A las puertas de las inminentes elecciones generales no puede obviarse, en modo alguno, la tremenda aportación de la socialdemocracia a la configuración de las libertades y los derechos de la inmensa mayoría, frente a los históricos modelos de dominación, sufridos lo largo del último siglo. Está de sobra narrado que para sacar a EE.UU. de la “gran depresión”, derivada de aquel “martes negro” de 1929, Franklin D. Roosevelt tuvo que recurrir a los postulados intervencionistas, de corte socialdemócratas, que defendía Keynes, y que pasaron a la Historia como “New Deal” (“Nuevo Trato”), librando de la miseria a la inmensidad de una sociedad pisoteada por los postulados económicos de la minoría.
Conviene no olvidar esas realidades, ahora que tanto se juega, ante una sociedad excesivamente digitalizada y agredida por un populismo simplista, de claro interés electoralista. Y lo que es peor, de praxis política regresiva, involucionista, cuestiones totalmente rechazables a estas alturas de la civilización.
Es sorprendente que, en ese sentido distorsionador, en un burdo y grosero “pateo electoralista”, se intente criminalizar a un Partido Socialista cuya fundación, en 1879, supuso un encuentro entre intelectuales y obreros, con la loable intención de apoyar los deseos de emancipación de unas clases sociales pisoteadas por el “caciquismo” dominante. Esa, y no otra, era la gigantesca intención de quienes pretendían redimir, dignificar, a los explotados y oprimidos. Y todo ello desde una praxis participativa, parlamentarista, socialdemócrata. ¿Alguien podría ponerlo en duda, hoy, desde un revisionismo interesado de parte? Sería imposible, porque la concepción pragmática de “socialismo democrático”, versus socialdemocracia, quedó patente cuando, en 1921, el PSOE rechazó la incorporación a la Internacional Comunista, tras el viaje de Fernando de los Ríos a la Rusia soviética.
Aquella decisión congresual supuso la escisión de una fracción, la que fundó el Partido Comunista. Desde entonces sigue el PSOE integrado en la II Internacional, con sede en Londres, de clara significación socialdemócrata. Así es que la sistematización de unos ataques, puramente electoralistas, por interesados, y sin ninguna base histórica, sobre la ideología y la praxis de un partido con siglo y medio de historia, implicado en la defensa de la mayoría social, no tiene el menor sentido y por ello debe ser rechazada, argumental e históricamente, sin la menor concesión a la duda sobre su vocación democrática y constitucionalista.
Siempre escuché de los mayores, en la medida en que vivieron otros momentos históricos, cómo la democracia interna del Partido Socialista Obrero Español propició distintas corrientes de opinión y de praxis política. Así, de mis antepasados, - ferroviarios, electricistas, albañiles, fundidores, corcheros, empleados, trabajadores en suma - escuché versiones sobre sus preferencias hacia unos u otros dirigentes. Los había de Indalecio Prieto (“prietistas”) o de Largo Caballero (“largocaballeristas”). Alguno, aún, recordaba a Fernando de los Rios, por su intelectualidad y el afán de liberar a los desheredados, a través de la instrucción y la cultura.
Una organización democrática que desde las Casas del Pueblo procuraba aportar los mínimos que no ofrecía el sistema. Y en todos, sin excepción, pude constatar la firme conciencia de clase que los caracterizaba, su rotundo sentido de pertenencia a una clase social que pretendía salir de la pobreza y la explotación inmisericorde. Ese fue su objetivo, su gran meta. Ya sabemos casi todo sobre las secuencias de crueldad con que lo pagaron. Ya vemos, ahora también, cómo pretenden cerrar los involucionistas todos los caminos de reparación, cerrando los caminos de justicia de la Memoria Democrática, con reparación de esa tremenda herida histórica, sin entender, por encima del odio latente, las razones de sus posturas intransigentes e inhumanas.
Debe quedar claro, por tanto, que la posición del socialismo, el que representa el PSOE para España, ha buscado siempre una praxis redistribuidora que acercara a los espacios sociales, en favor siempre del cuerpo social mayoritario. Ha sido la constante histórica de los partidos de inspiración socialdemócrata de Europa y del resto del mundo. Recuerdo, como experiencia institucional, cuando asumí la Alcaldía del Ayuntamiento de Mérida, que la cobertura sanitaria/asistencial no era universal. Solo la tenían los que cotizaban al efecto como empleados o autónomos. Me encontré un numeroso “Padrón de Beneficencia”, con centenares de ciudadanos desfavorecidos que se atendían, en niveles de precariedad absoluta. Y así, en todos los ayuntamientos de España. Fue tras el triunfo del PSOE, en octubre de 1982, cuando se universalizó la Asistencia Sanitaria, elevando hasta ratios de calidad desconocidos hasta entonces, en favor de toda la ciudadanía.
Es necesario, cuando se repasan las secuencias de la historia, que el devenir social debe asentarse en principios que garanticen los derechos y libertades de todos. Es por ello que la acción práctica de la Socialdemocracia resulta imprescindible en la redistribución de los recursos y en el mantenimiento de los servicios colectivos en su óptima funcionalidad. No hay otra dinámica. Y no sirve la regresión de los derechos en favor de minorías que solo pretenderían su beneficio elitista. Sería borrar a Keynes de un plumazo, volver a la caverna, algo que el conjunto de la humanidad debe rechazar de pleno.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visto el tremendo problema que tiene la vivienda, en general y muy especialmente en los jóvenes y en su deseo de asentamiento, ha hecho una oferta de llegar al veinte por ciento de vivienda pública, en el parque total de viviendas en España. Es una línea socialdemócrata muy convincente para aceptarla como conveniente, de cara a los intereses de la inmensa mayoría. Y apoyarla. La derecha vendió decenas de miles de viviendas sociales a fondos buitres, expulsando a sus inquilinos. Madrid es el ejemplo de esta aberración que España no puede consentir. Como tuvo claro que había que elevar contundentemente las pensiones y los salarios. Redistribuir es la asignatura socialdemócrata. Es de justicia progresista.
El socialismo democrático que en España representa el PSOE, un partido rico históricamente en opiniones enriquecedoras, rechaza los postulados de una derecha, exenta de la dignidad y limpieza exigida en el juego democrático/alternante, toda vez que centraliza su estrategia en la exclusiva descalificación personal del presidente Sánchez, sin entrar en argumentaciones y propuestas programáticas que son las que la sociedad debe exigirles. No las tiene. Solo el poder es su meta, en momentos tan complejos para nuestras sociedades. Sí las tiene, por el contrario, con definición y carácter múltiples, la Socialdemocracia que representa el PSOE. Es por ello que en ese bloque progresista, con siglo y medio a las espaldas de andadura política, con luces y sombras, deberíamos confiar, en estos momentos tan complejos. En beneficio, sin duda, de la inmensa mayoría.