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Entrevista
Defensora de los derechos humanos

Dalila Argueta, huir por defender la vida: “Cuando te dan asilo sientes culpa por seguir viva mientras tu país sufre”

La defensora de derechos humanos y activista Dalila Argueta

Maialen Ferreira

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La voz de Dalila Argueta es dulce, pero firme. Sus palabras muestran fuerza, valentía, solidaridad, pero también culpa. La culpa que se siente cuando se ve obligada a dejar un país, con todo lo que ello conlleva, por salvar su propia vida. Dalila Argueta tuvo que marcharse de Honduras hace cuatro años porque trató de defender con uñas y dientes el río que recorría su comunidad y que, a raíz de que el Gobierno concedió la ejecución de una mina a una empresa para que pudiera extraer minerales, estaba siendo contaminado. Las protestas que llevaron a cabo desde su comunidad hicieron que Argueta fuera señalada, insultada y amenazada. Cuando su vida empezó a correr peligro, sintió la necesidad de escapar.

Así, tras pasar un par de años en Zaragoza, Argueta recaló en Euskadi, en un pequeño pueblo de poco más de 700 habitantes llamado Artea, en Bizkaia. En el pueblo, rodeado de naturaleza y montaña, la defensora de los derechos humanos se siente casi en casa. Trabaja en el proyecto Basoa, que acoge a personas que, como ella, tuvieron que salir de sus países para buscar un destino mejor. También sigue ligada a las luchas de su país y de otros territorios de América Latina en la Red Nacional de Honduras y la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos (IM-Defensoras).

¿Cómo recuerda el momento en el que tuvo que dejar Honduras? ¿Qué ocurrió?

Lo recuerdo con dolor porque dejar la tierra como yo lo hice no es algo que se hace por aventura, sino que es una migración forzada. A las defensoras de los derechos humanos se nos criminaliza por defender el medio ambiente y nos vemos obligadas a huir para salvar nuestras vidas. Recuerdo el día que me marché, el 4 de abril de 2019, con mucho dolor, mucha culpa por dejar mi lucha y confundida porque no sabía qué iba a tener en el exilio. Es un recuerdo que todavía me duele.

¿Cómo fue su llegada a Euskadi?

Cuando llegué a España estuve dos años en Zaragoza y, a raíz de la COVID-19 la situación se puso muy difícil. Me empezaron a dar brotes de ansiedad al ver tanta Policía por las calles durante el confinamiento, algo que pensaba que había superado, pero me di cuenta con la pandemia de que eran sentimientos que seguían a flor de piel. Me quedé sin trabajo y, la Red Nacional de Honduras y la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos (IM-Defensoras), de las que formo parte, hicieron posible que llegara a Euskadi, concretamente al pueblo de Artea, en Bizkaia. Estar en Zaragoza me estaba llevando al colapso y buscaba un espacio más tranquilo y con montañas. Llevo ya dos años aquí y me enamoré de Euskadi, de las montañas, de su gente y de la forma en la que militan. Necesitaba esto, hay algo en Euskadi que otros territorios no tienen.

¿Cuál es su labor en Euskadi y, en concreto, en la casa refugio Basoa?

Soy la primera defensora que es acogida en el proyecto Basoa. Llegué en la etapa de construcción, cuando aún la casa no estaba para acoger a nadie y trabajé para que el proyecto pudiera nacer. Soy la defensora a la que acogen, pero la que acoge también las luchas de aquí. Una vez que hemos conseguido abrir la casa para que acoja a personas migrantes y activistas, mi labor es acompañar tanto a las personas que están aquí como a las que vienen. Es un trabajo que se realiza de forma natural, no tenemos unas tareas asignadas, yo habito la casa junto a otros compañeros y acompaño los procesos de las personas que van llegando. Basoa no solo acoge a las defensoras, las apoya también en sus luchas y su militancia.

¿Qué significan para usted la tierra y el medio ambiente?

