En los Estados Unidos ganó las elecciones un empresario que en los últimos tiempos presentaba un reality de la televisión. Este hombre tiene ahora un poder inmenso y sus decisiones políticas están desestabilizando el delicado equilibrio mundial. El pueblo soberano le eligió.
En Italia un payaso, Beppe Grillo, fundó un partido, el movimiento Cinco Estrellas. Su política consiste en el tremendismo. La exageración antisistema no le impide abrazar y apoyar al sistema antisistema neofascista de Salvini. El pueblo soberano le eligió.
En Ucrania un comediante-payaso, Vladimir Zelensky, ha ganado las elecciones presidenciales. El pueblo soberano le eligió.
En España, hay elecciones. Se presentan por la derecha tres candidatos que surfean a lomos del tremendismo, la simulación, la política espectáculo y el chiste. No son comediantes que entran en política. Son, en cambio, políticos que bordean la comedia o la tragicomedia en su oferta política. Se visten en sus manifestaciones públicas y operan como comediantes para una política que tiene más tragedia que comedia.
Vuelvo a un tema que ya he reiterado muchas veces. La calidad del hacer político que en nuestro país viene ofreciendo un marco conceptual altamente preocupante.
Esa gente puede ganar, pueden hacer del país un gran teatro en el que la farsa sea nuestro pan diario. En España, en su historia, antes de que los partidos fueran partidos (siglo XIX) siempre hubo - a lo largo de siglos - lo que los historiadores denominaron el “Partido Español”. Su programa máximo consistía en calificar qué y quién era “español verdadero”, para distinguirlo de lo que no lo era. Ellos eran más españoles que nadie. En él militaban los estamentos y clases más privilegiadas. Trataban de crear una opinión pública favorable a sus intereses entre el pueblo llano, el que no tenía arte ni parte.
Su España era verdaderamente “su España”, la tierra y los hombres que explotaban.
Enfrentados a todo cambio y progreso que entendían como contrario a sus intereses. El pueblo soberano puede elegirlos.
Este lunes y martes a la noche hay debate en televisión. Yo, siguiendo mi costumbre, no los veré. Es algo superior a mí. No acierto a entender por qué la luz que intenta abrirse paso entre las sombras no es percibida por la gente. No entiendo por qué las pasiones, las emociones y los sentimientos prevalecen, en este nuestro país, sobre la razón. No comprendo por qué siempre volvemos al punto de partida en este juego de la Oca que es la historia de España. ¿Será cosa de dados trucados?
Siempre igual, aunque esta vez no estamos ya solos, nos acompañan los Estados Unidos, Italia y Ucrania, y nos acompaña una corriente universal que quiere sepultarnos nuevamente en el integrismo .
No hay quien me lo quite de la cabeza. Algo estamos haciendo mal a nivel global para que ese horizonte siniestro pueda ser una cercana realidad. ¿Por qué no nos entiende el pueblo soberano? ¿Por qué cuesta tanto?