Vox, entre “inseguridad, prostitución, inmigración ilegal” y… vino de año de Rioja Alavesa

Labastida —
17 de abril de 2024 21:46 h

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Entrar en la campaña de Vox en Euskadi es hacer un viaje en el tiempo. Un periplo que puede llegar a ser muy estimulante, sobre todo si aparcas los prejuicios en casa y abres bien los ojos. Y si el viaje lo terminas entre viñedos, en la Rioja Alavesa, en una población como Labastida, mejor que mejor. 

A veces está bien mezclarse con la gente sin parecer un periodista para conocer de primera mano la flora y fauna que puebla los mítines y actos diversos de la formación ultraderechista. Así decidí hacerlo. Por no llevar no portaba ni documentación. Ni tan siquiera mi acreditación de prensa. Aunque eso suponga el riesgo de acabar detenido o llevarte un porrazo de la policía. Nadie dijo que la profesión de cronista fuera fácil o estuviera exenta de riesgos. Al final, no pasó nada. Menos mal.

El pasado 5 de abril, el primer día de la campaña vasca, Vox había elegido el barrio bilbaíno de San Francisco para pasearse a cuerpo, que ya es hora, “¡A la calle!”, que clamaba el poeta, claro que el sentido que le daba Gabriel Celaya era muy diferente. 

“…Españoles con futuro

y españoles que, por serlo,

aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno…“ 

España en marcha [De ‘Cantos íberos’, 1955].

A los dirigentes y candidatos de Vox les gusta hacer una inmersión para la galería (y las televisiones) en “inseguridad, tráfico de drogas, prostitución, inmigración ilegal…”. Así lo vieron ellos, al menos los que tomaron la palabra en ese acto electoral, precedido por un paseíllo por la principal calle del antiguo ‘barrio chino’ de Bilbao -el más multicultural de la villa- ante la mirada, entre curiosa y burlona, de los ciudadanos magrebíes que poblaban las aceras.

El dispositivo de seguridad desplegado para la ocasión aquella tarde en la capital vizcaína, con decenas de furgonetas y agentes de la Brigada Móvil, la unidad de elite de la Ertzaintza, conocidos popularmente como beltzas (negro en euskera) por el color de su atuendo, impresionaba.

“Esto es una provocación. ¡Anda que no hay barrios para hacer un acto electoral!”, sostenía Said, un marroquí de 47 años que lleva en el País Vasco 26 años y se confiesa votante del PNV “desde siempre”.

A buen ritmo, la candidata a lehendakari de Vox, Amaia Martínez, lideraba la comitiva, como si de los campesinos de la película de 1976 ‘Novecento’ de Bernardo Bertolocci se tratara. La acompañaban otros dirigentes de la formación y representantes de los gobiernos autonómicos donde el PP ha puesto la alfombra institucional a la ultraderecha, militantes y simpatizantes. 

Un grupo nutrido y muy variado: desde el que parece salido de una viñeta de Kim, un Martínez El Facha cualquiera, otro con pintas de no haberse quitado los correajes falangistas en la vida y algún orondo militante con dificultades para caminar de los que no faltan en ningún partido. Son los menos. Ojo, vino mucha gente que, por la vestimenta, pasaría desapercibida en un mitin del PP (normal, es su escisión), pero también personas como tú y como yo. Y no faltó público de atrezzo llegado de comunidades limítrofes para asegurar buenas tomas del mitin para la televisión.

Santiago Abascal se ahorró el paseíllo. Llego en su coche de partido, bajó directamente del vehículo y, tras atender a los periodistas, se colocó en primera fila de las numerosas sillas desplegadas por la organización.

Todo discurrió con normalidad. Bueno, Abascal tuvo que soportar empezar a hablar cuando, de uno de los balcones cercanos, se puso un set-list que arrancó con el himno antifascista italiano de la Segunda Guerra Mundial, ‘Bella Ciao’ (que en este siglo reverdeció de nuevo gracias a la serie La Casa de Papel), y luego siguió con ‘Euskadi Antifaxista’, del grupo skatalitiko vasco Betagarri y unas cuantas más.

Todo en orden, decía, aunque en algunas de las intervenciones se airearan los discursos habituales de la ultraderecha de toda Europa de criminalización de la “inmigración ilegal”. Y del “abuso” de las ayudas por ese grupo ciudadano. “La RGI [Renta de Garantía de Ingresos], el 50% se la llevan los extranjeros, los que llegan aquí ilegalmente” y los “responsables principales son el PNV y [EH] Bildu, que lo han permitido”, sostuvo Abascal ante los aplausos del personal.

Vox es una fábrica de bulos, de retorcer datos y descontextualizarlos. Y esto no es una opinión. Ejemplo, esas palabras sobre la RGI. 

En el País Vasco hay en la actualidad 294.421 extranjeros. En relación con las ayudas y con la RGI, el 42% de los que la cobran o son pensionistas (14.732) o complementan su trabajo (9.460) con la RGI porque no llegan a fin de mes con lo que ganan. De las 57.334 personas que cobran actualmente la RGI en el País Vasco, 32.858 son mujeres y sólo 19.341 son extranjeros. 

