Rosa Montero: “Aprender que no puedes gustar a todo el mundo es muy liberador”
Es una de las escritoras más populares de nuestro país. Rosa Montero ha realizado más de 2.000 entrevistas y ha publicado un total de 17 novelas. En la actualidad, escribe una columna semanal en el diario 'El País'. Su último libro, 'La buena suerte', es un thriller existencial que indaga acerca de la naturaleza humana.
En agosto de 2020 publicó su última novela, 'La buena suerte'. ¿Cómo surge esta historia?
Tú no escoges las novelas sino que las novelas te escogen a ti. Esta apareció igual que lo que le pasa a mi protagonista en el primer capítulo. Yo iba en un AVE de Madrid a Málaga y, de repente, el tren se paró. Levanté la cabeza y vi lo que ve Pablo: un paisaje urbano-industrial destrozado, horrible, deteriorado, paupérrimo y, pegado a las vías, un balconcito reventado de una casa del desarrollismo franquista con todos los hierros oxidados, una bombona de butano reventada y un cartel pintado a mano. Lo primero que pensé fue: “¿Quién se va a comprar este piso, que es el piso más feo del mundo, en el pueblo más feo del mundo?” Ahí se encendió la bombilla y se metió la idea en mi cabeza. Me dije: “¿Y si de repente hubiese un personaje que viera eso y se bajara en el siguiente pueblo, volviera, se metiera en ese piso, desapareciera y no llegase nunca a destino?” Esa idea me emocionó tanto, tanto, que supe que era el comienzo de una novela. Eso fue el 29 de abril de 2017. Entonces yo no sabía nada, igual que el lector. No sabía por qué el personaje se iba a bajar e iba a hacer esa estupidez. No sabía ni siquiera si era un hombre o una mujer. Yo tuve que hacer el mismo camino que hacen mis lectores en el libro. Solo que a mí me llevó tres años y, a ellos, un par de días (risas).
El título de su libro es, cuando menos, sugerente: ¿existe la buena suerte?
La buena suerte hay que ganársela. Es lo que nos viene a decir el personaje de Raluca en la novela. La buena suerte consiste en remar hacia la buena suerte, en querer tener buena suerte, en mirar la vida de otra manera y, sobre todo, en tener la capacidad de contarse a uno mismo la vida de otra manera. Los seres humanos somos fundamentalmente narración. Si cambias la narración, cambias tu vida.
¿Y la mala suerte? En su libro se narran hechos policiales reales que son terroríficos.
La mala suerte existe. He conocido en mi vida personas maravillosas, supertrabajadoras y muy capaces. Personas que han hecho todo lo debido, y mucho más de lo debido, para merecerse una vida bella. Sin embargo, han salido a la calle y les ha atropellado un camión, por poner un ejemplo. Hay personas a las que la vida les pasa por encima como una locomotora. La novela trata del bien y del mal. Del mal con mayúsculas, del mal atroz, del mal sin sentido. De ese mal que nos vuelve locos. La novela dice que las religiones se crearon para darle al mal un sentido y que no nos destruya. Yo, para ejemplificar ese mal absoluto, no he encontrado un mejor ejemplo que esas historias terribles, esas familias, esos padres y esas madres que, debiendo ser nido y refugio, torturan, violan y asesinan a sus hijos. Por desgracia, ese horror existe. Pablo, el protagonista, va haciendo acopio de esos relatos, de esas historias reales, que son notas de prensa calcadas de los periódicos. Si tú intentas poner en ficción un mal tan absoluto no te lo crees. Nos negamos a creerlo. Sin embargo, existe y se repite. Me parecía esencial poner ese contrapunto.
Los articulistas verbalizamos distintas opciones sociales. Aun así, estoy convencida de que no convences a nadie que no estuviera en tu nube de pensamiento
¿La bondad y la maldad son cualidades innatas o resultado de las circunstancias que nos rodean?
El mal absoluto parece que es intrínseco porque no tenemos, ni siquiera, el consuelo de pensar que existe una causa que lo provoca. El mal absoluto es el mal sin razón. Yo creo que el ser humano, y la novela lo dice, está hecho para el bien. Si no fuera así, el mal no nos horrorizaría tanto. No ocuparía la primera página de los periódicos ni abriría los telediarios. Si el mal fuese nuestra naturaleza sería lo normal. No nos angustiaría, no nos enloquecería. Dicen que hay un 1% largo de psicópatas en el mundo y entre un 4% y un 8% de narcisistas. En total hay como un diez por ciento de gente muy mala. El resto convivimos con nuestras oscuridades, nuestras miserias, nuestras mezquindades, nuestros egoísmos, pero al otro lado del río. Es cierto que hay muchos cobardes que, bien por cobardía o por pereza moral, prefieren no meterse en líos, arrimarse al provecho. Esto provoca que, en ciertas situaciones históricas o en momentos sociales concretos, un gran número de personas apoyen a los malos absolutos y se produzca una especie de orgías de dolor como los Jemeres Rojos en Camboya o el nazismo.
