Un Van Dyck escondido en el puerto de Bilbao: cuando Euskadi fue el epicentro de una trama nazi de expolio de arte
El marchante Alois Miedl, amigo de Göring y que llegó a comerciar con Hitler, introdujo en 1944 22 cuadros de una colección judía neerlandesa y fue investigado por la CIA y otros servicios secretos
Alois Miedl (Rosenheim, Baviera, 1903) no era amigo de Adolf Hitler. Pero sí lo era de su fotógrafo oficial, Heinrich Hoffman, el único ser humano que le llamaba “señor Hitler” y no “Führer”. Hombre de negocios y marchante de arte -o quizás simplemente trapisondista-, Miedl llevó a Berlín unos cuadros para el dictador alemán. Hoffman no quiso que le mostrara a Hitler uno en concreto, ya que lo consideraba falso. Pero, al terminar de ver el resto de la colección y ya cuando salía de la estancia, el genocida divisó una fracción de esa pieza y se enfadó con Hoffman. “¿Por qué no se me ha enseñado este magnífico Rembrandt?”, preguntó. Alois Miedl sí era amigo íntimo de Hermann Göring, uno de los jerarcas nazis. Miedl hacía negocios en su nombre y, en los Países Bajos ocupados, se hizo con un buen botín, incluida la colección de cuadros del adinerado judío Jacques Goudstikker. Adquirió por menos florines de los debidos entre 500 y 700 cuadros, incluidos algunos de los maestros antiguos. Siempre esgrimió que aquel contrato era legal y no un saqueo.
El 21 de agosto de 1944, en el puente internacional de Santiago, es decir, en la frontera hispanofrancesa de Irún/Hendaya, Miedl fue arrestado en compañía de otro alemán, Otto Grabener, del que luego se supo que era agente de la Gestapo. La Policía francesa les dio el alto cuando cruzaban con dos vehículos de la marca Mercury con matrícula neerlandesa, dos máquinas de lujo del grupo Ford. Las autoridades fronterizas enviaron a Miedl a un calabozo. Allí coincidió con otro detenido, el delincuente belga Georges Koninckx, un viejo conocido de sus estancias en Donostia. Era “rexista”, esto es, afiliado del partido parafascista del país de los valones y de los flamencos. A las tres de la madrugada, el teniente Lamsfuss lo condujo de nuevo al puente. La esposa de Miedl era judía -lo que no impidió a la familia medrar en el régimen nazi y en los países ocupados por la protección directa de Göring- y acudió a la muga para pedir al jefe del contingente español, el coronel Ortega, que liberaran a su marido. En plena II Guerra Mundial, España todavía era un país hermano de la Alemania nazi -y de la Italia fascista- y, de hecho, allí mismo se habían entrevistado cuatro años antes Francisco Franco y Hitler. Y Miedl quedó en libertad. No eran días cualquiera en Francia: faltaban apenas unas horas para la liberación de París, una operación iniciada en junio con el desembarco de Normandía, del Día D. Miedl estaba en la calle, sí, pero, en la Europa que tenía a punto de caer tanto a Hitler como el italiano Benito Mussolini, los servicios secretos de buena parte de las potencias aliadas posaron sus ojos sobre el marchante.
La historia que aquí se reconstruye, con ramificaciones en Irún, en Donostia, en Bilbao y en Madrid, aunque también en Ámsterdam, en Berlín y en Zúrich, está basada fundamentalmente en los informes de la CIA, entonces conocida aún como OSS (por las siglas en inglés de Office of Strategic Services). Pero en el caso Miedl intervinieron también los espías británicos, los franceses, los belgas, los suizos o los neerlandeses. Los documentos confidenciales son ahora públicos ya que, a diferencia de en España, en Estados Unidos la ley permite desclasificar todo el material una vez pasado un período de tiempo prudencial para la seguridad nacional. Se puede leer en una carta de este expediente, además, que “el caso de Miedl fue la primera investigación importante” sobre el expolio de arte a gran escala por parte de los nazis. Todavía hace menos de veinte años que los herederos de Goudstikker han recuperado la pieza más codiciada del material que se llevó Miedl, un Van Dyck. La joya de esta trama era un María Magdalena de 1615 del genio antuerpiense, pero en la lista de cuadros que se ocultaron en la actual Euskadi había piezas de El Greco y de otros artistas de gran prestigio. Algunos informes apuntan también a “dos Goyas” que intentaban ser vendidos en España, pero las periciales fotográficas y escritas no concretan si realmente había también cuadros del español. Sí había cuadros de “van Goyen”, otro pintor neerlandés pero que podría traducirse igual.
