Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Vocaciones
El 2 de febrero del año 1901 el cortejo fúnebre procedente de la isla de Wight, donde la reina Victoria había fallecido, llegó a Londres. 20.000 soldados le acompañaron en su último viaje, mientras otros 30.000 formaban una guardia de honor a lo largo de las calles. Tras el ataúd caminaban el emperador alemán, los reyes de Portugal y Grecia, cinco príncipes herederos, catorce príncipes, dos grandes duques, un archiduque, cinco duques y muchos otros dignatarios menores.
En el funeral de la reina Victoria, fallecida el 22 de enero de 1901, el Imperio Británico se disponía a despedir de esta manera no solo a una personaje legendario sino también a toda una época de guerras coloniales, cofias, niñeras inglesas, manchas de hollín en el rostro de niños mineros y miembros del cuerpo diplomático que regresaban a la metrópoli desde Hong Kong o la India cargados de medallas, opio, enfermedades venéreas, sirvientes hindúes y litros de ginebra corriendo por sus venas.
En ese mismo día de invierno, en la brumosa capital del Imperio, en una habitación de una pensión barata de espesos cortinones, camas paleolíticas de hierro y baño compartido, en el barriada de Camberwell, el menudo y bigotudo escritor japonés Natsume Soseki, nacido en 1867 y fallecido en 1916, anotó en una especie de diario, que poco después publicaría con el título de Carta de Londres, la siguiente reflexión: “Trabajar con la recompensa como objetivo es el colmo de la vulgaridad. Es una idea aún más innoble que la clase de sabiduría común que dice despreciablemente: hagamos buenas obras en este mundo a fin de que, cuando muramos, podamos ir al cielo y pasar el futuro junto con los sapos sobre hojas de loto”.
Esta postura ante el trabajo no parece que tenga muchos adeptos en la sociedad capitalista que se iniciara con la Revolución Industrial promovida por los empresarios y los gobiernos de la mencionada era Victoriana. Si no tenemos en cuenta a nuestros grandes empresarios, que parecen disfrutar mucho no pagando las horas extras de sus empleados, no se puede asegurar que la reflexión del escritor japonés cuente con muchos partidarios entre los ciudadanos que aún trabajamos con la pretensión de percibir un salario; costumbre esta, por cierto, cada vez más en desuso entre los propietarios de los medios de comunicación que parecen haber decidido que la mayoría de los periodistas, dada su mala reputación, supongo, han de trabajar, cuando no gratis, si para percibir tan solo unas pocas monedas sudadas, siempre, eso sí, que trabajen al dictado de la ideología de los propietarios, por muy repugnante que esta sea.
Las vocaciones, que no son más que la perseverancia en una obsesión o en una locura, que viene a ser lo mismo, son cada vez más escasas
Las vocaciones, que no son más que la perseverancia en una obsesión o en una locura, que viene a ser lo mismo, son cada vez más escasas. Mucho más las vocaciones que no te proporcionan dinero, contactos y un blando bienestar de chándal, móvil, monovolumen, pizza a domicilio y muchas pantallas al alcance de los ojos donde desentendernos el máximo tiempo posible de nosotros mismos. Lo que prima es la obtención de una seguridad económica, tal vez por eso la juventud en nuestra comunidad, aspire en su mayoría, casi un 75%, a un puesto de trabajo en la administración pública, ya que cualquier puerto es un buen refugio cuando azota el temporal. No es esta una tarea fácil. Memos en días de contratos basura, trabajos precarios, sueldos de miseria, trabajadores casi mendigos y miles de contribuyentes disputándose una plaza de bedel, por ejemplo, en la escuela pública de un barrio dejado de la mano de dios.
Pero he aquí que la trama corrupta de las oposiciones a Osakidetza, trama muy poco divulgada por los medios, nos da unas cuantas pistas de como, sin dejarse las cejas ante los temarios, los jóvenes pueden obtener la ansiada plaza dentro de la administración pública vasca: lo primero el Partido, lo último la capacidad profesional. El mérito supeditado a la ideología. Como en los territorios menos democráticos. Parece ser que esta es la puerta principal de entrada para acceder a lo que tantos y tantos de nuestros jóvenes persiguen: una nómina indestructible.
El 2 de febrero del año 1901 el cortejo fúnebre procedente de la isla de Wight, donde la reina Victoria había fallecido, llegó a Londres. 20.000 soldados le acompañaron en su último viaje, mientras otros 30.000 formaban una guardia de honor a lo largo de las calles. Tras el ataúd caminaban el emperador alemán, los reyes de Portugal y Grecia, cinco príncipes herederos, catorce príncipes, dos grandes duques, un archiduque, cinco duques y muchos otros dignatarios menores.
En el funeral de la reina Victoria, fallecida el 22 de enero de 1901, el Imperio Británico se disponía a despedir de esta manera no solo a una personaje legendario sino también a toda una época de guerras coloniales, cofias, niñeras inglesas, manchas de hollín en el rostro de niños mineros y miembros del cuerpo diplomático que regresaban a la metrópoli desde Hong Kong o la India cargados de medallas, opio, enfermedades venéreas, sirvientes hindúes y litros de ginebra corriendo por sus venas.