El Cult(o) a las guitarras eléctricas de leyenda

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La primera jornada del Music Legends fue, sin duda, todo un homenaje a las guitarras eléctricas. En plural. Desfilaron por los dos escenarios guitarras de todos los formatos, marcas y colores. Artilugios imposibles, como la que tocó (y acarició) el antiguo hacha del grupo alemán Scorpions, Uli Jon Roth, con nueve botones incorporados para crear sonidos que, a veces, no parecían de este mundo. No faltaron las Fender de colores variados -en su formato Strato o Telecaster- como la que lució Matt Hill, guitarra solista de la cantante estadounidense Nikki Hill (una de las incandescentes sorpresas de la noche). Los dedos de Billy Duffy, la parte contratante de The Cult junto al jefe indio Ian Astbury, recorrieron el mástil de su Gibson y también la típica (y enorme) guitarra estilo rockabilly, tal vez una Gretsch o una Bigsby color blanco marfil.

Qué más da, todas ellas sonaron divinamente, como la del madrileño Javier Vargas, que hizo un bolo en el exterior del Bilbao Arena justo antes de que una roadie del equipo de The Cult purificara el escenario principal con sándalo para que Ian Astbury, el jefe de la tribu salido de la reserva para la ocasión, hiciera el indio, repartiera bendiciones, hablara en perfecto castellano y facturara con su poderosa voz y su presencia un concierto de hora y veinte minutos con una solidez que ya habíamos visto en el Azkena Rock Festival en 2019, cuando la banda recreó en directo uno de sus trabajos emblemáticos, el Sonic Temple, en su 30 aniversario.

Faltaban unos minutos para la medianoche, la hora bruja para danzar ante las hogueras de San Juan al ritmo de esos sonidos del diablo de guitarras de leyenda que Jimi Hendrix supo domar y recrear con tanta sabiduría. Su espíritu estaba presente en el arranque del BBK Music Legends. Sin duda. Y Duffy e Astbury supieron recoger el testigo con una versión del Sun King (del Temple, precisamente) en la que ya se podía adivinar una actuación de cuasi leyenda. El jefe indio, vestido de negro murtuorio, con dos coletas a cada lado, una tira de tela cubriéndole la frente estilo banzai, un collar bermellón, y una gabardina negra, alternaba la pandereta, las maracas, mientras repartía bendiciones con su mano derecha a un público arrodillado ante el chamán desde la primera canción “Muchas gracias. Buenas noches, Bilbao”, saludó en un perfecto castellano, idioma que emplearía en más ocasiones a lo largo de la noche.

Desde ese tema hasta el primer bis de la noche, un Peace Dog arrancado del Lp Electric -palabras mayores en la discografía del grupo británico- la gente no paró de bailar, entonar todos sus himnos y elevar las manos con los cuernos al aire, el santo y seña de la tribu del rock. Sonaron el King Contrary Man (de nuevo el Electric), temas de su último trabajo como Mirror, clásicos como Sweet Soul Sister, Spiritwalker, mientras el público, que había crecido a lo largo de la noche hasta lograr una entrada aceptable, se dejaba la garganta con devoción. Rendido ante el chamán del rock. Como si la organización, en vez de brazaletes, hubiera repartido peyote de primera calidad.

Antes, el respetable ya lo había hecho con Uli Jon Roth, el guitarra de los primeros Scorpions y su memorable trabajo en directo Tokyo Tapes, revisitado en 2016 por el propio Uli. Con su melena oxigenada al viento, amordazada por una gorra negra estilo capitán a bordo del ‘Nautilus del rock’. Roth desgranó solos catárticos en temas clásicos como Don’t Tell The Wind, que sonó al comienzo del concierto. Guitarras al cielo, poses icónicas mientras el amplificador Marshall de fondo hacía el resto para la posteridad. Y con un bajo con un timbre de voz alto y potente, otra de las sorpresas de la noche. Como lo fue Nikki Hill.

Nikki torbellino Hill

Estamos tan necesitadas de Divas, diosas, reinas (o eso nos tratan de inculcar a diario) que cuando se muere alguien de la talla de Tina Turner queremos sentirnos huérfanos solo un par de minutos. Y a veces, la cosa funciona sola. Sin que nadie nos indique a quién debemos mirar, o a quién tenemos que poner en el trono musical correspondiente del soul, del pop, del rock transfigurado o del R’n’Blues.

Algo así lleva pasando los últimos años con una figura negra que hunde sus raíces en los templos donde se escucha gospel piadoso o en los garitos donde la gente se abigarra y suda mientras empina el último bourbon de la noche. Esas figuras emergen solas, por derecho propio. Así es el torbellino Nikki Hill, una explosión de sonidos, con más volumen si cabe, defendiendo su hasta ahora último trabajo Feline Roots (2018) y revisitando para la ocasión temas de su aclamado Heavy Hearts Hard Fists (2015) (Cómo sonó de explosivo Let Me Tell ‘Bout Love-LUV u otro de los temas de ese Lp como Heavy Hearts Hard Fists)

“Si Tina Turner y Little Richard tuvieran una hija y la criaran con la ayuda de sus tíos James Brown y Chuck Berry, sería como Nikki Hill”. Eso decía en sus páginas un articulista del Minneapolis Star Tribune. ¿Exagerado? No lo creo. Yo estoy de acuerdo. Y me atrevería a decir que, dada la calurosa acogida que tuvo su actuación entre el público, la gente que se dio cita este viernes en el Bilbao Arena también suscribe esa afirmación. 

Y como el calor apretaba de lo lindo cuando a las 18 horas las doble cola de entrada para acceder al recinto se movía de manera parsimoniosa, la peña que acudió al BBK Music Legends en el Bilbao Arena cambió desde primera hora el destilado de Tennessee por baldes de cerveza fría. Una Nikki incandescente -no en vano suele acabar sus conciertos con el tema de su último trabajo The Fire That’s In Me- hizo subir varios grados más la temperatura del recinto bilbaíno (¡¡¡Ay, cómo seguimos añorando las campas de La Ola, en Sondika!!!, un lugar hecho a la medida humana y en contacto con la naturaleza. Alguien debería pensar seriamente en volver a los orígenes del Music Legends).

Un torbellino bien arropado en el escenario. La banda que acompaña a Hill en esta gira está formada por una sección rítmica con Nick Gaitán al bajo y el baterista Marty Dodson y dos hachas como Matt Hill y Laura Chávez, ambos con sus poderosos riffs de guitarra, esos que nos han robado el corazón y casi la consciencia hasta la 1:25 de la madrugada, cuando se encendieron definitivamente las luces del Bilbao Arena mientras Ian Astbury y los suyos repartían saludos y agradecimientos: “¿Esto es Bilbao, Estamos en el recinto correcto, en la ciudad correcta. Esto es el País Vasco?, se preguntaba Ian, al tiempo que se respondía con un ”Mucho respeto“.

Para terminar el propio líder de la banda se preguntaba en inglés si se le puede catalogar ya realmente de leyenda. Él que se atrevió a dar vida de nuevo a Jim Morrison en el grupo Riders on the Storm, comandado por los miembros originales de The Doors, Ray Manzarek y Robbie Kriegger, hasta que abandonó la banda en marzo de 2007 (antes tuvimos la suerte de verlos en el BBK Live) para volver felizmente a The Cult. Y la pregunta, claro, quedó suspendida en el aire purificado con sándalo y peyote.

Sin respuesta.