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Poder: ¿Para qué te quiero?

Alicia Díaz

El poder siempre ha actuado como herramienta de dominación en todas las esferas de nuestra vida, desde las relaciones laborales, sociales, familiares, hasta las personales. Muchos sociólogos y filósofos han desarrollado ampliamente el concepto de poder / fuerza poniendo el acento en lo económico, la política, la ideología o en la lucha de clases. Marx definía el poder como una peculiar relación entre los hombres (individuos, clases sociales, grupos, colectivos) en la que existen posiciones asimétricas desiguales en las que el poder de unos es el no poder de otros, puesto que unos dominan, subordinan, y otros son dominados, subordinados. Para Marx el poder se concentra en el Estado, en el poder político. En la sociedad moderna, el Estado separado de la sociedad civil, así como la política, tienen para él un carácter negativo, como esfera de la enajenación del hombre real y, por tanto, opuesta a la emancipación humana.

Lo “político” en expresiones como “hombre político”, “Estado político”, “emancipación política” tiene justamente ese carácter o, al menos, un alcance limitado. Pero el poder también funciona de manera muy parecida dentro de las relaciones interpersonales, lo que explica la desigualdad entre hombres y mujeres y como desde su origen el patriarcado ha ido sometiendo a las mujeres a una posición de subordinación donde el hombre, no es que pase a ser el dominante, sino que ya lo era históricamente. El poder ha sido la raíz preponderante para el control absoluto de la mujer a través de la religión, la política, la economía, la justicia, la familia y el Estado. Todas ellas han servido como vehículo hacia el control sobre sus cuerpos, sus decisiones sin naturaleza y la génesis del contrato sexual. El contrato sexual está muy ligado a la teoría de “contrato social”. El contrato social, como tesis política, explica entre otras cosas el origen y el propósito del Estado y de los derechos humanos. La esencia de la teoría propuesta por Jean-Jacques Rousseau dice que para vivir en sociedad los seres humanos acuerdan un contrato social implícito que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que dispondrán en estado de naturaleza. Siendo así, los derechos y los deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creada para hacer cumplir el contrato.

Del mismo modo, los seres humanos pueden cambiar los términos del contrato si así lo desean; los derechos y los deberes no son inmutables o naturales. Por otro lado, un mayor número de derechos implica mayores deberes, y menos derechos, menos deberes. Para Carole Pateman la existencia de un contrato instituye la subordinación de las mujeres a los varones y será a través del matrimonio, la prostitución y los vientres de alquiler donde el contrato sexual se haga efectivo de manera que parezca natural. No es extraño encontrarnos con un discurso en el que el contrato sexual sea defendido bajo una teoría de origen natural y, como tal, irremediable.

En estos últimos años hemos visto cómo las estadísticas relacionadas con Violencia de Género han ido en aumento, también las relacionadas con la violencia sexual, el impago de pensiones alimenticias, abusos etc... Todas estas violencias no es que vayan en aumento, sino que la sociedad ha evolucionado y gracias a los logros feministas y a los avances legislativos la mujer puede utilizar la institución como motor de insubordinación. Lo cierto es que las mujeres como clase política se han dado cuenta de la dominación a la que han sido sometidas, a veces tan sutilmente que ha sido difícil de detectar pero, una vez reconocidas y señaladas, quieren hacerse con el control. No quieren el control del cuerpo masculino a diferencia del hombre, sino el control sobre sus propios cuerpos y sobre sus vidas, anulando de esta manera el contrato sexual.

La eliminación del contrato sexual significa la pérdida de poder masculino y para quienes han tenido siempre el pode, su pérdida les obliga a mantenerlo a través de la violencia. Para el individuo dominante el poder está a salvo siempre y cuando no haya una revuelta por parte de la clase dominada; por tanto, si las mujeres quieren derrocar el poder hegemónico “natural” el primer paso será adquirir la conciencia de que el poder no es nato, sino ejercido y a veces consentido a través de alienación y la pérdida de libertades individuales. La violencia hacia las mujeres es estructural porque la estructura ha sido construida y diseñada por y para el hombre.

Para Faucault, lo que hace que el poder se sostenga, que sea aceptado, es sencillamente que no pesa sólo como potencia que dice no, sino que cala de hecho, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; hay que considerarlo como una red productiva que pasa a través de todo el cuerpo social, en lugar de como una instancia negativa que tiene por función reprimir. Esta afirmación (de que las relaciones de poder son productivas) es cuestionada por la teoría feminista, en el sentido de que esa productividad es positiva si se mide desde los parámetros definidos como tales por la sociedad patriarcal, pero no lo es para la mitad de la población que responde a relaciones de dominación con la subordinación, como forma de respuesta que le ha sido impuesta. Por tanto podemos decir que las mujeres están saliendo de la subordinación ante los ojos de quienes lo dotan de un valor contra-natura porque llevan pensando durante siglos que lo natural era ejercer poder sobre ellas.