Lo es todo. Estoy enamorada de los ríos, de los bosques, de los mundos que son posibles dentro de este mundo que queremos comernos y destruir. Sin la naturaleza no somos nada, dependemos de ella en todos los sentidos y somos su peor enemigo. La madre tierra, Pachamama o Ama lur (como la llaman en los Andes y en euskera) es mi madre, es lo que le da sentido a mi vida, es el núcleo, es la vida misma, aunque sin nosotros estaría mejor, porque somos el cáncer que la corroe.

La culpa te corroe porque tú sigues viva mientras los tuyos están criminalizados, las comunidades siguen amenazadas y ves desde lejos cómo siguen violentando a tu pueblo

¿Qué implica el hecho de ser mujer, migrante y defensora de los derechos humanos?

En Honduras implica estar en la primera línea de los ataques y amenazas. Por el mero hecho de nacer mujer, en Honduras ya corres peligro, naces con miedo. En Euskadi además se suma el hecho de sentirte ajena, como si invadieras, como si vinieras a robar. Aquí hay diferentes tipos de violencia, está el racismo, la violencia institucional y administrativa que te impide llevar una vida cotidiana sin papeles, los trámites son lentos y se nos complica todo. En mi caso he sufrido trabas burocráticas y he tenido que demostrar que me querían matar con pruebas para que me pudieran dar el asilo. Para nosotros es muy difícil salir adelante con esas dos mochilas que llevamos y esa doble agenda en la que seguimos militando para nuestros territorios en la distancia y nos sumamos a las militancias y a la defensa de este territorio. Además de eso tenemos que conseguir un trabajo que nos permita vivir y mantener a nuestra familia. Cansa mucho, pero es una apuesta personal que hacemos porque no sabemos bajar los brazos.

Otra de las cuestiones que hace difícil la vida es la culpa que te corroe porque tú sigues viva mientras los tuyos están sufriendo, criminalizados, las comunidades siguen amenazadas y ves desde lejos cómo siguen violentando a tu pueblo mientras aquí caminas tranquila sin miedo a que alguien te ataque.

¿A lo largo de tu vida qué tipo de violencias has sufrido por ser defensora de los derechos humanos?

Cuando empiezas a defender la naturaleza comienzas a vivir distintas violencias, como el machismo en los espacios: nuestras voces se silencian, minimizan los riesgos que nosotras corremos, tenemos que alzar más la voz para ser escuchadas o se priorizan los riesgos de los hombres a los nuestros. Luego está la violencia que viene desde el Gobierno y las instituciones que salvaguardan los intereses políticos frente a los derechos de la madre tierra. Eso hace que nos tengamos que enfrentar a persecuciones, intimidaciones o ataques verbales por el hecho de que seamos mujeres y salgamos a la calle a defender nuestros derechos. Es muy duro, pero es una apuesta que hacemos y que sabemos desde un principio qué nos va a suponer.

Habla acerca de las trabas institucionales, pero más allá de eso, ¿qué tipo de violencias ha sufrido desde que vive en Euskadi?

El asilo es un derecho, no es un favor que nos hacen. La violencia que sufro es sobre todo por la lentitud con la que van los trámites y la forma en la que me tratan. Sientes el desprecio cuando te reciben o te dicen las cosas, los interrogatorios que te hacen, es algo que te deja mal sabor de boca. Cuando llegas tienes que mostrar pruebas y, en mi caso, hay organizaciones internacionales que conocen mi historia y me respaldan, pero cuando sales del país no tienes tiempo para tomar pruebas, ¿qué pasa con las personas que huyen de las pandillas? No te da tiempo a sacarte un selfie con tu sicario o de sacarle una foto antes de que te pegue un tiro. Deberían hacernos más fácil un camino que ya de por sí es duro, porque dejamos atrás a nuestra tierra y nuestra familia.

Para mí también es difícil que me dé asilo Europa cuando veo que sigue destruyendo mi país y mi pueblo. No me permiten volver a mi país y yo lo que pido es que se me deje estar aquí, no que no se me permita volver a entrar en mi territorio.

¿Hasta cuándo no le permiten volver a entrar a Honduras?

