Impuesto turístico en Euskadi: ahora es el momento

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Indudablemente la pandemia ha tenido un impacto muy negativo en el sector turístico de todo el país, sector desde el que además se han visto abandonados por las administraciones vascas a la hora de poder mantener los negocios abiertos cuando la población no podía ni salir del municipio propio.

Afortunadamente, 2021 no ha sido 2020. Si las pernoctaciones de turistas en Euskadi en el año 2020 para el mes de Abril fueron cero, en 2021 fueron 63.209 (más que en 2019). Para el mes de agosto de 2020 las cifras se acercaron bastante a las de 2019, 334.666 y 315.985 respectivamente. De hecho, el propio consejero de turismo del Gobierno Vasco dijo, en mi opinión con demasiado optimismo, que “contamos con cifras superiores a Agosto de 2019 en entradas, pernoctaciones y tarifas medias”. El problema hoy en día es que a pesar de que en las temporadas altas se alcanzan o se superan las cifras prepandemia, el resto de meses las cifras son más bajas que antes, por efecto también de las diferentes olas del virus. Aún con todo, el sector turístico es hoy en día un sector en recuperación y necesitado de mimo a la vez.

Por eso mismo es el momento de que los territorios históricos de Euskadi retomen la reflexión sobre la modernización y avance en la sostenibilidad del sector con medidas de probada eficacia como es la implantación de un impuesto turístico, especialmente Bizkaia y Araba, que hasta la fecha han sido reacios a esta nueva figura fiscal a diferencia de Gipuzkoa.

Soy consciente de que lo primero que nos viene a la cabeza es pensar que un impuesto desincentivará la venida de visitantes. Así lo argumentaron PNV, PSE y PP en las Juntas Generales de Bizkaia para oponerse a iniciar este trabajo y también en Gipuzkoa ocurrió algo similar. Sin embargo, la política de hoy en día necesita más de datos que de pasiones y falacias, de esas va sobrada. Este es un impuesto que se aplica desde hace muchos años en otras zonas del Estado como Catalunya o Baleares y en otros lugares del extranjero como París, Amsterdam, Suiza o Croacia, entre otros. ¿Alguien dejaría de visitar alguno de estos destinos porque tiene que pagar en torno a 2 euros al día de impuesto? Seguramente no. De hecho, si pagas 2 euros por un café en Suiza o París puedes considerarte un excelente buscachollos.

Los impuestos no sirven solo para incentivar o desincentivar actividades humanas. Sirven también para informar de los costes de algunos de los servicios que disfrutamos, en este caso, como turistas. Y es que los atractivos turísticos de Euskadi o cualquier punto del mundo no vienen caídos del cielo. Es gracias a la inversión de las administraciones públicas locales, forales, autonómicas o estatales que tenemos museos, que se conserva el patrimonio natural y cultural o que, sencillamente, tenemos infraestructuras para acceder a ellos y servicios para hacerlo en las mejores condiciones posibles (recogida de basuras, agua y saneamiento, policía, transporte público, asistencia sanitaria…). La mayoría de estos servicios o no tenemos que pagarlos (como la policía o las carreteras) o el precio está subvencionado (como el ticket de autobús, que no recoge todo el coste del servicio). Un impuesto turístico serviría para informar al visitante de ese coste y que pueda aportar a su mantenimiento. Actualmente este gasto se mantiene exclusivamente con el esfuerzo de los y las ciudadanas.

Los impuestos no sirven solo para incentivar o desincentivar actividades humanas; sirven también para informar de los costes de algunos de los servicios que disfrutamos, en este caso, como turistas

De ninguna manera se puede decir que un impuesto de estas características vaya a tener un efecto desincentivador. De hecho, no existe ni un informe o ejemplo que soporte esa idea que tan solo existe en el imaginario de aquellas fuerzas políticas reacias a avanzar. Según la Agencia Tributaria catalana “los datos prueban que la tasa no desincentiva las pernoctaciones. Desde su aplicación en Catalunya se ha pasado de 63,6 millones de euros recaudados a 76,5 en 2019 por el incremento de los visitantes. El número de pernoctaciones se ha incrementado un 20%. Así lo analiza también un informe para la Comunitat Valenciana de la Fundación NEXE: ”un gravamen de 2 euros por persona y noche no tendría impacto en la demanda turística valenciana“. Allí el gasto medio por visitante es de 92 euros al día. En Euskadi es de 165 euros al día. El impuesto es aquí, aún si cabe, más insignificante que en otros territorios.

Debería ser, en todo caso, un impuesto de carácter progresivo, que grave más a quienes optan por alojamientos más lujosos. Debe ser también un impuesto que contribuya a reconocer los impactos en el territorio de la carga turística independientemente del lugar de pernoctación y es que analizando el comportamiento del turismo en Euskadi vemos que este se aloja principalmente en las capitales, pero se mueve por los atractivos turísticos de todo el territorio. Es el ejemplo claro de Bakio o Bermeo, que tienen que lidiar con las miles de visitas diarias a San Juan de Gaztelugatxe sin que ninguno de ellos pernocte en esos municipios, sino en la capital. Y en último lugar, el impuesto debe informar y no desincentivar, como he explicado anteriormente. Informar y aportar al mantenimiento de los servicios básicos, sin necesidad de cerrarnos a figuras impositivas finalistas. La recaudación de este impuesto puede ir a la hacienda común (como el resto de impuestos) e invertirse en lo que más falta haga: promoción del turismo sostenible, mejora de las infraestructuras o mejora de los servicios sociales, entre muchos otros.

Es el momento y es el lugar. Las instituciones vascas llevan años invirtiendo grandes cantidades del presupuesto público en impulsar descontroladamente el turismo a través del posicionamiento internacional de la marca Euskadi y los macroeventos (como hace la Diputación Foral de Bizkaia). Los impactos negativos de esta apuesta son cada vez más notorios: pérdida de diversificación económica, impactos medioambientales, gentrificación y turistificación de barrios o masificación de los puntos de interés cultural y natural. Euskadi no es la costa mediterránea, y posiblemente nunca lo será, pero es el momento de actuar con antelación con la aplicación de medidas concretas y de contrastada eficacia como es el impuesto turístico.