El difícil rastreo del esquivo tiburón blanco para entender qué lo lleva a aguas gallegas

Beatriz Muñoz

Santiago de Compostela —
25 de agosto de 2024 22:19 h

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A lo largo de los 12 días que el buque de Ocearch -una organización sin ánimo de lucro- navegó desde Vigo por el Cantábrico se cruzaron con varias tintoreras -tiburones azules- en su ruta, pero con ninguno de los escualos que eran realmente el objetivo: los tiburones blancos. “Entra dentro de lo previsto”, se resigna Pablo García-Salinas, investigador de la Fundación Oceanogràfic de València, que participó en la expedición. Los especialistas iban en busca de ejemplares de esta esquiva especie para marcarlos, tomar muestras y así entender más sobre su estado y su comportamiento. También para intentar arrojar luz sobre si los tiburones blancos que se avistan en la zona cantábrica son los mismos que se ven en el Mediterráneo.

García-Salinas explica que la primera fase de esta expedición, la que se hizo en aguas del Cantábrico -ha proseguido por la costa francesa y llegará a la de Irlanda-, duró poco tiempo, desde los últimos días de julio al 10 de agosto. A ello se suma que el tiburón blanco es una especie esquiva y en peligro crítico de extinción en Europa y el Mediterráneo, de modo que “sus números son muy, muy bajos”. El planteamiento de buscar en la costa norte de España deriva de que hay datos fidedignos que atestiguan la presencia de estos escualos: avistamientos, fotografías, vídeos. Suelen proceder de pescadores, de usuarios de embarcaciones de recreo o de personas que los divisan desde un acantilado o se encuentran un diente fresco en la orilla.

Pero, dice el experto, lo que no se sabe es “si están durante todo el año, si están solo en momentos puntuales o si simplemente están usando las aguas del Cantábrico como zona de paso, una especie de autovía entre zonas de alimentación o como parte de su ruta migratoria habitual”. Por eso el objetivo era localizar a cuantos más ejemplares, mejor -diferentes sexos y tallas-, tomar muestras genéticas y de sus fluidos corporales y marcarlos con un dispositivo que permita seguir sus movimientos casi en tiempo real. Trazar sus rutas, dice, permitiría comprobar si es cierta una de las hipótesis que tienen los investigadores: que las hembras de tiburón usan el Mediterráneo a modo de guardería para tener a sus crías en aguas con pocos depredadores naturales y que, cuando estas crecen y empiezan a poder alimentarse de mamíferos marinos en lugar de peces, salen al Atlántico.

En esta parte de la expedición no han podido localizar a ningún tiburón blanco, de modo que la incógnita se mantiene: “Seguiremos con la duda hasta que consigamos coger alguno y marcarlo”, dice García-Salinas. El equipo a bordo del buque de Ocearch confía en encontrarlos en Irlanda, en donde hay colonias de focas. Y para la primavera del año que viene está previsto que la expedición se adentre en el Mediterráneo. Ahí constan varios “puntos calientes en los que sí se puede decir que se acumulan”. Son las aguas alrededor de Sicilia, zonas cerca de la costa de Túnez y algunas áreas de Turquía. Hace décadas, recuerda el investigador, se veían y se capturaban en Baleares, pero ya no. Lo que queda en la actualidad son algunos avistamientos de animales que no está claro si son tiburones blancos o marrajos, dos especies que, en una época de su vida, son fáciles de confundir.

García-Salinas explica que la expedición empezó por el Cantábrico porque dependía del barco que aporta Ocearch, que venía de Estados Unidos y que atracó en el puerto de Vigo como primera parada en Europa. Ahí se presentó la iniciativa (colaboración de Ocearch, el Oceanogràfic y otras entidades) a los medios el pasado 29 de julio. Y de ahí salió hacia el norte con la idea de obtener muestras para examinar el perfil genético y ver con qué poblaciones están emparentados los tiburones blancos que nadan en estas aguas, recoger datos sobre su estado de salud y ponerles marcas satelitales para saber por dónde se mueven, qué zonas prefieren y qué actividad desarrollan.

