Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La nueva vieja normalidad electoral
En un breve pero interesante ensayo sobre la realidad que puede estar configurándose tras la pandemia del coronavirus (¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo, Debate 2020), el politólogo búlgaro Ivan Krastev considera que “el verdadero peligro para las democracias liberales europeas es la posibilidad de que la COVID-19 nos mantenga fuera de las calles no solo durante varios meses, sino durante varios años”. Lo cierto es que las condiciones en las que viene desarrollándose la vida política en España y en Euskadi desde marzo y, en particular, la forma en que está teniendo lugar la actual campaña electoral, transmite una impresión poco tranquilizadora.
Y ello no tanto por la ausencia de grandes mítines, de fotos de grupos numerosos, de apretones de manos y de repartos de abrazos, caramelos, bolígrafos y otros cachivaches. Ninguna de estas ausencias me parece demasiado relevante, más allá de su efecto mediático. Que las y los candidatos no nos besen, no nos estrechen la mano, no nos convoquen a reunirnos, no se nos acerquen por la calle…; al fin y al cabo, según los códigos con los que funciona la política en la actualidad, lo normal es que no lo hagan, que en el día a día se mantenga un distanciamiento casi total entre electores y elegidos, por lo que podemos pasar perfectamente, creo, sin ese tipo de efusiones electoralistas sobreactuadas.
Pero sí es cierto que la ausencia de esa política de calle, incluso cuando en parte se reduzca a mera estrategia electoral, supone una amenaza a la política democrática. “Los mítines electorales y las manifestaciones masivas dan a los ciudadanos un sentido de la pertenencia que la participación en las elecciones no proporciona”, afirma Krastev. Tiene razón, sobre todo por lo que se refiere a la segunda de las acciones, las manifestaciones y movilizaciones ciudadanas, fundamento de la vida democrática.
Lo describe maravillosamente Javier Pérez Andújar en Paseos con mi madre (Tusquets 2011): “La democracia la fueron conquistando estos hombres y mujeres calle por calle, árbol por árbol. […] esa es la democracia que hicieron realidad estas gentes encerrándose en los locales de sus asociaciones de vecinos, encadenándose a verjas, cortando el tráfico, protestando en la calle, luchando. La democracia es algo que se ve y se toca, y donde no se percibe es que no la hay”. Y lo comprobó el académico de Harvard Michael Ignatieff cuando en 2004 aceptó presentarse como candidato del partido Liberal a las elecciones presidenciales canadienses: “Tan pronto como la democracia pierda su vinculación con lo físico, tan pronto como el lugar de la política no sea el salón de actos, la sala de estar, el restaurante o el bar local y resida únicamente en la pantalla de televisión y en una página web, tendremos problemas, porque estaremos totalmente en las manos de los asesores de imagen y de las fantasías que inventan” (Fuego y cenizas, Taurus 2014). Y estos días, ciertamente, cuesta percibir la democracia: no ha habido jamás una campaña electoral tan poco física, tan poco callejera, tan confinada, tan socialmente distanciada.
Sin embargo, no parece que este distanciamiento higiénico vaya a aumentar el distanciamiento afectivo (desafección) del electorado, sobre el que tanto se ha escrito y discutido en los últimos años. Al menos en Euskadi.
El Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno Vasco ha realizado dos encuestas preelectorales, una en marzo, antes de la declaración del estado de alarma, y otra en junio. Las estimaciones de abstención eran del 35% en marzo, y aunque han aumentado hasta el 41% en junio, nada hace pensar que vaya a dispararse hasta los niveles de las municipales francesas. De hecho, el fuerte incremento del voto por correo (un 270%) indica que el miedo a acudir a las mesas electorales no se transformará en abstención masiva. Recordemos, en este sentido, que en las elecciones autonómicas de 2016 la abstención fue del 39,98%. Participaremos más o menos igual.
Todo indica, también, que el hecho de celebrar estas elecciones tras estos meses de pandemia, con sus gravísimas secuelas sanitarias y económicas, no va a pasar factura a los partidos del gobierno
Todo indica, también, que el hecho de celebrar estas elecciones tras estos meses de pandemia, con sus gravísimas secuelas sanitarias y económicas, no va a pasar factura a los partidos del gobierno. ¿Por qué debería hacerlo, podemos preguntar? Y en el caso de Euskadi con más razón, ya que ni siquiera la crisis de 2008 afectó sensiblemente a la posición dominante del PNV. Tampoco ahora.
