El personal que congregaba aquel gobierno inesperado y un poco inconsciente era digno de admirar. Republicanos irredentos, protosocialistas, partidarios de la Internacional, periodistas radicales y bohemios, militares libertarios, soldados del legendario Auguste Blanqui, anarquistas, artesanos igualitaristas, todos conjurados en asamblea asumieron -tras la retirada del reaccionario Thiers a Versalles- la dirección de la tal vez principal ciudad europea de la época, París. Estos y otros personajes, alguno de la envergadura de Louise Michel, la maestra revolucionaria, pululan por Viva a Comuna! (Xerais, 2023), la eléctrica novela de 600 páginas con la que el escritor Carlos Meixide reconstruye un episodio histórico bello, terrible y decisivo. “La Comuna de París fue la última revolución romántica y la primera revolución obrera”, sintetiza.
El comité de 92 personas que se hizo cargo de París entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871 no aceptaba la rendición ante el ejército prusiano. El gobierno provisional de la República, en manos de Adolphe Thiers, había sucedido al derrumbamiento del Segundo Imperio de Napoleón III derrotado por Bismarck, pero se replegó fuera de la ciudad. La población parisina era demasiado rebelde, incontrolable para las ansias restauradoras de Versalles. “Me atrajo ese carácter no ofensivo de la Comuna. La revolución estalla porque otros abandonan el poder”, explica Meixide (Vilagarcía de Arousa, 1977) a elDiario.es, “además, había algo de inocencia y mucho vértigo, como si todo ocurriera antes de tiempo”. Las revoluciones inventan siempre otro tiempo, venía a explicar Walter Benjamin, apasionado de los sucesos que narra Viva a Comuna! “Pero es fascinante. Durante todo el período comunero hay una seguridad, una certeza de que la derrota es inevitable, de que el final no podía ser otro, y aun así continúa”, añade.
Fueron 72 días que estremecieron el mundo y avanzaron el diseño de una democracia social y de iguales. La Comuna limitó la subida de los alquileres a las trabajadoras, abolió los intereses de las deudas y retrasó las obligaciones de pago, estableció pensiones para las viudas e hijos de la Guardia Nacional -el cuerpo militar popular que la defendió- o el derecho de los operarios a tomar el control de una empresa si su propietario huía, propuso la separación Iglesia Estado y que las propiedades del clero pasaran a dominio público. “Estaba todo por hacer. Fue un poco cómo cuando unos adolescentes se hacen cargo de una casa”, afirma el autor de la novela quien, para relatarla, se sumergió durante años en un océano bibliográfico. El resultado no es una novela histórica, sino más bien una ficción documental, en la que el andamiaje se apoya en memorias, ensayos, estudios o correspondencias reales.
El tiempo de las cerezas
Viva a Comuna! comienza 14 meses antes de su proclamación, con el asesinato de Victor Noir, y finaliza con el destierro de los revolucionarios supervivientes a la atroz represión del bloque de orden. De por medio, aparecen episodios tan emblemáticos como la defensa de los cañones que desencadena el levantamiento popular, el derrumbamiento de la columna Vendôme impulsado por Courbet o la inmolación del general Dombrowski. “Quise contar la Comuna con cierta vocación documental, incluso enciclopédica”, señala, “pero siempre a partir de sus protagonistas. Pretendí llevar la novela al plano humano, de las ambiciones y las amistades”. Según el parecer de Meixide, la representación posterior de lo sucedido “suele ahondar en la violencia y en la deshumanización. Pienso que eso se debe al triunfo del relato de los vencedores [los versalleses], porque en realidad fue un momento primaveral”. Jean Baptiste Clément, partidario de la Comuna, lo convirtió en canción memorable: “Amaré por siempre jamás el tiempo de las cerezas / Es de aquel tiempo que guardo / en mi corazón una herida abierta”.
