Hambre, 'reeducación' y aislamiento: la represión franquista de las mujeres republicanas en las cárceles vascas

Maialen Ferreira

4 de marzo de 2023 22:01 h

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Junto a la plaza del Calvario del centro de Amorebieta-Etxano (Bizkaia) se encuentra un edificio propiedad de los Padres Carmelitas Descalzos construido entre 1931 y 1934 que actualmente es el colegio El Carmelo, pero que hace décadas albergó una de las cárceles franquistas de mujeres de Euskadi. Por ella, según la doctora en Historia Contemporánea Ascesión Badiola, pasaron al menos 1.241 mujeres desde 1940 hasta 1947. Además de la de Amorebieta-Etxano, existieron en Bizkaia las cárceles de Saturrarán, entre Ondarroa y Mutriku y la de Durango, la más desconocida de las tres y de las que no existen archivos ni expedientes. “Eran cárceles de cumplimiento de penas largas, unos centros de castigo y reeducación de mujeres creados por el franquismo en 1940”, explica a este periódico la doctora en Historia Contemporánea Ascensión Badiola, que protagoniza la conferencia 'Represión en las cárceles de mujeres de Saturraran y Amorebieta' del Congreso Estatal de Memoria Histórica que tiene lugar esta semana en Irún.

Según detalla la historiadora, las cárceles se crearon para mujeres que tenían vinculación política, como socialistas o comunistas a las que se les consideraba “altamente peligrosas” para el régimen. Sin embargo, también fueron encarceladas mujeres que eran familiares, esposas o hijas de republicanos o, simplemente, disidentes. “Hay casos como el de una mujer que llevó comida a su hermano que se encontraba en el monte y a la que le acusan de convivencia con el Ejército enemigo y otro caso de una familia con cinco hijas que salieron corriendo cuando llegaron las tropas franquistas por miedo a que les pasara algo, pero fueron detenidos por huir y la madre y las hijas fueron encarceladas en Saturrarán condenadas a cadena perpetua”, indica.

A pesar de que en las cárceles de Saturrarán y Amorebieta-Etxano no se fusiló a ninguna mujer, ya que las que llegaban ya habían pasado por un Consejo de Guerra y que ya tenían una sentencia, sí que sufrieron violencia y constantes castigos de todo tipo. “Más allá del frío y hambre, principalmente las mantenían incomunicadas con el exterior, censuraban su correspondencia y eso era algo muy duro para ellas porque en las cárceles vascas no hubo presas de Euskadi, llegaban de otras partes de España como de Madrid, Asturias, Cantabria, Extremadura o Andalucía. Las castigaban por cualquier incorrección, una mala mirada o una palabra fuera de tono. Las monjas ejercieron una disciplina tremenda y se les dio mucho poder. Ellas eran quienes decidían los castigos y las liberaciones”, asegura, puesto que la mayor parte de los edificios que albergaban las cárceles durante el franquismo pertenecían a la Iglesia y a congregaciones religiosas.

El Carmelo, cuando era una cárcel y actualmente como colegio de Amorebieta-Etxano:

En Saturrarán, uno de los castigos se basaba en mantenerlas durante un mes en aislamiento en una pequeña celda que se llenaba de agua cuando subía la marea, ya que la cárcel estaba situada en la playa. “He visto muchos expedientes sobre esto y me las imagino encerradas, de noche, con frío y empapadas porque el agua les llegaba a la cintura. Intentando librarse del agua como podían”, sostiene la investigadora. Otro de los castigos comunes para las presas republicanas era lo que se denominaba como 'circuito carcelario' con el que eran trasladadas de cárcel en cárcel. “Hay casos de mujeres que fueron a una media de seis o siete cárceles en tres o cuatro años. El objetivo era romperlas psicológicamente y evitar que estrechasen lazos afectivos ni de ningún tipo con otras internas”, indica.

En esa cárcel, según la investigación 'Situación penitenciaria de las mujeres presas en la cárcel de Saturrarán durante la Guerra Civil española y la primera posguerra' del Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde), en 1942 hubo 1.563 mujeres presas y en 1943, 1.256. “Todas las cifras obtenidas rondan las 1.500 encarceladas y sugieren un descenso, lento, pero constante a partir de 1940, año del comienzo de las redenciones franquistas”, remarca el estudio, que confirma que según los expedientes estudiados en el Archivo Histórico Provincial de Gipuzkoa, en Oñati, el 54% de las mujeres eran o habían sido madres con anterioridad a su ingreso en prisión. Los hijos de estas mujeres en el momento en el que sus madres entraron en la cárcel tenían una edad comprendida entre los 37 años y, en el caso del más pequeño, los 2 meses de edad.