En menos de una década el peso de este segmento de la población no autóctona ha crecido menos del 60%. Y el número de inmigrantes que cotizan en la CAV se sitúa en 90.575, de los que 21.428 corresponden a países de la Unión Europea y el resto son de fuera del territorio comunitario

Datos oficiales, no opiniones. Bagatelas, para el universo trumpista de la posverdad de Vox.

“¡Viva el vino!”

La Academia del Vino de Castilla y León, donde ahora gobiernan juntos PP y Vox, concedió en febrero de 2010 a José María Aznar una medalla de oro para criticar la Ley del Vino de los socialistas.

“No podemos conducir por ti”, rezaban los carteles de una campaña institucional de la DGT para evitar el consumo de alcohol al volante.

Y Aznar, con ese tono chulesco irreproducible por escrito y toda la carga ideológica de un liberal de libro a lo Adam Smith, dijo en el acto de la medalla, poniendo su dedo a pasear: 

“¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí? (...) ¿Quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber. Deje que las beba tranquilo mientras no ponga en riesgo a nadie, ni haga daño a los demás”.

“Yo no bebo otra cosa, nada más que vino y no beberé nada más que vino, (…) y yo sabré guardarme mucho mejor de lo que algunos me quieren guardar”. Declaración de intenciones

Santiago Abascal, que va a ser el líder nacional que más veces ha venido en campaña para apoyar a su candidata, también bebe vino. Este miércoles, toca vino de año. De vuelta a la campaña vasca, tiene una agenda apretada. A mediodía, acto en Oyón, el último pueblo de Álava, el non plus ultra vasco. Donde carga contra la “hipocresía” de las reacciones ante las palabras del candidato de EH Bildu, Pello Otxandiano, en las que se negaba a llamar “terrorismo” las acciones de ETA. Luego comida con periodistas -llegados de Madrid- en un pueblo cercano a Labastida. Por la tarde acto en ese municipio de la Rioja Alavesa y quién sabe si también hubo tiempo para algún encuentro mas con vinateros o militares. Lo último sí sucedió.

La ‘oveja facha’

En Labastida, Abascal aprovecha para hacerse fotos con simpatizantes y firmar ‘merchandising“ junto a un improvisado tenderete con el lema trumpista ”Haciendo España grande otra vez“. Está causando furor en los actos de esta campaña la pegatina de la ‘oveja facha’. Juan, un chavalín con pantalones cortos y medias casi hasta las rodillas, se lleva una firmada por el líder: ”A Juan, Viva España“. La oveja latxa es una pegatina que en Euskal Herria se coloca en la parte de atrás de los coches y evidencia el apoyo de sus ocupantes al euskera. En el caso de Vox, el cuerpo de la ‘oveja facha’ lleva la bandera española.

Abascal acaba la sesión de fotos y mantiene una conversación informal con este cronista. Nos conocemos de las épocas duras, los años de plomo de ETA. Cuando los “chicos de la gasolina”, en palabras del fallecido líder peneuvista Xabier Arzalluz -en alusión a las juventudes de la izquierda abertzale (Jarrai) que luego acaban en la kale borroka y/o en ETA- hacían de las suyas contra su padre y sus negocios en Amurrio. 

Un día los caballos de la familia acabaron pintados con la leyenda: “Abascal cabrón” y “Gora ETA”. Un jovencísimo militante de las juventudes del PP, y luego parlamentario en la Cámara vasca, acompañó a su padre en las fotos junto a los caballos ante los periodistas.

Al igual que Amaia Martínez, que se ha marchado directa a Vitoria-Gasteiz para preparar el debate de este jueves, Abascal está convencido de que Vox retendrá la representación actual, un escaño. “Todos los datos internos que tenemos nos confirman esa realidad. No hay duda”. No tienen miedo alguno a que el “voto útil” acabe por dejarles fuera de la Cámara vasca. “Hemos demostrado nuestra utilidad durante cuatro años en el Parlamento llevando temas como la inmigración, la inseguridad o las nefastas consecuencias del separatismo que nadie más se ha atrevido a tratar y que sufren cada día miles de vascos”, dice.

Le pregunto si no cree que los últimos acontecimientos, la agresión a Imanol Pradales, las declaraciones de Otxandiano, la muerte de Ardanza o, incluso, la victoria del Athletic, pueden mover un voto ahora indeciso hacia el PNV. Él no lo ve y se pregunta si ahora la gente vota así. “Todos los que han votado a VOX lo hacen sabiendo que es el único voto posible. Ya ha quedado demostrado que ir cediendo competencias al separatismo, aunque fuera con corbata en Madrid, sólo ha servido para darle alas”, asegura.

Nadie lo sabe. Ni los expertos, ni los politólogos, nadie puede asegurar cómo computan esos intangibles a la hora de participar, primero, y del sentido del voto.

La jornada toca a su fin. Le digo cuál es la canción que le ha tocado en esta serie y, antes de que él diga el ‘Cara al Sol’ de coña, le anuncio que es el ‘Vals del Obrero’, del grupo madrileño skatalítico Ska-P. Por eso que sostienen los politólogos de que la ultraderecha europea se ha nutrido -en Francia es evidente, en España no tanto- de antiguos obreros de izquierdas.

Se sonríe y nos despedimos. El ‘califa ultra’ es buen encajador.