Clement es apenas uno de las docenas de personajes que pueblan el libro. Convertirlos en literatura no siempre resultó fácil, asegura el escritor. “Mitos como Louise Michel o el miembro de la Internacional Eugène Varlin son muy atractivos, pero están casi santificados, son difíciles de tratar porque apenas tienen grises”, dice, pero enseguida se replica a sí mismo: “¡Es que hay personas que fueron así, íntegras, sin dobleces!”. En todo caso, a Meixide le gusta el tipo de communard que encarnaron Rigault o Jules Vallès, asiduo a los bares, “de ideas violentas y guerrilleras”. “Los detestaría en una asamblea, pero en la novela me son simpáticos”, afirma divertido, antes de confesar que es Henri Bauer, hijo no reconocido de Alexandre Dumas, aquel con quien más se identifica: “Era, en ese tiempo, un estudiante. Participa con entusiasmo pero sin enterarse de todo de lo que pasa”. Más tarde escribió unas memorias en que no figura la experiencia comunera: miedo a las represalias, incluso después de cumplir seis años en una colonia penitenciaria en Nueva Calidonia.
Zola, Harvey, Lissigaray
¿No temió que una materia tan potente como la historia de la Comuna acabara por engullir el trabajo literario? “Sí, es un riesgo. Pero documenté tanto cada personaje que a veces los desarrollaba y luego comprobaba como coincidían con la realidad. Lo real y el literario acababan por confundirse”. Viva a Comuna! es una novela en la que emerge la devoción confesa del autor por el realismo francés del XIX. ¿Balzac? “Está bien, sí, aunque soy más de Zola”, responde, “busqué un relato novelado, con un punto romántico, e interés histórico y humano”. Cuya idea brotó de una lectura no exactamente literaria: la del ensayo París, capital de la modernidad (2003), del profesor marxista estadounidense David Harvey. “Cuenta la transformación de la ciudad durante el Segundo Imperio y finaliza con una coda dedicada a la Comuna. La interpreta como el colofón a la famosa reforma urbana de Haussmann”, recuerda. A partir de ahí, decidió superar el conocimiento vago que tenía del suceso y se adentró en los libros disponibles, comenzando por clásicos como la historia de Prosper-Olivier Lissagaray o la autobiografía de Louise Michel.
En aquella misma época, Meixide se involucró en la respuesta ciudadana a la catástrofe ambiental y posterior crisis política derivada del hundimiento del Prestige. “La política se hacía en las calles y en las tabernas. El Prestige fue nuestra guerra franco prusiana”, bromea, “había un eco de la Comuna, salvando las distancias, por supuesto”. El caso es que el proceso de documentación lo inició hace dos décadas. También la escritura (mental) de la obra. El primer capítulo, el del asesinato de Noir, sí lo redactó “hace años”. Pero el trabajo intenso de volcado en el papel solo en marzo de 2020. “Me confiné para escribir una semana antes del confinamiento por el coronavirus”, ríe. El resultado fue Viva a Comuna!, una novela sobre historia, un medio no tan habitual como podría pensarse de acercarse a la Comuna. “Hay memorias, ensayos, pero novelas pocas. Sí cómic, tal vez por la tradición anarquista”, aventura. En su día los escritores burgueses fueron violentamente anticommunards: el estudio de Paul Lidsky Los escritores contra la Comuna (1970) hizo recuento y propuso hipótesis sobre las razones.
Y sin embargo aquella última de las revoluciones románticas y primera de las revoluciones obreras, aplastada con esforzada saña -entre 20.000 y 30.000 parisinos asesinó Versalles-, provocó la escritura entregada de Karl Marx, hizo bailar a Lenin en la Plaza Roja cuando su revolución -la soviética- duró una jornada más que la Comuna, fue dibujada con empatía por Jacques Tardi en el cómic El Grito del Pueblo y objeto de un filme brechtiano y monumental de tres horas y media dirigido por el británico Peter Watkins en 2000. Poco antes de mayo del 68, el filósofo Henri Lefebvre escribía: “¿La Comuna de París? Fue, para empezar, una inmensa fiesta […] fiesta de la primavera en la ciudad, fiesta de los desheredados y de los proletarios, fiesta revolucionaria y de la revolución, fiesta total, la mayor de los tiempos modernos, que se celebra en la magnificencia y en la alegría”.