Miedl, que no se consideraba a sí mismo como nazi y que incluso hacía gala de que ayudaba a judíos a pesar de que también los saqueaba, llegó a Hendaya y se instaló en una villa de Jean Duval. Miedl y Duval -que también usaba otras identidades, como Jean Colonna- se conocieron en julio de 1943 en París. La familia bávara, al llegar a la costa vasca, dejó allí su 'equipaje', es decir, los cuadros expoliados. También viajaban con una importante cantidad de divisas, aunque Duval le tuvo que dejar pesetas para sus incursiones en España. En Hendaya, empaquetaron en tres cajas de madera 22 cuadros, incluida la María Magdalena de Van Dyck.
La empresa hispanoalemana Baquera, Kutsche y Martín, que hacía de intermediaria de aduanas y que tenía su sede en el 93 del paseo de Colón de Irún, fue la que preparó el traslado del material entre Francia y España. Según los documentos en poder del Archivo Provincial de Gipuzkoa, esta agencia se mantuvo operativa al menos hasta la década de 1950. El 24 de julio de 1944, el agente de aduanas del puerto de Bilbao Ramón Talasac -que resultó ser un infiltrado del Reino Unido- elaboró un informe de admisión del despacho. Es casi el único documento en castellano de todo el caso.
El depósito 562/44 en la zona franca consistía en “tres cajas, con marcas B.K.M. [las siglas de Baquera, Kutsche y Martín]” con un “peso bruto de 324 kilogramos”. Contenían “pinturas artísticas y marcos de madera” con “origen Holanda”, en referencia a los Países Bajos. Estaban “depositadas en nombre de Alois Miedl, de San Sebastián” y venían “procedentes de la aduana de Irún” con código 220/44. Miedl no era “de San Sebastián” pero sí consta que pasaba allí algunas temporadas alojado en los hoteles de Londres y de Inglaterra, en el Continental y en el desaparecido Úrsula. Vitoria, Bilbao y Donostia, en aquellos años, tenían una abundantísima presencia de alemanes en general y de nazis en particular. En Vitoria estuvo en la Guerra Civil el estado mayor de la Legión Cóndor, la que bombardeó Gernika. En Bizkaia y en Gipuzkoa había empresas, negocios tapadera y hasta bares frecuentados por esta colonia. Un dato: los hoteles guipuzcoanos registraron a 1.119 alemanes e italianos en los años 1940, 1941, 1942, 1943 y 1944, el 28% de todos los huéspedes extranjeros de ese período. Heinrich Himmler, el líder de las SS, fue uno de esos visitantes, a los que se recibía brazo en alto.
El informe de Talasac era bastante detallado, aunque no fuera el de un experto en arte. Fijaba con claridad las dimensiones de las pinturas y las inscripciones que pudieran identificar su autoría, procedencia u otros detalles. pronto aparecieron grabados en neerlandés o incluso la marca “Collectie Goudstikker, Amsterdam”. En la caja primera, el séptimo de los cuadros era el siguiente: “Una pintura sobre tabla, representando un retrato de mujer contemplando una calavera, sin firma, dimensiones 63,5 por 48,5 cm. Al dorso, una etiqueta igual al anterior con número 1355 y, a lápiz, Van Dyk [sic], soeger”. El cuarto de la segunda caja era el siguiente: “Una pintura sobre lienzo, sin marco ni firma, representando un caballero en 3/4 cuerpo, dimensiones 104 por 87 cm. Al dorso, una etiqueta: Collectie Goudstikker, Amsterdam, Heerengracht 458, número 5418, y a tinta sobre ella, El Greco”.
“Tuve una larga charla con un representante del Ministerio de Justicia neerlandés y me dijo que el Gobierno, definitivamente, considera la colección Goudstikker como expolio de los alemanes. Todas las obras sacadas del país son parte del patrimonio nacional y han de ser recuperadas. La cuestión de si luego tienen que ser devueltas al dueño original la discutirían después”, escribían los estadounidenses tras revisar el material y consultar con las autoridades no colaboracionistas. El propio Goudstikker contribuyó a la operación y entregó un catálogo de sus piezas para que fueran cotejadas con las llegadas al puerto franco de Bilbao. La esposa del magnate judío escribió a las autoridades neerlandesas legítimas exiliadas en el Reino Unido y les pidió que actuaran.
