Las estadísticas no engañan: según datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, desde el año 2000 hasta el año 2015, el porcentaje de alumnos que cursaban religión católica descendió desde el 80% al 65% en Primaria, del 62% al 45% en Secundaria y desde el 44% a un exiguo 27% en Bachillerato como media global de todas las Comunidades Autónomas; sin embargo, en los dos últimos cursos, las matriculaciones en las tres etapas han subido notablemente, no solo en Extremadura, también en el resto de España. En algunos centros la subida ha llegado hasta un 150%, fundamentalmente en Bachillerato.
¿Asistimos, en consecuencia, a un resurgir de la espiritualidad? ¿Son las nuevas generaciones más devotas que sus predecesoras? Rotundamente no. El objetivo de este artículo es desmontar la idea que se promueve desde ciertos círculos religiosos, políticos y mediáticos de que la enseñanza en la escuela pública de la religión (de diversa índole pero católica principalmente) responde a una necesidad en aumento, a una demanda inapelable de la sociedad.
En primer lugar, el principal artífice de esta indiscutible subida de matriculaciones es la ominosa LOMCE, esa ley promovida por el entonces ministro de Educación José Ignacio Wert. Con esta ley, aún vigente, la nota obtenida en religión cuenta para la prueba final de Bachillerato, presentándose así como una materia asequible que ayuda al alumnado a mejorar la nota media y tener mayores posibilidades de estudiar la carrera deseada. Frente a materias como Ética y Ciudadanía, Anatomía o Francés, es evidente que las posibilidades de obtener mejores notas se obtienen cursando religión. Solo así se explica la espectacular subida en 1º y 2º de Bachillerato. En algunos centros de Extremadura, en el curso 2014/2015 únicamente la cursaba el 15% del alumnado de 1º de Bachillerato, mientras que tres cursos más tarde, alcanza el 80%. Este hecho se observa también en un aumento significativo del profesorado de religión católica, que cubre sus horas lectivas con mucha más facilidad que en años previos; y sin olvidar que dicho profesorado, pese a tener un sueldo similar al de un interino o un funcionario con plaza, no ha pasado el exigente proceso selectivo de las oposiciones docentes y su experiencia como profesor de religión le barema igual que al resto de profesores si desea presentarse por otra especialidad. De todo esto surgen varias cuestiones: ¿tiene legitimidad una materia que sustenta su “éxito” en garantizar excelentes notas a sus alumnos? ¿Pueden baremarse las creencias con una calificación, en muchos casos, insuperable e inalcanzable para el alumnado en el resto de materias? ¿Debe la enseñanza, sobre todo la pública, dar cabida a una materia que enseña creencias y valores en muchas ocasiones segregadores y anticonstitucionales?
Asentar una asignatura dentro de un sistema educativo gracias a las buenas notas que obtienen quienes la cursan es simplemente mercadear con la fe y llevar a cabo de forma descarada un vulgar tráfico de almas donde es la propia enseñanza religiosa la que en su éxito enseña sus costuras y muestra la inconsistencia de su contenido en el marco de la enseñanza. Ahora que se acercan las evaluaciones, los docentes observamos sobresalientes milagrosos o aprobados a alumnados que son absentistas y llevan semanas sin aparecer por el aula. Todo ello sin olvidar que la religión católica es, dentro de nuestro sistema educativo, una de las materias que más presencia tiene, estando a la altura de troncales como las matemáticas, el inglés o lengua castellana y literatura, pues se oferta desde 1º de primaria hasta 2º de bachillerato. Así, se oferta obligatoriamente desde los seis hasta los dieciocho años. Asignaturas como biología, dibujo, filosofía, música o segunda lengua extranjera han ido, a lo largo de las diversas leyes educativas, quedándose relegadas a un lugar marginal a su lado. Y, como es fácil conseguir excelentes calificaciones, las materias optativas que desafortunadamente compiten con la religión cuentan con poco alumnado o incluso dejan de cursarse por no alcanzar el mínimo exigido. Las creencias priman sobre los conocimientos. Algo insólito pero real.
Todo esto nos lleva a preguntarnos qué enseña la religión en las aulas, y por religión englobamos todas aquellas que pueden ofertarse: católica, evangélica y musulmana. En estas fechas navideñas, nuestros centros educativos se llenan de campañas solidarias impulsadas por sus docentes: visita a belenes hechos con material reciclado, recogida de alimentos para los más desfavorecidos, calendarios para ayudar económicamente a Cáritas o material escolar para los niños del Tercer Mundo. Sin embargo, en el día a día, las diversas enseñanzas religiosas promueven un modelo excluyente de sociedad. Cada una de ellas enseña su Verdad con mayúsculas. En la hora de religión, el alumnado se dispersa en función de sus creencias y su alternativa es valores éticos. Pero si las religiones evangélica y musulmana estuvieran al mismo nivel que la católica, el conjunto de la clase, unida para el resto de materias, se separaría por un motivo no académico sino espiritual. Cada una transmitiendo diferentes formas de entender el mundo y de actuar en él. En esa aulas, la lucha por la igualdad de la mujer es vista en muchas ocasiones como una peligrosa ideología de género que pretende destruir los roles establecidos; el matrimonio homosexual, una nomenclatura que aunque legalmente se denomine matrimonio y ellos se sientan así, nunca lo será y destruye la familia tradicional; el aborto un acto cargado de soberbia y egoísmo; y la separación Iglesia-Estado como una actitud fruto de la radicalidad del ateísmo. En los tres casos citamos contenidos de libros de texto de religión católica y evangélica para 4ºESO y 1º Bachillerato presentes en Extremadura.
Los abajo firmantes defendemos que el mundo debe dirigirse por el camino contrario, pues el pluralismo y el multiculturalismo son hechos irreversibles que requieren de un esfuerzo por parte de la comunidad educativa para unir en la diversidad, para lograr que las diferencias axiológicas sean reducidas a la mínima expresión. Ahora bien, si los musulmanes entran en su aula, los evangélicos en la suya y los católicos en la suya, el diálogo queda roto y se establece una separación tanto espacial como intelectual. No solo en las aulas, también en las calles, convivimos personas con creencias diferentes, con ideologías y raíces culturales muy diversas pero, por encima de todo, deben primar unos valores transversales de contenido cívico que, en lugar de fomentar la separación y la desigualdad, promuevan la posibilidad de crear un proyecto común, una sociedad cosmopolita y plural donde las creencias religiosas sean respetadas pero donde, bajo ningún concepto, la esfera privada se imponga en la esfera pública , donde la fe no ocupe el lugar de la ética, la crítica, la ciencia y el conocimiento en general donde, en definitiva, la religión se enseñe en las parroquias y las mezquitas, no en los colegios y los institutos.
*Raquel Rodríguez Niño y Ricardo Hurtado Simó son docentes en Extremadura y miembros de la AFEX (Asociación de Filósofos Extremeños)