Gestionar la muerte en el aula: cuando las excursiones al cementerio y mostrar en clase fotos de familiares fallecidos ayudan

Maialen Ferreira

Bilbao —
1 de julio de 2024 21:28 h

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Cuando Mirari falleció tras una larga enfermedad, un torbellino de emociones y sentimientos sacudió a sus dos hijos, Julen, de nueve años y Ekain, de dos y a su pareja Manex. Aprender a gestionar el duelo a tan corta edad es un proceso duro en general que Manex trató de abordar desde la sinceridad, el acompañamiento y la comunicación. “La enfermedad y posterior muerte de Mirari fue como un cuchillo en el pecho. Tuve que dejar de lado la estructura familiar que teníamos para pensar que éramos tres personas cada uno con su propia realidad y su forma de sentir el dolor y abordarlo desde ahí”, reconoce Manex, psicopedagogo y profesor que ha narrado su historia en el Curso de Verano de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) 'Hacia una educación de calidad: pedagogía de la muerte' celebrado este lunes en Donostia.

Según relata Manex, una de las claves para gestionar la muerte de su mujer con sus hijos fue la comunicación. En el caso del mayor, creando espacios en los que él pudiera hablar de sus sentimientos y, en el caso del pequeño, respondiendo a sus preguntas. “Las preguntas de Ekain eran un mapa para mí y me dieron la oportunidad de trabajar y progresar en el tema. Una vez, antes de ir de viaje a Mallorca, pregunto: '¿Y si nos morimos antes de ir al viaje?'. Hablaba mucho de la muerte. En otra ocasión le preguntó a su tía si se podía ir a vivir con ella si yo me moría porque no quería quedarse solo. Pero la pregunta que más me dolió fue: '¿Y si me olvido de amatxo'? Ese era su mayor miedo”, recuerda.

Manex ha dado respuesta a todas las preguntas que una vez le hizo su hijo tras la muerte de su madre en el libro  'Azken galdera amari' ('La última pregunta a mamá') y, aunque se trata de un cuento infantil para tratar el tema de la muerte con lo más pequeños, reconoce que no siempre es una tarea fácil. “Cuando alguien se muere se crea un espacio entre la persona cercana a quien ha muerto y el resto. No sabes si preguntarle cómo está, si hablar sobre la persona que ha muerto. Y esto les pasaba también a Ekain y a Julen en clase. Hemos hecho el ejercicio de llevar este cuento a las aulas y he decir que en algunos casos ha sido muy duro, porque el libro pretende ser directo a la hora de abordar la muerte, pero muchos padres no lo entienden y prefieren el silencio por no ver a sus hijos sufrir”, lamenta.

Con ese mismo objetivo ha nacido el proyecto promovido por la escuela pública de Antzuola (Gipuzkoa), en el que alumnos a partir de los dos años aprenden a tener una conciencia de la muerte. “Los profesores no podemos no ser capaces de hablar de la muerte con los alumnos, tengan la edad que tengan, porque la muerte es una cuestión natural de la vida. Si no hablamos de ella cuando se presenta, es una oportunidad perdida para los alumnos y esto hace que cuando ocurra la muerte de una persona cercana no sepan cómo enfrentarse”, explica la profesora Elixabet Pueyo, una de las que lleva a cabo el proyecto en el centro guipuzcoano en la clase de alumnos de cuatro a cinco años.

Según recuerda Pueyo, vio la oportunidad de abordar el tema de la muerte en su clase cuando un niño le dijo a otro “tu padre está muerto” a lo que el otro le contestó: “No está muerto, yo no tengo padre”. “Se lo llegó a decir hasta tres veces y sentí que tenía que hacer algo. Hablé con la madre y decidimos que tenía que venir un día a contar que en su familia no había padre, solo madre”, detalla.

Tras esa iniciativa, empezaron a participar las madres y padres del resto de los alumnos para hablar sobre su familia y las muertes cercanas que han vivido, ya fueran de personas o de animales. “Una madre nos trajo una urna con las cenizas del perro de la familia, que llevaba un mes muerto, pero que no habían sido capaces de contarle a su hija que había muerto, aunque la pequeña ya lo sabía sin que nadie se lo hubiera dicho. Delante de la clase la madre pudo contárselo y todos los niños se despidieron del perrito y le hicieron dibujos”, indica.

Pero el momento más duro del proyecto llegó cuando una de las madres quiso abordar el fallecimiento de su bebé antes de nacer. Un bebé que ya tenía nombre y que su hermanito y toda la familia esperaban con ansias. “Madre e hijo vinieron a hablarnos de Izar y de cómo murió antes de haber nacido. Al terminar uno de los alumnos se acercó al niño y le dijo: 'No te preocupes, Izar está en tu corazón, cierra los ojos y ahí estará'. La madre rompió a llorar”, recuerda.

Ahí la profesora lo tuvo claro y se le ocurrió la idea de pintar entre todos un corazón gigante en el que cupieran las fotos de todas las personas y animales que los niños de la escuela que fueran falleciendo, para recordarlos para siempre. Desde entonces, el corazón “sigue vivo” en el pasillo del colegio.

Renovando el cementerio

Otra de las actividades que han llevado a cabo desde la Escuela Pública de Antzuola en relación a la muerte son las excursiones al cementerio, para las cuales, antes de nada, plantearon la propuesta a padres y madres que entendieron la iniciativa como algo positivo. “Algunos de ellos llevaron flores. Una de las niñas, que tenía a su abuela en el cementerio, le dejó flores y habló a sus compañeros de su abuela. Fue una experiencia muy enriquecedora, aunque cuando llegamos al cementerio no se esperaban lo que vieron. Llegaron buscando brilli brilli, color, música, árboles, arcoíris y alegría, además de un sitio específico para las mascotas y no encontraron nada de eso”, sostiene Pueyo. Por ello, acudieron al Ayuntamiento de la localidad, que lanzó el proyecto 'Etorkizuneko hilerria marrazten' ('Pintando el cementerio del futuro') en el que se recogen propuestas -también de los alumnos más pequeños- para crear un cementerio al gusto de todos.

A partir de ahí, cada año realizan un informe sobre el trabajo realizado en relación a la muerte con los alumnos, entierran animales como pájaros o peces que aparezcan muertos en el recreo o que los alumnos quieran llevar al colegio para despedirse, cuentan con sesiones periódicas para tratar el tema desde distintas perspectivas, realizan una exposición en los pasillos del centro escolar y, la labor más importante, mantienen vivo el símbolo que han creado: el corazón gigante compuesto por fotografías de la familia, amigos y animales que ya no están para que nunca queden en el olvido.

elDiario.es/Euskadi

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