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Cans: veinte años del único festival de cine en el que “el verbo desbrozar es imprescindible”

Chimpíns, los pequeños tractores que en el Festival de Cans llevan a invitados y público, por las calles de la parroquia.

Beatriz Muñoz

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A horas de que empezase oficialmente la presente edición del Festival de Cans, su director, Alfonso Pato, compartía en su cuenta de Twitter el vídeo de un vecino, Juan do Castillo, retirando con su tractor la hierba de una explanada en la que se van a celebrar algunos de los actos de estos días. Añadía una reflexión que condensa el espíritu de esta particular cita con el audiovisual: “Cans, el único festival de cine del mundo en el que el verbo desbrozar es imprescindible”.

Este año se cumplen 20 desde que una broma entre amigos una tarde de sábado acabase engendrando un atípico festival de cine entre huertas y cobertizos y bajo la custodia de la estatua de un perro de granito. Todos los elementos están hilados por el juego de palabras: cans es el plural de perro en gallego y el festival toma el nombre de la parroquia de O Porriño (Pontevedra) en la que se celebra, que suena igual que el certamen de Cannes, con el que coincide en fechas. El glamour de la cita francesa se transforma en agroglamour, según suelen decir los propios organizadores. No hay alfombras rojas, hay proyecciones en bajos que ceden los vecinos, conciertos en gallineros y desfiles de chimpíns (pequeños tractores, decorados con flores para la ocasión) que trasladan a invitados y público.

Alfonso Pato, fundador del festival, dice no saber exactamente qué pasó para que, de aquella experiencia inicial nacida de una broma, saliesen sucesivas ediciones, pero ofrece varios posibles motivos. El primer año recibió “mucha atención mediática”. Premiaron al actor Luis Tosar, que entonces ya era conocido, y apareció por allí con el cantautor Javier Krahe. Los organizadores vieron que “la cosa funcionaba”, a pesar de que no tuvieron subvenciones hasta el tercer o el cuarto Cans, recuerda. Tiene una hipótesis: en aquellos tiempos inmediatamente posteriores o coincidentes con la catástrofe del Prestige, de “agitación cultural”, la gente estaba deseosa de organizar y de participar en “cosas nuevas”. La reflexión la hace ahora echando la vista atrás y sumando referencias de festivales que están cumpliendo, como Cans, dos décadas, dice.

A lo largo de todo este tiempo se han topado con “muchas vicisitudes”: confrontaciones hace años con la Xunta y desencuentros con la Diputación por cuestiones burocráticas; una pandemia; la persecución al festival el año que, entre los conciertos, estaba programado el de Def con Dos. Solo habían pasado unos días desde la detención del cantante, César Strawberry, por unos tuits irónicos sobre la vuelta de ETA y los GRAPO o sobre la muerte de Luis Carrero Blanco. El Tribunal Constitucional terminó anulando la condena que le había impuesto el Supremo por enaltecimiento del terrorismo.

Aquel episodio de “tensión”, que para Pato fue “duro”, ocurrió en mayo de 2015. Había una campaña en contra del cantante y también del certamen por invitarlo. “Fue tremendo”, dice, porque había mucho movimiento de la derecha mediática y tanto en el Ayuntamiento como en la Xunta sonaron los teléfonos pidiendo que se cancelase el festival. No ocurrió y su director asegura que los responsables políticos entendieron que se mantuviese el concierto y todo lo planeado. “Fue dura aquella tensión”, admite y recuerda que temió que pasase algo durante la actuación. A Strawberry lo alojaron en la casa de un vecino para evitar exponerlo, cuenta.

Pato tiene más anécdotas de estos 20 años. De las emotivas evoca una incursión silenciosa de amanecistas, entregados fans de la película Amanece, que no es poco, según ellos mismos se definen. Sabían que ese año, 2015, iba a estar en el festival el director del filme, José Luis Cuerda, y pintaron en varias paredes de Cans grafitis con la icónica imagen de la moto con sidecar que comparten Antonio Resines y Luis Ciges –padre e hijo en la ficción–. “Cuerda flipó”, cuenta Pato. Y no fue el único: un año después acudió el actor Quique San Francisco y, al ver los dibujos, “se emocionó mucho y se hizo una foto”.

En este tiempo, el cambio que más llama la atención del director del festival es la formación que tienen ahora los nuevos cineastas. Cuando arrancaron con su certamen, dice, había muchos trabajos de gente que simplemente “experimentaba” y era “autodidacta”, ahora todos tienen una formación reglada “impresionante”, han pasado por varias escuelas. “Están preparadísimos”, recalca.

En su balance de estas dos décadas, el director del Festival de Cans cita como una de las principales satisfacciones la implicación de los vecinos de la aldea con las actividades, su disposición para colaborar y que cedan espacios privados. Las críticas se concentran en la tarea administrativa y el papeleo. “Somos conscientes de la responsabilidad sobre el dinero público”, señala, pero pide una simplificación porque considera que “la burocracia es aplastante”. Desde la primera edición, el certamen creció. El año pasado, que “no fue de los mayores”, hubo 135 contrataciones de personal, indica. Pero, hacia el futuro, Pato repite que la ambición es conseguir un festival “sostenible”, acorde con el tamaño de la parroquia en la que se celebra, y evitar que se “sobredimensione”.

Para esta vigésima edición, del 16 al 20 de mayo, el festival hace un repaso a la obra de la cineasta franco-armenia Valérie Massadian y un homenaje al escritor Roberto Vidal Bolaño. Se van a proyectar casi 100 piezas audiovisuales, de las que una treintena son estrenos en Galicia, y habrá más de una veintena de actuaciones musicales. Entre los artistas estarán Los Punsetes, Mr. Kilombo y The Limboos.

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