Hasta que la situación cambie, consiga nacionalidad española o decida renunciar al asilo. Yo puedo entrar en mi país, pero si durante el asilo vuelvo a Honduras, no puedo volver a España como protegida. Entro asumiendo todos mis riesgos y España se desvincula de mi protección. La cuestión es que de la noche a la mañana la situación no va a cambiar, porque las empresas no dejan de llegar y saquear, no dejan de destruir nuestras montañas y eso hace que haya cada vez más defensoras migrando. Esto no va a parar porque el capitalismo no para, todo lo contrario, va a pasos de gigante, mientras nosotros vamos a paso de caracol.

¿Qué hace el campesino cuando llegan empresas y le quitan las pocas tierras que tiene? ¿Qué hace una madre cuando sus hijos lloran porque tienen sed y solo hay para beber aguas lodosas?

La sociedad es cada vez más consciente de los efectos de la contaminación y del cambio climático, pero usted, como defensora ¿nota un cambio real en la sociedad?

Hay gente que está despierta, otros van despertando y otros están dormidos. En este lado del charco se están haciendo cosas para cambiar, pero es necesario llegar también al otro lado. Hablan de transición energética y sostenible, pero ¿quién lo sostiene? ¿De dónde salen los parques eólicos, las placas solares o los cambios que se llevan a cabo para pasar al coche eléctrico? De los países que siempre han sostenido el nivel de vida que Europa quiere tener. Cambian cosas aquí porque ven el riesgo que tienen, pero no ven el riesgo que hay desde hace años en nuestros países. ¿Qué hace el campesino cuando llegan estas empresas y le quitan las pocas tierras que tiene? ¿Qué hace una madre cuando sus hijos lloran porque tienen sed y solo hay para beber aguas lodosas? ¿Qué hace un pueblo cuando le quitas un río o una montaña?

¿Qué se debería hacer y aún no se hace para vivir respetando el medio ambiente?

Debemos seguir, crear nuevas redes, unirnos para trabajar y levantarnos. Muchas personas están cambiando su modo de vida de forma individual, pero sin que el modelo empresarial cambie no conseguiremos nada. El Gobierno no penaliza empresas, no las investiga ni las lleva a procesos legales, con una etiqueta ecológica no basta. Decía [el alto representante para Política Exterior de la Unión Europea, Josep] Borrell, que nuestros territorios eran una jungla mientras que Europa es un jardín. Pues que se quede con su jardín y sus mariposas, que nosotros nos quedamos con la jungla que es el corazón de la vida. Estamos defendiendo esa jungla con la vida porque apostamos por ella.

En Euskadi también hay luchas por las que pelear cuando destruyen montes para poner un tren de alta velocidad cuando este territorio ya está suficientemente conectado, ¿para qué seguir destruyendo la belleza de los pocos montes que quedan? A veces parece que el verde les estorba y les asusta.

¿Qué le diría a las mujeres de su país que siguen defendiendo el medio ambiente pese a los peligros que corren?

Que me siento orgullosa de ellas, que las admiro porque son mujeres guerreras, valientes, madres, mujeres que defienden a otras mujeres, que han hecho suya su voz, sus derechos, que no las manipula cualquier sonido de monedas y que están en riesgo por eso, porque no las han comprado ni engañado. Están en esas luchas porque tienen la dignidad intacta y saben lo que valen y lo que defienden. No te imaginas cómo deseo volver con ellas y, en la distancia, hago todo lo que puedo aunque muchas veces me parece que no es suficiente, pero no voy a soltar, si ellas no sueltan la lucha estando allí, yo que estoy aquí, tampoco. Por mucho que pensemos que lo que hacemos es poco, de granitos de arena están hechos los desiertos y, aunque nuestro enemigo es inmenso, debemos mantenernos fuertes y unidas.

¿Volverá a Honduras algún día?

Volver a poner los pies en tierras hondureñas es mi mayor sueño y mi mayor deseo. Volver al río, a la montaña, a mis caminos de tierra y a todo lo que dejé. Algún día volveré, no sé cuándo, pero mientras tanto seguiré luchando en estas tierras frías en las que también existe la solidaridad.

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