“Bai?”. La hija de los Ferreira Frutos de La Serena descuelga en euskara al teléfono. Ella, Maialen, a sus veinte y pocos años, forma parte de la amplia colonia extremeña que atrajo en el tardofranquismo la segunda industrialización del País Vasco. Son hasta 200.000 personas entre los inmigrantes y sus asimilados y descendientes: el 9% de la población vasca y el equivalente al ¡20%! de la de las provincias de Cáceres y Badajoz. En Vitoria hay más oriundos de la zona de Brozas (3.000) que los que quedan allí (2.000). Y a Euskadi también llegaron gallegos (55.000), andaluces y castellanos (éstos son más que los extremeños, pero vinieron en dos oleadas y no tienen una identidad regional común, ya que se identifican como leoneses o burgaleses a secas).
Un trabajo académico del exrector de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) Manuel Montero estima que apenas un 20% de la población podría acreditar “ocho apellidos vascos”. O, dado la vuelta, el 56% tiene apellidos de otras zonas de España y el 24% orígenes mestizos.
El voto de aquellos inmigrantes (y de su entorno) ha jugado, desde luego, un papel fundamental en la historia política vasca de las últimas décadas. Pocos dudan en señalar al PSE-EE como el gran beneficiado, un partido que siempre ha tenido muy claro dónde podía pescar votos. Pero ese caladero tradicionalmente socialista se está agotando. ¿Por qué? “En primer lugar, hay casi un decrecimiento natural en ese electorado porque aquella generación que llegó en las décadas de 1960 y 1970 a trabajar ya se está muriendo. Otros acaban volviendo. Y, después, quizás la debilidad mayor del socialismo es no haber sido capaz de reproducir y reestructurar una cultura en torno al partido que se reproduzca generacionalmente”, explica el politólogo Alfredo Retortillo, también de la UPV-EHU. El PSE-EE, actualmente, obtiene sus mejores resultados entre el sector de la población mayor de 55 años y pincha entre los más jóvenes.
Otro experto universitario en movimientos sociales, Mikel Aizpuru, tiene muy claro, además, que la denominada segunda generación, esos hijos de inmigrantes e incluso ya sus nietos, no son el bloque obrero y de izquierdas que eran aquellos trabajadores de las acerías de la Margen Izquierda de Bizkaia, de las cooperativas guipuzcoanas y de las fábricas vitorianas.
“Desde un punto de vista genérico, en casi todo el mundo la segunda y tercera generación actúa, vive y vota diferente. ¿Hay un voto irlandés en Estados Unidos? Lo había, pero ahora ya no lo tengo tan claro. En la II República, el PNV ya ganó elecciones por los hijos de aquellos primeros castellanos que llegaron a Altos Hornos hacia 1900 y entonces las distinciones étnicas todavía eran muy fuertes en el nacionalismo”, abunda Aizpuru.
Brecha generacional
Varios de los expertos consultados coinciden en que ya desde la década de 1980 se empezó a notar una brecha generacional. Casi un intento de rebeldía. “Aunque parezca sorprendente, en plenos años de actividad de ETA, había personas que variaban de unas elecciones a otras entre votar al PSOE y hacerlo a Herri Batasuna (HB), muy especialmente entre población de origen inmigrante interna”, apunta Roberto Uriarte, profesor de Derecho Constitucional y exsecretario general de Podemos en Euskadi, el partido que precisamente obtuvo en las dos últimas elecciones generales sus mejores resultados de toda España en antiguos feudos socialistas como la Margen Izquierda (Barakaldo) o barrios muy concretos de Vitoria.
“Aunque sea paradójico, la izquierda abertzale reivindica un nacionalismo menos étnico que el del PNV”, apunta Aizpuru sobre este particular y recuerda que hasta históricos de ETA eran lo que despectivamente se ha conocido como 'maketos', 'cacereños' o 'coreanos', hijos de aquella inmigración industrial.
Maialen, que estudió en euskara en una ikastola de Mondragón, cuenta que en su barrio, en la zona de Musakola, todos sus amigos eran hijos de trabajadores venidos de fuera. Si en Vitoria los de Brozas encontraron su hueco, cooperativas como Fagor fueron un imán para los jóvenes de La Serena durante el franquismo. Su ‘aita’ y su ‘ama’, que no se conocían y se enamoraron en la Gipuzkoa profunda, resultaron ser oriundos de dos pueblos que apenas distaban siete kilómetros. Enrique García, presidente de la Federación de Asociaciones Extremeñas de Euskadi (con 3.500 socios), indica que este caso no es ni mucho menos una excepción.
