En un alarde de imaginación y con el fin de acallarlo, el verdugo que, por las calles de Roma, acompañaba a Giordano Bruno en su particular viacrucis hacia la hoguera a la que le había condenado la Inquisición romana, cuya pira esperaba en la Plaza de Campo dei Fiori el 17 de febrero de 1600, detuvo el carruaje sobre el que iba el reo de herejía y, ayudado por otros dos secuaces para que le sujetaran la cabeza, atravesó los labios de Bruno con un pincho o estilete en sentido vertical, mientras con otro pincho de iguales características le atravesaba horizontalmente ambas mejillas ensartándole de paso la lengua, de modo que asemejara una imaginativa, sangrante e instructiva cruz, advertencia para quienes se atrevieran a cuestionar los dogmas de fe.
No sé –y, sinceramente: me importa un pimiento- si la Iglesia Católica habrá pedido ya perdón por este crimen tan didáctico y si a estas alturas habrá reconocido que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al contrario. Sí sé, sin embargo, que mal pinta la cosa cuando esa misma Iglesia introduce, deus ex machina, en un currículo educativo del siglo XXI como es el español mitos, falsedades y supersticiones extraídas, en su mayor parte, de un libro redactado durante la Edad de Bronce.
La divisoria entre la zona de creencia y la zona de ciencia en nuestra sociedad sigue sin estar clara. La Iglesia Católica campea a sus anchas por la escuela adoctrinando de modo directo mediante las clases de religión o subrepticiamente a través de un currículum oculto que convierte los centros escolares y las aulas en templos de devoción, decorados con santitos y virgencitas y con actividades orientadas al culto de la deidad. Por lo común, al finalizar la etapa de Educación Primaria (12 años) el alumnado tiene más clara la idea de la Santísima Trinidad que la idea de la evolución de las especies mediante la selección natural, a pesar de lo que ha llovido desde que Darwin publicara su obra cumbre en 1859.
Por eso uno se congratula con noticias como la acontecida el pasado 17 de febrero (aniversario, ¡mire usted qué casualidad!, del asesinato de Giordano Bruno), cuando la Consejería de Educación del Gobierno de Aragón anunció que, en virtud de los acuerdos establecidos con Podemos, reducirá el horario lectivo de la materia de Religión al mínimo permitido por la legislación actual, o sea 45 minutos semanales.
Si mal no recuerdo –y en esto podemos tirar de la hemeroteca- el PSOE extremeño apoyó en julio de 2014, cuando estaba en la oposición, una propuesta presentada por IU-Verdes en la Asamblea de Extremadura para reducir el horario lectivo de las clases de Religión, propuesta que fue finalmente rechazada con los votos en contra del PP y la abstención del PREx CREx.
Así que ahora que el PSOE está en el Gobierno de la región extremeña y cuenta –puede estar seguro- en cuestiones como ésta con el apoyo de Podemos, podríamos decir que lo tiene a güevo si realmente cree, como decía en el programa electoral con el que ganó las elecciones, “que la implantación de leyes como la LOMCE constituyen una seria amenaza para nuestro sistema educativo” (página 29). Otra cosa sería que donde dije digo, digo ahora Diego y que pelillos a la mar mientras tengamos contentos al señor obispo y a su rebaño. La tibieza que, desde que lleva gobernando en Extremadura, ha mostrado el PSOE en asuntos relacionados con la LOMCE contrasta bastante con la actitud de sus compañeros de otras latitudes regionales. Mientras menguan horas de filosofía, música y otras disciplinas que tienen que ver con las humanidades, aumenta, se privilegia e incluso se permite que se evalúe una materia cuyo espíritu, hoy día, es germen de buena parte de las guerras y del terrorismo internacional (el evolucionista Richard Dawkins denomina a las religiones como las auténticas armas de destrucción masiva).
Valga, al menos y mientras estamos a le espera de que alguien le recuerde al PSOE extremeño lo que decía cuando lloraba por las esquinas de la oposición, en memoria de Giordano Bruno recordar los versos que le dedicara el desaparecido poeta José Ángel Valente, lux de nuestra poesía:
“Y tú ardías incendiado, solo en la infinitud del universo y sus innumerables mundos, víctima de jueces tributarios de sombra y sombra y sombra hasta nosotros. Sombra. Pero tú aún ardes luminoso.
(Campo dei Fiori, 1600)“.