Euskadi ha dado por cerrada este viernes su campaña electoral más atípica, la de los candidatos con mascarilla y los rebrotes de coronavirus aquí y allá, la del mes de julio sin Tour ni encierros. “¡Cuánto echo de menos besarme con la gente! Una necesita el calor humano y el achuchón”, se ha sincerado la ministra María Jesús Montero en el cierre de campaña de los socialistas, en Donostia. También Andoni Ortuzar, líder del PNV, ha reconocido sentirse necesitado de cariño, aunque en su caso lo que pronostican todos los sondeos es que lo recibirá en forma de lluvia de escaños a partir de la noche del domingo.
Porque la campaña vasca ha finalizado como empezó, sin que haya ningún elemento que haga pensar que el PNV de Iñigo Urkullu no vaya a ganar las autonómicas del domingo. Sería el tercer mandato de Urkullu. ¿Quizás también el último? Su objetivo es crecer de 28 a 31 escaños y dar continuidad a la coalición con el PSE-EE de Idoia Mendia, que también quiere sumar tres escaños y volver a ser tercera fuerza tras el golpe de 2016 por la irrupción de Elkarrekin Podemos. Mendia se quedó hace cuatro No se han cansado los socialistas de pedir el voto a los que apoyaron a Pedro Sánchez, al que consideran su gran imán.
La principal incógnita por resolver este 12 de julio es sobre todo la de la participación. Fue del entorno del 60% en 2016 y algunas encuestas apuntan a un porcentaje similar en 2020, pero el período estival y los temores que suscita la pandemia -también la incomodidad de posibles colas y el uso de protecciones- podrían condicionar el número de electores. El voto por correo, en todo caso, se ha disparado.
Al PNV –y también a EH Bildu- les interesa la movilización, según la fría estadística. Cuantos más votos, más porcentaje para ellos. No ha habido mitin en el que el bien engrasado tándem Urkullu-Ortuzar no haya pedido más participación. “Votar es seguro. Yo voy a ir. Y también tengo familia”, les ha dicho Ortuzar a los temerosos de la COVID-19 como mensaje final desde Bilbao. Para Urkullu no caben las excusas: si se puede ir “al monte o a la playa”, también a un colegio a depositar una papeleta. “Algunos prefieren la abstención a la derrota”, interpreta el PNV.
Es seguro pero no todos podrán hacerlo. 200 personas que han dado recientemente positivo no lo tendrán permitido por motivos sanitarios. Y hay otras 500 que son contactos estrechos de personas con COVID-19 que tienen autorización pero con algunas condiciones. La consejera de Salud, Nekane Murga, niega que sea un recorte del derecho a voto y que es algo que también ocurre cuando alguien ingresa por una urgencia o tiene otras enfermedades contagiosas. Otras voces, en cambio, habían reclamado que se arbitraran medidas alternativas. “Tenemos la impresión de que estamos frente un Gobierno que ha antepuesto sus elecciones y sus intereses partidistas a la salud y al bienestar. No es honesto, no es moral”, ha clamado Arnaldo Otegi, líder de EH Bildu, en su último discurso electoral. El principal problema se producirá en Ordizia, con un foco muy activo y muy reciente. ¿Habrá gente suficiente para constituir las mesas en sus cuatro colegios?
Elkarrekin Podemos-IU ha terminado la campaña como la empezó, soñando con un tripartito de izquierdas que desbanque al PNV. Los socialistas ya le han dicho que no –ven positiva su alianza con Urkullu- y EH Bildu ha dicho que no porque los socialistas dicen que no. Sin embargo, sea o no factible, ha colocado este asunto en el centro del debate político con mucha más intensidad que los intentos de EH Bildu -que ha 'fichado' a los denunciantes de las irregularidades en las oposiciones de Osakidetza- o PP+Cs de hablar de los casos de corrupción relacionados con el PNV, por ejemplo.
La candidatura de Miren Gorrotxategi –de la confianza de Pablo Iglesias y que enmienda casi a la totalidad el proyecto anterior de Podemos tras imponerse en las primaras- se muestra confiada en remontar los números a la baja que le dan las encuestas. Por otro lado, la pata desgajada de la confluencia de 2016, Equo, aspira a sumarse a la ola verde de Francia y de otros países y acceder en solitario al Parlamento con un José Ramón Becerra que ha tenido su protagonismo en los dos debates televisados, el de ETB-1 y el de ETB-2.
En el flanco derecho, la nueva coalición PP+Cs concurre con un rescatado Carlos Iturgaiz. Si en 1998 llevó al PP a ser segunda fuerza ahora aspira a amortiguar lo máximo posible el duro golpe que vaticinan los sondeos tras el viraje político que supuso la abrupta salida de Alfonso Alonso y el arrinconamiento de su línea más moderado y de perfil vasquista. Lo que es seguro es que un partido prácticamente inexistente en Euskadi como Ciudadanos, fruto de una alianza muy ventajosa para ellos, entrará por vez primera en la Cámara aun a costa de que Inés Arrimadas tuviera que acceder a ‘jurar’ junto al árbol de Gernika su adhesión a una foralidad tantas veces criticada en años anteriores.
¿Y Vox? Su campaña ha ocupado más espacio en las páginas de sucesos que en las electorales. A cada acto le ha perseguido la polémica. De sus propuestas para Euskadi solamente se conoce que denuncia un incremento de violaciones y de la criminalidad, el mensaje en gran tipografía con el que ha envuelto sus envíos de propaganda a los domicilios, y que amagó con un guiño obrerista e el arranque, al modo del Agrupación Nacional francés. De tener opciones, la ultraderecha podría lograr el último escaño por Álava, para lo que necesita superar el listón del 3% de apoyos. Y ahí todos se han apuntado al carro de quererse mostrar como el freno a la irrupción de Vox en el Parlamento Vasco. El PNV ha asegurado que son ellos los que pugnan con los de Santiago Abascal por ese asiento 25 por Álava. EH Bildu se considera la barrera contra el fascismo y el machismo. El PSE-EE también es el dique contra la ultraderecha, en palabras de Mendia. Y Equo, como partido pequeño, cree que son la alternativa a Vox. Todos menos Iturgaiz, que manifestó en la Cope que le unen “muchas cosas” con el partido de Abascal.