Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Lo mejor de la vida
La democracia, la auténtica, aburre. Los países nórdicos –de los que nada sabemos más que las heladoras temperaturas del largo invierno y el elevado índice de suicidios que la tediosa oscuridad provoca– conforman en nuestro limitado conocimiento una tópica y típica estampa de casas de madera junto a lagos de aguas grises sobrevolados por gaviotas también grises que parecen haber leído a Ibsen y donde la democracia no es más que un horizonte crepuscular con una larga tradición de silencios, monomanías alcohólicas, aburrimiento y gobiernos formados por personas anodinas pero honestas y eficaces.
Los gatos ronronean plácidamente tumbados en cestas de mimbre. Las amas de casa escriben novelas relatando pavorosos crímenes domésticos. Los niños aprenden a descifrar los misterios de la música a una edad temprana y sus padres se buscan a sí mismos tallando maderas de abedul en garajes cercados por la nieve o azotándose la espalda con ramas de abeto en lo alto de una colina batida por el viento boreal. Nada de lo que ocurre allí resulta extraordinario. No hay acontecimiento de país escandinavo alguno que sea destripado en nuestras tertulias radiofónicas. No hay noticia procedente de estos parajes que se nos atragante junto con el periódico, las tostadas, el zumo de naranja y el café con leche del desayuno.
Por el contrario en nuestro ruidoso país todas las mañanas nos desayunamos con un surtido variado de corruptelas, escándalos, toques de arrebato y otras diversas inconveniencias: con las tropelías, por ejemplo, de algún dirigente político aupado al poder debido a su descomunal desfachatez, con un nuevo registro de la Guardia Civil en cualquier sede del Partido Popular, con una nueva apocalíptica rueda de prensa del vicepresidente Iglesias o con una nueva dimisión de Esperanza Aguirre. Todo esto genera mucho entusiasmo en los medios de comunicación, pero no tanto entre quiénes sostienen este Estado, o sea, los contribuyentes.
La democracia, la auténtica, aburre. Así, en definitiva, se trata de que después de tantos años de vivir en un estado de saturación de problemas, podamos aburrirnos como realmente nos merecemos y en las tertulias radiofónicas y televisivas no se hable más que de literatura caucásica, niños prodigios, ornamentos florales, apariciones marianas o terneros nacidos con dos cabezas, ya que el aburrimiento es un producto, una consecuencia: la consecuencia de los problemas resueltos, de los peligros evitados, de los dolores consolados, de las desgracias amortiguadas... Dado que eso, al parecer, es lo único a lo que se puede aspirar en este disparatado mundo, es, sin lugar a dudas, lo mejor de la vida.
La democracia, la auténtica, aburre. Los países nórdicos –de los que nada sabemos más que las heladoras temperaturas del largo invierno y el elevado índice de suicidios que la tediosa oscuridad provoca– conforman en nuestro limitado conocimiento una tópica y típica estampa de casas de madera junto a lagos de aguas grises sobrevolados por gaviotas también grises que parecen haber leído a Ibsen y donde la democracia no es más que un horizonte crepuscular con una larga tradición de silencios, monomanías alcohólicas, aburrimiento y gobiernos formados por personas anodinas pero honestas y eficaces.
Los gatos ronronean plácidamente tumbados en cestas de mimbre. Las amas de casa escriben novelas relatando pavorosos crímenes domésticos. Los niños aprenden a descifrar los misterios de la música a una edad temprana y sus padres se buscan a sí mismos tallando maderas de abedul en garajes cercados por la nieve o azotándose la espalda con ramas de abeto en lo alto de una colina batida por el viento boreal. Nada de lo que ocurre allí resulta extraordinario. No hay acontecimiento de país escandinavo alguno que sea destripado en nuestras tertulias radiofónicas. No hay noticia procedente de estos parajes que se nos atragante junto con el periódico, las tostadas, el zumo de naranja y el café con leche del desayuno.