Las proyecciones del Gabinete de Prospección Sociológica apuntan a un notable incremento en el número de escaños para el PNV, un aumento algo menor para el PSE, una estabilización al alza en el caso de EHBildu y un claro descenso para Elkarrekin Podemos y la coalición PP-Cs.
Otras encuestas, como el barómetro de junio del CIS, del 24 de junio, amplían incluso las posibilidades de reeditar la coalición PNV-PSE, dando a los nacionalistas una horquilla de entre 31 y 34 escaños y a los socialistas de 11-13.
En su citado ensayo, Krastev considera que a medida que vayamos superando lo peor de la pos-pandemia las sociedades europeas irán volviendo a la vieja normalidad política, con su retórica crítica hacia los gobiernos de turno, pero por ahora lo que el electorado parece buscar es un Gobierno “competente”, signifique esto lo que signifique para cada cual. En Euskadi parece que la “nueva” normalidad electoral se va a parecer muchísimo a la vieja.
El PNV ha salido de estos meses sin que su imagen de competencia se haya visto debilitada, más bien al contrario: asuntos que antes de la pandemia agitaban el escenario político vasco (el caso De Miguel, las irregularidades en las OPE de Osakidetza y, sobre todo, el trágico derrumbe del vertedero de Zaldibar) han quedado eclipsados por el coronavirus. Ese partido ha transitado por la pandemia gobernando Euskadi con un perfil bajo, sosteniendo las políticas definidas y lideradas por el Gobierno español con una combinación variable de responsabilidad y cálculo. Su acción política se ha dejado notar más en Madrid que en Gasteiz; Aitor Esteban se ha destacado mucho más que Iñigo Urkullu.
Por su parte, el PSE ha estado muy cómodo co-gobernando Euskadi con el PNV, y el liderazgo de Pedro Sánchez, sobredimensionado durante el estado de alarma, contribuye a impulsar el voto socialista en Euskadi.
¿Y la oposición? EHBildu parece estar aprendiendo a adaptarse a su nuevo papel de partido institucional, pero el hecho de haber empezado a mostrar esta asombrosa identidad apoyando al Gobierno español desde la moción contra Rajoy y continuando con la gestión de la pandemia no parece que le reporta ganancias entre un electorado que debe estar un tanto desconcertado. Elkarrekin Podemos navega a la deriva, insistiendo en el objetivo de un tripartito de izquierda cuyas posibilidades no dan ni para un pésimo spot con supertrionics y urkutrones. El PP confía tan poco en mantener su electorado tradicional que su candidato pide el voto a los votantes de Vox. Y EQUO Berdeak confía en recoger el voto de la marea ecologista que a tantas personas, sobre todo jóvenes, movilizó en 2019 y que en las recientes elecciones locales francesas ha llevado al partido Europa Ecología Los Verdes a las puertas de gobernar ciudades como Lyon, Marsella, Burdeos o Estrasburgo; pero una campaña electoral, más una campaña tan extraña como esta, no es una pista de despegue suficiente.
Así que, si queremos encontrar algún tipo de buena tensión electoral, tendremos que mirar hacia las presidenciales estadounidenses, donde todas las encuestas apuntan a la posibilidad de que Trump tenga que abandonar la Casa Blanca sin degustar las mieles de un segundo mandato.
En un breve pero interesante ensayo sobre la realidad que puede estar configurándose tras la pandemia del coronavirus (¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo, Debate 2020), el politólogo búlgaro Ivan Krastev considera que “el verdadero peligro para las democracias liberales europeas es la posibilidad de que la COVID-19 nos mantenga fuera de las calles no solo durante varios meses, sino durante varios años”. Lo cierto es que las condiciones en las que viene desarrollándose la vida política en España y en Euskadi desde marzo y, en particular, la forma en que está teniendo lugar la actual campaña electoral, transmite una impresión poco tranquilizadora.
Y ello no tanto por la ausencia de grandes mítines, de fotos de grupos numerosos, de apretones de manos y de repartos de abrazos, caramelos, bolígrafos y otros cachivaches. Ninguna de estas ausencias me parece demasiado relevante, más allá de su efecto mediático. Que las y los candidatos no nos besen, no nos estrechen la mano, no nos convoquen a reunirnos, no se nos acerquen por la calle…; al fin y al cabo, según los códigos con los que funciona la política en la actualidad, lo normal es que no lo hagan, que en el día a día se mantenga un distanciamiento casi total entre electores y elegidos, por lo que podemos pasar perfectamente, creo, sin ese tipo de efusiones electoralistas sobreactuadas.