En marzo se aprobó la ley de la eutanasia en España. ¿Qué opina de esta decisión?
Es uno de los grandes hitos históricos de este país. Importantísimo. Es algo para todos. Es uno de esos logros sociales que van por encima de cualquier partido. Un logro de sensatez, de humanidad y de coherencia. De ese rasgo del ser humano de intentar ser mejores y de intentar conseguir un mundo mejor. Es un momento histórico impresionante.
¿Cómo afronta las críticas negativas?
Si te refieres a las redes sociales, ni lo miro. Aconsejo no responder jamás a los troles porque al responderles les estás dando visibilidad. La única manera de contestar a esa gente es no contestando. Ni los leo ni los miro ni me importan. En cuanto a las críticas en serio, como las críticas literarias, somos tan inseguros, tan neuróticos que sí, te hacen daño. Siempre estás mucho más tendente a creer lo malo que dicen de ti que lo bueno. Así que otra cosa que hago es no leer las críticas literarias (risas). Hace muchísimo que aprendí que no puedes gustar a todo el mundo y eso es muy liberador.
Escribe semanalmente en 'El País'. ¿Impone saber que puede llegar a influir a tantas personas?
Estoy convencida de que no influimos. Los medios de comunicación son el sustituto del ágora pública, ese lugar donde la sociedad discute, intercambia ideas y llega a acuerdos y consensos. En ese sentido los articulistas verbalizamos distintas opciones sociales. Aun así, estoy convencida de que no convences a nadie que no estuviera en tu nube de pensamiento. Otra cosa es que estuviese en tu nube pero no sabía cómo expresarlo. Eso sí. Es un vocero, pero no creo que convenzas a nadie. Tú tienes que tener la responsabilidad de que tu vida sea lo mejor posible, lo más cercana a tus ideas, a tus valores y lo más feliz posible. Esa es mi responsabilidad. Punto. No tengo responsabilidad por las Rosas Montero imaginarias que haya por ahí. La fama lo que hace es eso: crear Rosas Montero que no soy yo.
¿Cómo cree que va a evolucionar el periodismo en los próximos años?
Ahora mismo estamos en la travesía del desierto. Se ha hecho el cambio tecnológico pero no el cambio de modelo de negocio. Todavía no hemos sabido cómo adaptarnos del todo. Con el todo vale de internet, era imposible cobrar por los digitales que han llevado a la ruina a los periódicos. La aparición de las plataformas ha empezado a educar a la gente a pagar por contenidos. Estamos empezando a salir de esa larga travesía del desierto y que ha llevado a un empobrecimiento de la oferta de prensa, de medios y de la oferta ideológica. Los medios se hacen con la tercera parte de la gente, y esa tercera parte de la gente hace cuatro veces más trabajo. Así no se puede hacer buen periodismo. Están despidiendo a los séniores y contratando a los júniores con sueldos de esclavitud. Así no se puede hacer buen periodismo. Por otro lado, está el problema de las noticias falsas, que siempre han existido. La guerra de España y América, por ejemplo, saltó por una noticia falsa de la prensa de Hearst. A día de hoy, el problema es de las nuevas tecnologías, no de los medios de comunicación. Tendremos que aprender a controlarlo y a sobrevivir a eso.
¿Se siente más periodista que escritora o más escritora que periodista?
El periodismo, que me encanta, me ha permitido conocer otros mundos, tanto geográficos como interiores. Sin embargo, para mí es una profesión, un oficio. Pertenece a mi ser social, a mi ser exterior. La ficción ha sido mi vida. Para vivir necesito escribir ficción. No tiene color una cosa con la otra. Algo me salva la vida, algo me hacer ser, algo forma parte de la estructura básica de lo que soy, que es la novela. Lo otro es un trabajo.
¿Tienen las mujeres mayor dificultad para publicar que los hombres?
Sí. Hay medios muchísimo peores. Hay muchísimas menos directivas de grandes bancos que escritoras, pero cuanto más poder y dinero tenga el medio, más difícil y más correosa es la capa de acceso. Por supuesto que hay discriminación. Sigue existiendo. El feminismo no es sólo un problema de la desigualdad de las mujeres. Es un problema de una sociedad completamente equivocada, errónea, que se basa en estereotipos completamente falsos a los cuales nos obligan a hombres y a mujeres. A las mujeres nos ha tocado un doble coste. Es como si nos obligaran a todos, en vez de a vivir, a jugar en un teatro papeles designados. Y en ese teatro, en esa obra, a las mujeres nos ha tocado el papel de víctimas o sojuzgadas. Así que tenemos ese doble coste. Pero los hombres también lo tienen. Y lo pagáis. Pero afortunadamente ahora un número muy grande de hombres se están dando cuenta de ello: que el feminismo es cosa de todos.
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