Imaginaba hace unas semanas Isaac Rosa en este mismo diario una divertida teoría conspiratoria. Rosa imaginaba a los “poderes fácticos” empeñados en resucitar al PSOE ayudados por un coach que proponía seducir a los votantes con un relato fácil pero infalible: el del rey (Sánchez) injustamente destronado por los poderosos (el aparato del partido) que vuelve a recuperar su trono con el apoyo del pueblo (de las bases). Lo de Isaac Rosa era una broma satírica (con la que criticar la falta de visión política del PSOE), pero detrás de la sátira hay algo cierto sobre los imaginarios políticos y su capacidad para lograr y mantener el poder.
Relatos o imaginarios políticos hay muchos, aunque no infinitos. En nuestro entorno hay dos muy comunes (amén de otros más marginales): el progresista y el conservador, cada uno asociado a ciertas ideas tabús (igualdad, justicia, solidaridad, integración, protección, libertad, autoridad, familia, tradición, mérito...) y a una infinidad de elementos culturales. Según algunos politólogos, los progresistas se identifican con con el rock, el círculo, la poesía o el óvulo, y los conservadores con la música clásica, la línea recta, las matemáticas o el espermatozoide...
Tal vez todo esto parezca una frivolidad. Pero es lo que hay. Nuestro (perezoso) cerebro es más dado a confiar en los relatos con los que nos identificamos que a analizar objetivamente los datos y reflexionar de modo crítico sobre las ideas. De hecho, la mayor parte de la gente escoge sus opciones políticas en función de versiones todavía más simples de imaginarios como los que hemos citado arriba. Votan o dejan de votar a unos u otros porque “son gente de orden” o “porque tienen una familia ejemplar” o “porque quieren que España sea como Venezuela” o “porque son unos pijos” o “porque son demasiado jóvenes” y mil trazos sueltos – y gruesos -- más de uno u otro cuadro ideológico.
A esta hiper-simplificación de los imaginarios contribuyen los medios de comunicación que, en su afán por crear espectáculo, acortan, afilan y vulgarizan los mensajes. Y también la sobreinformación que procuran esos mismos medios. Contra lo que podría parecer, tanta información (la mayor parte de ella superficial y reiterativa) no produce necesariamente ciudadanos mejor informados, sino gente que, ante el ruido y la impresión de complejidad, se refugia en su burbuja ideológica y mediática particular. Como saben psicólogos y sociólogos, las personas solemos ignorar las pruebas que contradicen nuestras creencias y tendemos a ajustar los hechos a las mismas. En las redes sociales en las que vivimos hoy, y en las que la información está indisolublemente ligada a nuestras preferencias personales (amigos, gustos, hábitos de consumo), podemos tener una muestra clara de esta simplificación de las narrativas políticas.
Viene todo esto a cuento de la – evidente – mala nueva que representa la victoria de Pedro Sánchez para Podemos. La victoria de Susana Diaz y las élites del PSOE, con la imagen asociada de su compadreo con el PP y los poderes financieros y mediáticos, le venía que ni pintado a Podemos para acaparar el voto socialdemócrata desilusionado sin perder el porcentaje electoral de la izquierda y de sus bases más activas. Pero el imaginario de un Sanchez triunfante viene a replicar, con aparente éxito, el relato podemita de la lucha entre la casta y el pueblo (entre el aparato del partido y la bases lideradas por un joven – Pedro Sánchez – preparado, honesto y que se enfrenta a los poderosos) y a robarle, así, terreno electoral a Podemos.
¿Qué pueden hacer Podemos y el conglomerado de fuerzas que se le adjunta? De entrada, poner los pies en el suelo (electoral) y volver a una versión mejorada de la narrativa política del principio. Creo que se equivocan quienes piensan que a través del activismo, la presencia en la calle o las ideologías más o menos alternativas de la izquierda se va a romper el techo electoral o siquiera impedir que descienda. Podemos está donde esta gracias al voto del electorado progresista (y no a sus bases activas, que son apenas más que una voluntariosa pero ínfima minoría). Ese electorado entiende que tiene mejores cosas que hacer que participar directamente en política o salir a las calles (quieren, muy legítimamente, que los políticos hagan el trabajo por ellos, que para eso son, también, sus representantes) y, de otro lado, les basta con lo que significa la palabra “cambio” en el imaginario básico socialdemócrata: reforzar el estado de bienestar, mejorar las condiciones laborales y depurar de corrupción las instituciones (el anticapitalismo, el ecofeminismo o el anarquismo autogestionario comprenden relatos aún muy marginales).
Es obvio también que el ideal socialdemócrata (el del viejo estado de bienestar de la guerra fría, tal como se reflejaba de forma ejemplar en los países nórdicos), incapaz de exhibir ningún logro sustancial desde hace treinta años, solo reverdece de forma pasajera cuando se representa en un escenario renovado, como el que, por ejemplo, encarna Podemos (o, con otros matices, personajes igualmente heterodoxos como Obama o Sanders en EE.UU). Ese escenario renovado es (o era) el de un grupo de gente joven, bien preparada, sin vínculos con el poder, y dispuesta (no se sabe cómo, pero eso carece de relevancia en este tipo de imágenes) a iniciar una quijotesca y entusiasta guerra por hacer realidad una versión no mutilada (y con detalles new age) del programa socialdemócrata. Simple, pero efectivo, como todo buen cuento.
Esto todavía puede funcionar. De hecho, es el único cuento que a la izquierda del PP/C,s puede funcionar. Pero con la victoria del nuevo y heroico Sánchez liderando a las bases más críticas del PSOE, y el giro hacia la izquierda militante de Podemos, parece más probable que un PSOE renovado le coma el terreno a Podemos y que se reedite una suerte de pacto PSOE-IU (con UP en lugar de IU). Eso, desde luego, en el mejor de los casos. En el peor, la izquierda sigue dividida y decidida a seguir consumiéndose en la oposición.
Si Podemos, en fin, aún aspira a lograr una cuota significativa de poder ha de volver a situarse en el centro de la izquierda del escenario, justo pegada a Sánchez, pero sin pegarse, y decidida a vender – mejor – el mismo relato básico de regeneración de la socialdemocracia con que sedujo a los ciudadanos hace poco más de tres años. Todo giro serio a la izquierda vendrá necesariamente después.