Euskadi con equis
En 2015, una periodista extremeña publicó el reportaje “Euskadi con equis”, en el que se trazaban algunos ejemplos del aislamiento que padeció aquella nueva población en la Euskadi que siempre se ha enorgullecido de ser acogedora e integradora pero que, a la vez, es actualmente la que más casos de xenofobia y racismo registra de toda España. Cita una campaña publicitaria de 1976 de la Caja Laboral en la que un extremeño, Francisco Tejada, se hacía llamar ahora, tras una traducción libre, 'Patxi Teilatu'. “Sí al euskara […]. Pero de ahí a perder tus raíces, a cambiar de nombre, a eso nos oponíamos”, comentaba una mujer en aquel reportaje.
García cifra en 17 las agrupaciones de extremeños y en una docena las de andaluces y gallegos, a las que habría que añadir las casas provinciales de castellanos. Todas ellas han sido estas décadas refugio de costumbres, platos típicos, fiestas y tradiciones, aunque ahora, sostiene García, se han abierto a la sociedad. Hasta EH Bildu agradeció el pasado año el esfuerzo de esos inmigrantes por construir el País Vasco primero con una medalla honorífica entregada por la Diputación de Gipuzkoa y, segundo, felicitándoles por su impulso al euskara al matricular a sus hijos en modelos educativos bilingües como el B y el D.
¿Ha querido asimilar el nacionalismo a esa gran masa de jóvenes? “En Navarra, por ejemplo, se ha euskaldunizado a muchos jóvenes y no ha subido el voto abertzale”, valora Aizpuru. Y añade: “Cada vez hay más gente euskaldun que no vota abertzale”. “La realidad es mucho más compleja y paradójica y creo que el partido se elige, igual que todo en la vida de los seres humanos, también por componentes afectivos, de imagen, de descarte de los más odiados, de moda, de decepción de lo que se esperaba de alguien, de castigo, etc.”, apostilla Uriarte.
“Aquí extremeños, allí vascos”
El reciente proceso independentista en Cataluña ha sacado a la palestra a ‘charnegos’ (como se conoce allí de manera despectiva a los inmigrantes) como líderes soberanistas. Ahí están Gabriel Rufián en ERC o Antonio Baños en la CUP. En el nacionalismo vasco, apenas descuella Ramiro González (nacido en Burgos) como diputado general de Álava en el PNV, aunque Uriarte apunta que su antiguo partido, Podemos, ha incorporado a toda una generación de vascoparlantes de “apellido castellano y nombre en euskera” que aportan nuevos aires al vasquismo. Retortillo matiza que, a diferencia de Cataluña, esa población foránea no se ha “guetizado” tanto hasta el punto de configurar una sociedad paralela a la local. “Para entendernos, aquí no hay unos Estopa”, bromea el profesor, que recuerda que el Partido Andalucista llegó a conseguir dos escaños en el Parlament catalán en las elecciones de 1980.
Es de nuevo el PSE-EE el que más apellidos extremeños, gallegos, castellanos o andaluces ha incorporado a sus filas. Óscar Rodríguez, Rodolfo Ares, Begoña Gil, Rafaela Romero o Mikel Torres son sólo algunos ejemplos de militantes que han escalado en el partido. El eminente perfil obrero de la inmigración ha limitado siempre la penetración del PP en este sentido, aunque últimamente ha ganado peso entre los pensionistas.
En todo caso, según el análisis de Montero, este amplísimo sector de la población ha quedado infrarrepresentado históricamente en las instituciones. Tras las autonómicas de 2012, sólo 6 de los 48 electos nacionalistas (PNV y EH Bildu) tenían dos apellidos castellanos como el grueso de la población. En 2013, entre los altos cargos del Gobierno vasco el 85% tenía uno o más apellidos de origen vasco. “Aquí somos los extremeños y allí somos los vascos”, bromea Maialen, orgullosa de su euskara y también de los bailes extremeños de cada verano cuando regresa a La Serena.