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“El invierno demográfico”en Extremadura

Antonio Pérez Díaz

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El día 30 de enero, La Vanguardia se hacía eco de una noticia tan curiosa como sorprendente: los vecinos de Thisted, un municipio de unos 44.500 habitantes situado en el noroeste de Dinamarca, se han comprometido a incrementar el número de nacimientos para evitar que el Ayuntamiento se vea obligado a cerrar escuelas y guarderías y a eliminar otros servicios destinados a la infancia. Tan atípica iniciativa resulta aún más llamativa si se tiene en cuenta que la fecundidad danesa es muy superior a la española, pues mientras que en Dinamarca se sitúa en 1,73 hijos por mujer en edad fértil, en España sólo llega a 1,32. Cierto es, no obstante, que en ninguno de los dos países se alcanzan los 2,1 hijos por mujer necesarios para garantizar el relevo generacional.

En cualquier caso, haremos bien en destacar que esta actitud ciudadana constituye un exponente de responsabilidad social ante la amenaza de despoblación que representa ese cambio demográfico que se afianza en los últimos tiempos y al que algunos han aplicado calificativos tan expresivos como “el invierno” o el “suicidio” demográficos.

Esta situación, que viene recrudeciéndose en los últimos años en los países del sur de Europa, se manifiesta en un proceso galopante de envejecimiento demográfico que, junto con un descenso generalizado de la fecundidad, conduce a una caída de la natalidad y, como consecuencia, a una reducción más o menos rápida de la población (tal como viene ocurriendo recientemente tanto en España como en Extremadura) y en un deterioro progresivo de sus estructuras demográficas.

Extremadura adolece de un elevado grado de envejecimiento demográfico, hasta el punto de que hay más de 136 personas mayores de 65 años por cada 100 niños menores de quince. Este dato supera con creces los poco más de 112 que arroja la media española y, sin duda alguna, comienza a resultar inquietante al valorar el futuro de la región, tanto en términos demográficos como sociales, económicos, sanitarios o políticos.Y si la referencia se circunscribe a los municipios rurales, las conclusiones pueden resultar angustiosas: en los pueblos menores de 5.000 habitantes, casi el 90 % de los municipios extremeños, hay más del doble de ancianos que de niños (2,1) y en los pueblos menores de 2.000 habitantes (casi el 75 % de los municipios extremeños) esa proporción asciende a casi 2,65.

No es fácil, ciertamente, columbrar un futuro demográfico halagüeño para la demografía extremeña. Y lo es menos aún si se considera que el cambio demográfico también ha hecho acto de presencia en el medio rural. Los pequeños pueblos, históricamente considerados como reservorios de la fecundidad por el mantenimiento de una tradición natalista que los diferenciaba nítidamente de las pautas urbanas de control familiar, manifiestan actualmente un comportamiento idéntico al de las grandes ciudades: descenso significativo de la Tasa de Nupcialidad, retraso a la edad de contraer matrimonio, fecundidad extramatrimonial inferior a la alcanzada en mujeres casadas, aumento en la edad de acceso a la primera maternidad y reducción del número de hijos.

A todo ello cabe añadir otro elemento perturbador: la emigración. El balance migratorio regional se ha mantenido en valores positivos en el trienio 2010-12 (0,02 %), sin embargo, ha arrojado saldo negativo en los municipios menores de 5.000 habitantes. Es cierto que se trata de valores reducidos (-0,1 %), pero aun así están generando un problema que plantea nuevas dificultades para la natalidad: la emigración femenina, probablemente alentada por el acceso de la mujer a niveles formativos muy superiores a los de hace tan sólo unos pocos años, está provocando un proceso de masculinización creciente: en 2013 la ratio de feminidad extremeña en edades fértiles (15-49 años) se situó en 95,3 mujeres por cada 100 hombres, valor éste que se reducía a 89,1 % en los municipios menores de 2.000 habitantes y a 92,6 % en los que tenían entre 2.000 y 5.000 habitantes.

Por otro lado, este balance migratorio negativo denota una “predisposición emigratoria” que permanece enmascarada por la atonía del mercado laboral que determina la crisis económica, pero que con toda probabilidad se manifestará sin tapujos cuando esta empiece a remitir visiblemente ya sea en otras regiones españolas, ya sea en el extranjero.

No es fácil poner coto a esta sarta de inconvenientes demográficos. Ni siquiera una actitud comparable a la de los ciudadanos daneses sería suficiente para guarecernos de la crudeza del “invierno demográfico”. Con todo, no cabe duda de que es necesario idear y aplicar medidas tendentes a minimizar su impacto. De otro modo, parte del territorio extremeño se encontrará irremisiblemente abocado a su más infausta consecuencia: la despoblación.