Entre los años 1939 y 1952, que fue cuando desaparecieron las cartillas de racionamiento, se padeció en España la mayor hambruna del siglo XX. La miseria y la carencia de alimentos básicos obligó a emplear la imaginación y el ingenio en las cocinas, sobre todo en los hogares más pobres, donde en las alacenas se amontonaba el polvo y donde se acabó comiendo de todo para sobrevivir.
Los antropólogos de la Universidad de Extremadura David Conde y Lorenzo Mariano han recopilado en el libro 'Cuando el pan era negro: recetas de los años del hambre en Extremadura' –editado por el Servicio de Promoción de la Autonomía y Atención a la Dependencia, que gestiona las residencias en esa comunidad–, testimonios y platos que “hablan de personas atravesadas por una posguerra en la que los inviernos se contaban en años”.
A través de casi un centenar de testimonios rescatan de la memoria una treintena de platos, divididos en desayuno, almuerzo, cena y comidas de días festivos. El lector puede encontrar los ingredientes y los pasos para su elaboración. Pero este recetario también es una excusa para conocer las experiencias, casi siempre muy duras, de personas anónimas que, como muchas otras, no tenían nada que llevarse a la boca y para quienes el hambre se convirtió en algo cotidiano.
Comida para animales
La miseria obligó a traspasar algunos límites sociales como incluir en la dieta alimentos que se consideraban comida para animales. Es el caso de hierbas silvestres que había en prados y dehesas o la bellota, que era comida de cerdos. David Conde explica que este fruto, que ahora se considera un superalimento, sustituía a la carne en las migas, también se usó para elaborar un pan “malísimo” típico de Extremadura e incluso hay recetas de polvorones de bellota, que era “una masa casi imposible de comer”, pero al menos se comía polvorón.
Hay recetas de sopas elaboradas “echando al agua cualquier hierba, como la tagarnina”, indica Lorenzo Mariano, quien señala que para desayunar se bebía “agua teñida con café del comercio en algunos casos”, que solía ser de achicoria, cebada o malta. El cocido se reducía a garbanzos y se hacían tortillas de patatas sin patatas, sustituidas por mondas de naranjas, y sin huevo, para lo que servía una masa hecha con agua y harina.
Crescencia, de Montehermoso (Cáceres) cuenta en el libro que siendo niña iba al prado “a pacer hierba como las bestias” porque no es que un día pasara hambre, sino que “todos los días tenías hambre”.
En muchas recetas, a la hora de enumerar los ingredientes para su elaboración, existe la coletilla de “…si había”.
Mariano destaca otro testimonio que han recibido recientemente en la cuenta de correo recetasdelhambre@unex.es, abierta para recoger historias de primera mano y ampliar el libro “antes de que estas voces se apaguen”: “La primera vez que comí un huevo frito fue el día de mi Primera Comunión y eso que en casa teníamos gallinas”.
El papel de las mujeres
Como en toda historia, hay quien desempeña el papel principal y en este caso fueron las mujeres, auténticas “heroínas”. Aunque las protagonistas absolutas fueron “las viudas, sobre todo las que perdieron al marido y sus familias fueron tachadas de 'rojas'”, afirma Conde, que explica que el papel de las mujeres en la sociedad de la época no era trabajar, pero, si lo necesitaban, las oportunidades escaseaban tanto como la comida para auqellas que pertenecían al bando derrotado. “O bien accedían a labores mal remuneradas como trabajar en casa de algún señorito, ser lavanderas o aguadoras, o se veían obligadas al estraperlo”.
Mariano invita a imaginar a “miles de mujeres extremeñas pensando qué iban a cocinar, sin dormir porque no sabían de dónde sacar el dinero para adquirir algún alimento; cuántas dejarían de comer con tal de que comieran sus hijos”.
Por eso el libro también pone en valor el papel de estas heroínas que emplearon en los fogones, donde estaban prácticamente relegadas, ingenio y mucha imaginación para que no faltara al menos un plato en su mesa.
Lorenzo Mariano explica que en la actualidad hay retazos de esos tiempos, que se van destiñendo en una sociedad hiperconsumista. De entonces se ha heredado en muchos hogares la comida de aprovechamiento, el valor que le damos al pan, la forma de preparar los platos para que duren y no se estropeen pronto, y conocer “cuáles son las comidas buenas y malas, las que tienen un mayor aporte nutritivo y las que dan más fuerza”.
En definitiva, en este recetario no hay platos bonitos y vistosos ni están elaborados por los chefs de moda, que la mayoría son hombres. “Son menús feos y tristes”, admite Mariano, pero con ellos se comienza a recuperar un patrimonio que también forma parte de nuestra historia.
De la vergüenza al orgullo
Ambos investigadores coinciden al señalar que “en España hay un movimiento por la memoria histórica que está muy bien situado, pero muy centrado, dada su importancia, en la violencia política de esos años”. Su propuesta es reflexionar sobre la escasez y el hambre de posguerra, recuperar historias pequeñas vinculadas a la supervivencia de familias que se vieron abocadas a luchar a diario para salir adelante.
Para David Conde, que también es autor de una tesis doctoral sobre el hambre de posguerra en Extremadura, este trabajo ha consistido en “escarbar en los pliegues de la memoria para rescatar un patrimonio cultural” en el que muy pocas disciplinas sociales han profundizado. A su juicio, la importancia del libro radica en dar voz y escuchar a esas personas que sobrevivieron al “periodo más duro de la historia reciente de nuestro país”.
La tarea no ha sido fácil. En primer lugar por la dificultad de encontrar testimonios directos, de primera mano, de esas épocas. Pero también porque el hambre se silenciaba. Lo hacía el franquismo y también lo ocultaban las personas que lo padecían porque era algo “vergonzante y muchos aún no lo admiten”.
Y este es otro de los logros de 'Cuando el pan era negro': poner en valor el orgullo de las personas que insistieron en superar la derrota, el hambre y la miseria, y lo consiguieron. “Es un paso de la vergüenza al orgullo y, por lo tanto, un homenaje a toda una generación”, concluyen los autores.
El homenaje continuará con la ampliación de los relatos y recetas del libro en una edición que publicará la Universidad de Extremadura.