La extrema derecha como síntoma
El auge de la extrema derecha es un serio aviso a la democracia que nos recuerda la necesidad de un profundo cambio en las políticas por parte de los partidos y organizaciones que quieren defenderla.
El vaciamiento de los derechos laborales y sociales –acompañados, justificados o potenciados por la coyuntura económica– debilita las bases de la democracia y abre un flanco para opciones políticas antidemocráticas.
Los gobiernos han dimitido en su función de garantizar los derechos laborales y los servicios públicos esenciales. Este vaciamiento democrático permite que la extrema derecha se actualice y, siendo ideológicamente el polo opuesto a la universalización de los derechos, se reinvente oportunistamente arropándose en la bandera social para los compatriotas.
Otro componente del guiso lo aporta el proceso de mala-globalización (la globalización de las desigualdades, de la violencia y de la disputa entre culturas), que permite poner en juego el miedo. Inmigrantes, personas refugiadas o islamofobia se instrumentalizan eficazmente. Lo externo cohesiona lo interno.
No es bueno confundir la fiebre con la enfermedad que la produce, atajar la fiebre y olvidarse de los gérmenes que ocasionan la enfermedad no cura. Las grandes coaliciones ha sido un recurso para taponar situaciones límite como es el caso de riesgo de victoria de la extrema derecha. Esta estrategia ha servido para salir del paso pero no para resolver el problema de fondo, porque el problema de fondo es el olvido de los genes de la democracia: la libertad, la igualdad y la fraternidad para todas las personas.
El gran reto en el mundo de hoy es hacer compatibles estos principios conjugando adecuadamente lo local y lo global. Recuperar el ideal una Unión Europea de valores, supone abandonar la nefasta deriva de los últimos años y regresar a los principios y políticas que la inspiraron. Es preciso pasar del ‘sálvese quien pueda’ a ‘juntos mejor’, pasar del cortoplacismo miope a proyectos con proyección de futuro.
Más empleo con derechos es uno de los pilares esenciales de ese giro. Sin empleo no hay ciudadanía, no hay Estado de bienestar ¿Quizá, hasta podría decirse… que no hay Estado?