Ensayo: la historia de los pueblos de colonización de Franco

Jose Oliva / Efe

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El historiador de la Universidad de Trent de Canadá Antonio Cazorla traza en su libro 'Los pueblos de Franco' una historia de estos enclaves de colonización y sus habitantes, con el propósito, dice, de hacer “un alegato contra la banalización del pasado”.

En 'Los pueblos de Franco' (Galaxia Gutenberg), Cazorla explica que la dictadura franquista construyó cerca de 300 pueblos y barriadas de colonización, con los que el régimen intentó inculcar a los españoles que el dictador era “un dirigente reformista y benéfico”, una idea que el propio autor rebate a partir del trabajo de archivo y las memorias de sus protagonistas.

La dictadura franquista lanzó su proyecto colonizador tras “arrasar las reformas agrarias de la República” y devolver a sus dueños originales millones de hectáreas, “a menudo a punta de pistola y sin contar con las necesidades sociales de la población campesina”.

La colonización, sostiene Cazorla, sirvió para “financiar, a costa de enormes transferencias de capital público, a los grandes terratenientes que vendieron al Instituto Nacional de Colonización (INC) sus tierras o, especialmente, a los que se vieron afectados por las peculiares expropiaciones que aquel hizo”.

En cambio, la historia fue muy distinta para los colonos, que, una vez seleccionados, comenzaban una odisea que duraba decenios para pagar la tierra y la casa que les vendía el INC, que además les cobraba intereses. 

Cuando llegaban a los nuevos asentamientos, a menudo las casas y los pueblos no estaban terminados, el estado de la tierra era malo y las exigencias financieras del INC, que se quedaba con buena parte de lo que producían, apenas les dejaba dinero, y ante la dureza de la vida diaria, muchos colonos abandonaron, señala Cazorla.

Los que permanecieron consiguieron aguantar gracias a los enormes sacrificios de las familias y a la solidaridad entre los vecinos, que rápidamente crearon fuertes identidades colectivas en sus nuevos pueblos. 

Aunque las cifras son confusas, el autor calcula que el régimen probablemente no asentó a más de 40.000 colonos en unas 30.000 casas en cerca de 300 pueblos y barriadas, de los cuales solo unos pocos han prosperado, están medio abandonados o están perdiendo población, y solo unos cuantos, como Campo de Dalías (Almería), se han convertido en catalizadores de desarrollo regional.

Cazorla describe a menudo estos pueblos como “hermosos”, con una “arquitectura muy vanguardista” en los que destaca, sobre todo, sus iglesias y “un urbanismo racional”, ubicados generalmente en zonas relativamente apartadas, aunque algunos son muy accesibles, junto a grandes vías de comunicación, como Consolación (Ciudad Real), que exhibe una arquitectura neoescurialense, tan habitual en la posguerra.

“A simple vista, y sin saber nada sobre él, sería fácil pensar que esta estética podría haber inculcado valores franquistas a sus habitantes”; sin embargo, continúa el historiador, paseando por sus calles se observan “nombres de poetas, entre ellos izquierdistas tan significados y víctimas de la dictadura como Lorca, Machado o Miguel Hernández”.

No muy lejos de Consolación está Llanos del Caudillo, que en 2023 era el único municipio de España que conservaba el nombre del dictador, al que se suman otras tres entidades menores: el toledano Alberche del Caudillo, dependiente de Calera y Chozas, que pidió a comienzos de ese año cambiar de denominación; Villafranco del Guadiana, pedanía de Badajoz capital; y Villafranco del Guadalhorce, en Alhaurín de la Torre (Málaga).

La eliminación de las referencias al dictador en la toponimia fue consecuencia de la “contestada” Ley de Memoria Histórica de 2007, “a veces saboteada por la derecha”, como sucede con la posterior y complementaria Ley de Memoria Democrática de 2022.

Para Cazorla, “en el nuevo milenio se está produciendo un evidente proceso de banalización de la dictadura, y esto es peligroso porque está sirviendo para justificar ciertas posturas ideológicas y políticas que en su momento hicieron mucho daño al país”. 

A juicio del autor, uno de los riesgos actuales más graves es que haya gente, sobre todo joven, que pueda creer que la realidad económica actual siempre fue más o menos así de buena, y en paralelo, los cambios socioeconómicos y culturales de las últimas décadas han causado un “cierto sentido de nostalgia de un pasado supuestamente más simple, donde la autoridad patriarcal, el orden, la unidad nacional y la homogeneidad étnica reinaban omnipresentes”. 

En el lado opuesto, agrega, hay quienes desde la crisis de 2008 y sus consecuencias y la persistencia en nuestro país de fuertes desequilibrios materiales, se han convencido de que “la España de hoy, el llamado 'régimen del 78', no es más que una versión edulcorada del franquismo”. 

En resumen, “para unos, la España del franquismo fue más o menos como la de hoy, pero con orden y poniendo a cada uno en su sitio, mientras que, para otros, la España actual no es más que la continuación de la dictadura, a la que se le ha añadido una falsa libertad”.

Cazorla defiende que ambas posturas, “la de la nostalgia de un pasado que no fue o la del desprecio de los logros de nuestra democracia” son erróneas, y si el franquismo pretendió crear en esos pueblos de colonización comunidades rurales dóciles y agradecidas, “en eso fracasó”.