrorismo yihadista en España y tantos años de iniciar el día con el sobresalto de un atentado cayeron sobre la ciudadanía vasca como una losa. Y, en esta ocasión, estábamos convencidos de que no habría manera de soportar su peso.

Los vascos tuvimos pavor de que se cargara sobre nuestras conciencias una acción criminal que, más que nunca, era imposible de justificar. Terror de que volviera a pender de nuestras gargantas como una maldición la etiqueta de vasco. Angustia de regresar al túnel del tiempo cuando éramos mirados de soslayo o directamente señalados como cómplices.

Así que, las noticias que se iban conociendo durante las primeras horas del 11-M no solo nos indignaron y llenaron el rostro de lágrimas sino que, además, atormentaron. Los periodistas vascos que esos días realizaban su trabajo en Madrid intentaban ocultar su origen. Quienes habían hecho de esa ciudad su lugar de residencia susurraban plegarias para que no fuera ETA. Había mucho dolor, pero también vergüenza, aunque no tuviéramos nada que ver.

Tal era el grado de preocupación que el lehendakari Juan José Ibarretxe, entonces al frente del Gobierno autónomo, se apresuró a hablar y en una declaración pública culpó a ETA de la masacre y tildó de artimañas a sus militantes. Otros partidos se le fueron uniendo. Se equivocó Ibarretxe, aunque eso lo supimos poco después. ¿Podría haber esperado a disponer de más información? Sí. Pero, hay ocasiones en que urge tomar decisiones, aunque sean arriesgadas y resulten equivocadas. Interpretarlas a posteriori es demasiado fácil y no tiene sentido si no es para aprender.

El lehendakari atizó las angustias, es cierto. Pero, llegó Arnaldo Otegi y, ahora sí, sus palabras dieron un vuelco hasta lo que entonces se venía contando. Porque si había alguien que tendría que saber si ETA estaba detrás de los crímenes o no era él. Eso pensábamos.

Eran los primeros minutos tras el atentado de aquel aciago 11 de marzo y solo se tenía conocimiento de que había siete muertos. Todos culpaban a ETA. Pero, ya entonces, tan temprano, Arnaldo Otegi estaba seguro de que los ataques no llevaban la firma de la organización. Y, así, se lo comentó a Joseba Permach en una conversación telefónica: esto no es una acción de ETA, le dijo, según recordaba en un artículo el periodista de Gara Iñaki Iriondo, con motivo del cuarto aniversario de los atentados.

Eran poco más de las nueve de la mañana y la lista de muertos ya superaba la centena. El dirigente de la izquierda abertzale tenía concertada una entrevista con Mariano Ferrer en Herri Irratia. Y, allí, en antena, rechazó la autoría de ETA, sostuvo que los atentados de Madrid tenían relación con la participación española en la guerra de Irak y que sus autores eran grupos yihadistas. Incrédulo, Mariano Ferrer sospechó que como Otegi no podía asumir la matanza, se la atribuía a los islamistas. ¡“Qué listo es este tío”!, pensó.

Unas horas después, a las 13.00 horas, Otegi compareció en rueda de prensa para desvincular a ETA del atentado criminal. Ello supuso un giro copernicano en las mentes de los ciudadanos vascos y también en las de la mayoría del resto de España y del extranjero. ETA desmintió después cualquier participación en los hechos y ya nadie dudó que detrás de los atentados estaban las bombas de Al Qaeda. La ciudadanía vasca sumergida en la incertidumbre, emergía y respiraba hondo.

Escribo “nadie dudó” pero sabemos que el Gobierno del PP se empeñó en poner el círculo rojo a ETA y usó el engañó con premeditación y alevosía. No dudó en enviar telegramas a las embajadas para desmentir a Otegi, presionar a los corresponsales extranjeros y hasta empujar al Consejo de Seguridad de la ONU para que atribuyeran a ETA los crímenes, por citar algunas de sus actuaciones.

Sin embargo, no existen las victorias duraderas, solo el devenir de los acontecimientos: la sociedad se rebeló ante el engaño y el PP terminó perdiendo el poder.

Hubo medios de comunicación que acompañaron entonces y durante los siguientes años a este partido en una de las mayores infamias de la historia del periodismo. Son historias que ya conocemos.

Frente a tanta falacia, mujeres como Pilar Manjón, que perdió a su hijo Daniel de 20 años entre las bombas. Su rostro dolido y cuerpo enlutado nos acompaña desde aquellos tenebrosos días. Su voz y sus palabras siempre rebosan dignidad y valentía. Es la presidenta de Víctimas del 11-M. Ha sufrido amenazas e insultos que nadie podría resistir por sostener, entre otras verdades, que no fue ETA quien asesinó a su hijo.

En una entrevista de las muchas que le han hecho estos días le preguntaban ¿Cree que habrían sufrido menos si hubiera sido ETA? Esta es su respuesta: “Por supuesto, porque entonces seríamos víctimas de primera. ¿Ha oído alguna vez insultos contra la madre de Miguel Ángel Blanco? Pues yo he llevado ocho años escolta. Hace dos años que me la quitaron”.

Lamentablemente, tiene toda la razón. Sin embargo, los vascos habríamos sufrido más. Habríamos tenido que vivir enterrados bajo pedregosas toneladas de desprecio.

En el transcurrir de las primeras horas de aquel 11-M de hace ya 10 años el número de víctimas aumentaba una tras otra inmisericorde. Eran los seres queridos de tantos; desconocidos que generaban toneladas de compasión, para todos. En Euskadi, la tragedia estalló envuelta en más miedo: el temor de que ETA fuera la autora de la masacre. Y, de que, además, pretendiera sellarla en nombre del pueblo vasco.

Porque, hay que reconocerlo, fuimos mayoría quienes en los interminables primeros minutos señalamos a la organización armada con el dedo acusador. El desconocimiento sobre el terrorismo yihadista en España y tantos años de iniciar el día con el sobresalto de un atentado cayeron sobre la ciudadanía vasca como una losa. Y, en esta ocasión, estábamos convencidos de que no habría manera de soportar su peso.