Máquinas sexuales

Alicia Díaz

La pornografía es el material intocable por excelencia. En ella aparecen grabados los deseos más ocultos del ser humano. Las perversiones, filias, ambiciones y ansiedades, parecen vestirse holgadamente en un espacio abstracto ensoñador que imposibilita, a veces, la materialización real de las pulsiones propias en lo ajeno. 

La seducción, el erotismo y el sexo, parecen haberse fusionado de tal manera que hoy es imposible establecer una disociación natural en el imaginario colectivo. Si hay algo que ha preocupado al ser humano desde el origen de la existencia son las cuestiones relacionadas con el sexo y el amor. El sexo como hontanar de placer, y el amor como elemento indispensable para combatir la soledad, el aislamiento, la tristeza y como combustible para el pleno desarrollo psicológico, físico y afectivo.

El deseo orienta y dirige el comportamiento humano, es el postre que sacia el apetito desmesurado aplacando la inquietud que produce el desequilibrio interior. El ser humano necesita recompensas por el esfuerzo realizado durante la búsqueda del deseo que tiene como finalidad la representación del placer culminado. Podemos decir que la pornografía es el instrumento que menos esfuerzo requiere de cara a la búsqueda  placentera del deseo sexual; como el que tiene hambre y se alimenta, o como el que tiene sed y bebe agua. 

En sociedades administradas por el capitalismo neoliberal el deseo parece colonizar los impulsos humanos, aquellos que parecían manar de una fuente natural expedita de ser institucionalmente fiscalizada y controlada por el sistema. Pero, ¿son los deseos fantasías creadas arbitrariamente y de manera libre? ¿Acaso la integración con la tradición, la cultura, la religión, la educación recibida, los factores ambientales, económicos y sociales no moldean la idiosincrasia identitaria?

Las imágenes, el lenguaje, el aprendizaje, los medios de comunicación, el avance tecnológico, la publicidad y la demasía virtualizada, forman parte de la literatura moderna que penetra en el inconsciente introduciéndose en el mundo quimérico del deseo preconcebido.

El capital ha conseguido fundar toda una industria alrededor del sexo — del deseo — a través de lo sutil y lo explícito cuantitativamente, programando el control de las pulsiones sexuales individuales colectivizándolas. La industria pornográfica ha logrado que sus plataformas virtuales sean las más visitadas acumulando un innumerable espectro de géneros y subgéneros recopilando ilimitadamente las apetencias incubadas del momento. 

Cada vez son más los menores que acceden a contenido pornográfico, siendo sujetos activos que consumen y participan a edades excesivamente tempranas, claro indicador del intento de búsqueda del placer instantáneo pese a lo efímero. 

Cabría reflexionar sobre los posibles factores que han propiciado la necesidad de búsqueda del placer sexual de un niño. La hipersexualización en la infancia es uno de los problemas más graves en las sociedades patriarcales ya que condicionan la manera en la que el menor se relacionará en la edad adulta participando, así, en la formación de la personalidad del individuo obteniendo una percepción subjetiva sobre lo que le rodea y su forma de pertenecer al mundo. 

Un menor hipersexualizado es un futuro adulto expuesto a mayores situaciones de vulnerabilidad y con mayor riesgo de sufrir violencia sexual y/o cometerla. El niño — futuro adulto — cosificado intelectualmente e hipersexualizado física y psicológicamente, es un cordero extraviado en una manada de lobos, un individuo con libertades restringidas, carente de autoestima e inseguro. No queda más remedio llegados a este punto — y llegamos tarde — que reaccionar colocando esta realidad en el debate político y social que obligue a la búsqueda de soluciones ante esta vulneración tácita de derechos fundamentales del menor.

La pornografía, pues, no puede considerarse como un acto ligado al terreno privado si tenemos en cuenta datos que cifran hasta en 78.589 las páginas eliminadas con contenido pederasta. La comercialización de la sexualidad infantil traspasa el sentido del deseo claramente, por lo que sería egoísta, hipócrita, injusto y delictivo desembarazarse de la situación creada.

La pornografía y la prostitución, son una industria institucionalizada que genera millones de euros diarios de la mercantilización del cuerpo mayoritariamente de mujeres y niñas convirtiéndolas en la bombilla en la que pivotan el deseo, el placer y el poder. Ambas son defendidas bajo el paraguas de las 'libertades sexuales' del individuo con el afán de transmutarlo al imaginario de 'derechos sociales'.

La normalización inherente del porno y la prostitución repercute, irremediablemente, en la estructura social; a su vez, el mercado sexual fabrica una oferta que supera a la demanda creando nuevos deseos y justificando el abuso que se produce de la búsqueda del placer. Karl Marx nos hablaba de la ‘riqueza de las necesidades humanas' en el supuesto socialismo donde se establecen nuevos modos de producción y un nuevo ' objeto' que reafirma la fuerza de la esencia humana, pero la miseria económica, en palabras de Marx, obliga al poder a crear nuevas necesidades para desviar al individuo hacia una nueva forma de placer creando fuerzas esenciales extrañas sobre el otro, para encontrar así la satisfacción a su propia necesidad egoísta. 

De esta manera el individuo queda sumido en una zona de dependencia. Los cuerpos son productivos dentro de la estructura neoliberal por lo que pertenecen a la Política Económica. Cuando se habla de moral para refutar la crítica hacia la mercantilización del cuerpo/ sexo/ psique, no se tiene en cuenta que la Economía Política y la Economía Moral es solo una apariencia y no una oposición ya que la Economía Política se limita a expresar a su manera las leyes morales. No hay nada más moralista que la propia Economía Política. La ley universal del capitalismo y del neoliberalismo,es la que sostiene que todo se puede comprar, incluidas las personas. 

Con la pornografía y la prostitución dentro del capitalismo, se consumen personas, se desea un placer inmediato, independientemente de la repercusión global que ese comportamiento pueda tener. Abstraerse de la estructura social, política y económica eludiendo su lectura evitando la toma de conciencia, fotografía la ceguera colectiva huyendo de la verdad para justificar sus deseos y placeres individuales mediante la explotación. El capital no reprime, vehicula y reconduce el deseo llevándolo a niveles donde la compulsividad es la respuesta al dispositivo de control del deseo.

Para Foucault, la normalización va ligada al poder y se opone al de individualidad ocultando la verdad a través de ella (normalización). Pero el capital obtiene más beneficios en la normalización de la explotación del cuerpo, así se consigue crear una falsa noción de libertad.

No se trata de censurar  ni de reprimir; se trata de responsabilidad, de autoconciencia y del saber; en definitiva, hablamos de recuperar el inconsciente y llevarlo a la razón para materializar los deseos en función de la reciprocidad, de manera que la mercantilización de otros cuerpos no sea fin para justificar deseos.