Un célebre desconocido

El investigador destaca que se sabe todavía poco de los tiburones blancos, “por mucho que sea la especie que se le viene a uno a la cabeza cuando piensa en tiburones”, con la contribución de la película de Steven Spielberg. El motivo para este desconocimiento es que “en general la investigación en fauna, pese a lo que pueda parecer viendo documentales, no es fácil”. En el mar, las complicaciones y el dinero necesario se multiplican, dice, aunque la tecnología esté despejando algunos caminos, como el de hacer seguimiento en tiempo real si se marca a un ejemplar.

Tampoco hay “tanta gente que se esté dedicando [a investigar]” a este animal. Aunque hace la reflexión de que últimamente quienes estudian a estos escualos tienen la impresión de que se están convirtiendo en “los nuevos delfines”. Se refieren al creciente interés que notan tanto del público como de la comunidad académica. Y eso, añade, “es muy bueno”.

Una guardería vulnerable a la sobrepesca

El problema que tienen los tiburones blancos es el de todos los escualos de gran tamaño: la sobrepesca. García-Salinas indica que se capturan de forma directa para el consumo por parte de humanos -o de sus mascotas y ganado- y también de manera indirecta. Muchas veces, expone, caen en redes de pesca y terminan devueltos al mar ya muertos o aprovechados para hacer harinas de pescado o para la industria cosmética.

Las estimaciones “optimistas”, dice el científico, son que cada año se pescan en el mundo unos 100 millones de tiburones. Otros datos hablan de hasta el doble. “Son unos 180 tiburones por minuto en todo el mundo. Es una barbaridad en una especie con vidas muy largas, con pocas crías, que invierte mucho en el desarrollo de las crías”, enfatiza. Son “muy vulnerables” a cualquier cambio rápido. El refugio del Mediterráneo elimina a buena parte de los depredadores naturales, pero no la pesca.

El investigador expone que otra de las hipótesis sobre los tiburones blancos del Mediterráneo es que sea una población estable que no sale de esas aguas y que descienda de animales que entraron hace miles de años. De nuevo, para esclarecerlo, es necesario poder rastrearlos y analizarlos.

15 minutos de coreografía de investigadores

García-Salinas explica que Ocearch proporciona una red de contactos que permite a investigadores de todo el mundo compartir la información. Aunque en la fase en el Cantábrico no pudiesen marcar a ningún tiburón blanco, si en Irlanda encuentran alguno, los científicos españoles también tendrán acceso a los datos. Los equipos, añade, son interdisciplinares para poder estudiar genética, estado de salud, reproducción o los parásitos que puedan tener. “Como es tan difícil acceder al animal, queríamos intentar obtener toda la información posible”, resume.

El método para capturar a un tiburón es uno de los habituales en pesca: una línea con cebos prendidos en anzuelos. Cuando se localiza a uno, dos embarcaciones de apoyo del buque de Ocearch lo llevan a un lateral del barco en el que hay una plataforma que baja para colocar ahí al animal -al que se le pone una manguera de agua para que pueda respirar- y luego sube para que puedan acceder a él los investigadores. Tienen 15 minutos para examinarlo, recoger fluidos y colocar la marca satelital. “Hay una especie de coreografía de investigadores que entran y salen para hacer ecografías, tomar muestras de sangre, de esperma, de heces, tomar medidas, poner marcas satelitales o que permiten saber cuál es la actividad de los animales continuamente, hacer el chequeo de salud”, explica García-Salinas.

El peor resultado de esta expedición, y de la que está prevista para 2025 en el Mediterráneo, sería no encontrar a los animales: sería un indicio de que la población es muy baja. El investigador recalca, sobre el miedo que se le tiene a esta especie, que “lo peligroso no es tener al tiburón en la costa, que es donde debe estar, sino no tenerlo”.