En mayo de 1944, antes de la entrada ilegal de los cuadros, Miedl viajó de Donostia a Madrid para reunirse con un amigo y colaborador del director del museo del Prado, José María Huarte. Según los reportes de inteligencia, allí les habló de la posibilidad de introducir del orden de 60 piezas, incluido otro Rembrandt, una gran obra de un artista español que no se identifica y otros cuadros neerlandeses y flamencos. Miedl salió de la reunión con la idea de que el régimen le facilitaría cruzar la frontera aunque luego, una vez en España, los responsables de la pinacoteca elegirían los mejores ejemplares para su exhibición, sin ningún compromiso concreto. ¿Por qué se hablaba de 60 cuadros y luego llegaron 22 a Bilbao? Un informe británico (el SOE o Special Operations Executive era la rama especial creada para espionaje en la II Guerra Mundial) apunta a que parte del botín de Miedl se quedó retenido en Francia y también se alude a que en Suiza, en Zúrich, escondió igualmente otros cuadros, seis en total. Aquí había piezas de Van Gogh y de Cézanne.
En el otoño de 1944, cuando Miedl ya había sido arrestado y estaba siendo vigilado, viajó de nuevo de Donostia a Madrid y es ahí donde mencionó a los responsables del Prado, quizás con el ánimo de que le hicieran una oferta, que “en su posesión tenía dos pinturas de Goya”. Como argumento para que el franquismo los comprara, les dijo que habían sido “robados por los rojos” durante la Guerra Civil y que él los había recuperado. Sobre la María Magdalena de Van Dyck, Miedl nunca la ofreció: estaba apalabrada para su padrino Göring. En la misma época, el anfitrión de los Miedl en Hendaya, Duval, también fue a Madrid. Pasó la frontera en un coche de alta gama y con su esposa escondida en el maletero. La OSS sostiene que lo hizo para robar al ladrón, es decir, para hacerse con el botín de Miedl y poderlo rentabilizar él “para su propio beneficio”.
Según el espionaje británico, que tenía un agente doble en la aduana del puerto de Bilbao, el 1 de diciembre de 1944 llegaron otras tres cajas con cuadros, esta vez de París y también a nombre de Miedl “el de San Sebastián”. Sostiene el informe de Talasac de que estas piezas eran aún más valiosas que las anteriores y se menciona otra Van Dyck y un Rubens. Estados Unidos consideraba que el confidente de los británicos era de total credibilidad, pero este hilo está mucho menos claro que de las 22 piezas anteriores.
Miedl y toda la red fueron detenidos ya en 1945, cuando su país había capitulado ya ante las fuerzas aliadas. También fueron arrestados todos los neerlandeses que colaboraron con la adquisición inicial de la colección de Goudstikker. “Miedl es ante todo un hombre de negocios. Negociar es su único objetivo. Y, como buen hombre de negocios que es, especula y posiblemente no tiene escrúpulos. Es duro y listo, aunque también educado en el trato personal. [...] La cuestión judía ha jugado un papel importante en su vida. Su esposa lo es y, a pesar de las presiones en cualquier ocasión de las SS y que el propio Göring le pidió que se divorciara de ella, siempre se quedó a su lado”, escribía el informe de inteligencia del momento. Varios países quisieron interrogar a Miedl, que fue incluido en un listado de nazis en España que tenían que ser puestos a disposición de la Justicia. Pero el franquismo rechazó la extradición. Otro informe recopilatorio sostiene que Göring, tras el desembarco de Normandía y vista de una pronta caída también de Berlín, ordenó a su hombre mover el patrimonio a España, un país amigo. Tampoco los cuadros fueron devueltos de forma ordenada.
En 1949, Miedl fue requerido en los Países Bajos y 189 cuadros fueron recuperados por el Estado neerlandés. Pero no los de Bilbao. En el libro 'El expolio nazi', el profesor Miguel Martorell sostiene que “el Gobierno español entendió que no eran obras procedentes de un saqueo y se las devolvió a Miedl en lugar de al Gobierno neelandés”, por lo que “desaparecieron en las tinieblas del mercado del arte”. En 1949, precisamente, Miedl pudo hacerse con ellos. La experta neerlandesa Katja Lubina publicó en 2009 un libro sobre Miedl y el saqueo nazi con la María Magdalena bilbaína en la portada. El museo de arte de la Baja Sajonia, en Alemania, almacena ahora la obra de arte. Goudstikker la adquirió en 1924 pero antes había pertenecido a la galería del Gran Ducado de Oldemburgo. Esta pinacoteca informa de que, después de la II Guerra Mundial, viajó por Nueva York y Los Ángeles hasta que fue “restituida” en 2002 a los herederos de Goudstikker, que a su vez la entregaron al museo de la Baja Sajonia. Se puede ver aquí la dicha del cuadro.