A las presas las castigaban por cualquier incorrección, una mala mirada o una palabra fuera de tono. Las monjas ejercieron una disciplina tremenda y se les dio mucho poder

Más allá de castigar, en las cárceles también buscaban 'reeducarles', es decir, se intentaba modificar su ideología para convertirlas en “aquellas mujeres a las mujeres que Franco valoraba”. Para ello, el día a día de la cárcel consistía en oraciones, misas, charlas patrióticas y películas sobre las hazañas del ejército franquista. Se hablaba de cómo debe ser el papel de la mujer en el hogar, su papel como madre y se leían lecturas relacionadas con cuestiones de ese tipo. “Iban poco a poco manipulándolas hasta que conseguían que se transformasen en lo que ellos querían”, sostiene la historiadora.

El doble castigo de las presas que eran madres

A diferencia de los hombres presos, que estaban forzados a trabajar en el exterior con condiciones muy duras, a las presas de Amorebieta-Etxano y Saturrarán no se les permitía salir al exterior, por lo que se encargaban de labores de limpieza, costura y enseñanza siempre dentro de la cárcel. A pesar de que se dedicasen a limpiar la cárcel, según recalca la historiadora, no les permitían lavarse a sí mismas, limpiar su ropa ni, en el caso de las que eran madres, lavar a sus hijos, algo que provocaba enfermedades por culpa de la falta de higiene. “Cuando a los niños les salían costras, tiña o cualquier enfermedad causada por la suciedad, le separaban de la madre. En algunos casos se les dijo a las madres que esos niños habían fallecido, cuando en realidad habían sido dados en adopción y las madres nunca pudieron llegar a recuperarlos”, confirma.

Según explica Badiola, el problema de las separaciones que se utilizaron sistemáticamente entre presas y sus hijos cuando estos cumplían tres años o si enfermaban en las cárceles era que, salvo que algún familiar pudiese hacerse cargo del menor, rara vez volvían a encontrarse. “En 1941 se aprobó que esos niños perdieran su nombre y apellidos de origen y que adoptaran los nombres y apellidos de su familia de adopción, con lo cual, una vez que las madres salían de la cárcel no encontraban a sus hijos nunca más. Hubo muchas mujeres que no pudieron recuperar nunca a sus hijos. En la dictadura franquista los hijos fueron utilizados como arma en contra de las mujeres, para así poder tenerlas sometidas. El objetivo de separarles, según la política carcelaria, era que las madres no les pegasen a sus hijos el gen marxista”, señala.

En la dictadura franquista los hijos fueron utilizados como arma en contra de las mujeres, para así poder tenerlas sometidas

Aunque las cárceles se crearon para abarcar condenas de cadena perpetua, la política penitenciaria franquista en la década de los 40 cambió una vez que Franco es admitido en el exterior como gobernante del Estado español. En ese momento se pretende lavar la imagen de España, dado que, según indica Badiola “tener a medio país encarcelado no daba buena imagen fuera de España”. Otra de las razones de las excarcelaciones fuer que los propietarios de los edificios que habían sido incautados para la construcción de las cárceles, en su mayoría religiosos, exigieron que éstos fueran devueltos. Además, a pesar de que las presas estuvieran en pésimas condiciones, con frío y hambre, sus detenciones tenían unos gastos de custodia y “ese gasto no le venía bien al régimen de Franco”, admite Badiola.

Por eso se decide excarcelar a mujeres y hombres, a algunos con órdenes de indulto, otros con órdenes de liberación condicional. De ahí pasan a las juntas de libertad vigilada, de tal manera que los detenidos pudieran volver a sus respectivos pueblos, pero hubiera vigilancia para que no volvieran a reorganizarse ni a caer en el marxismo altamente castigado por el régimen. Así, en 1944 se cerró la cárcel de Saturrarán y en 1947 la de Amorebieta-Etxano.

No obstante, el martirio de estas mujeres no terminó con su libertad. Una vez las excarcelaron, muchas de ellas fueron condenadas al destierro, muy lejos de sus casas y con prohibición de ejercer su profesión, por lo que acabaron en la mendicidad, según ha podido investigar Badiola a lo largo de los últimos veinte años. Las que sí que pudieron regresar a sus pueblos de origen fueron duramente criticadas por sus vecinos, ya que “el franquismo se había instaurado también en la mente de muchas de las personas que vivían en aquella época y las rechazaban por ser rojas o por haber estado en cárceles de rojos”, concluye.

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