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El mito Xacobeo choca con los límites del turismo tras la epidemia

La UME lleva cabo tareas de desinfección en varios puntos de Santiago

Daniel Salgado

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Una imagen resume la Galicia del coronavirus: la catedral de Santiago cerrada, la Praza do Obradoiro desierta, su ciudad vieja con la persiana echada, ni mochilas ni bastones por los soportales de raíz medieval. A un año del Xacobeo, la epidemia de COVID-19 ha frenado en seco uno de los principales sectores económicos de la capital gallega, el turismo. El mito del Apóstol, en realidad recuperado para la economía por el primer gobierno de Fraga Iribarne, se enfrenta a las incertidumbres del tiempo después del virus. Y lo hace además cuando expertos y algunos políticos ya habían avisado de que, tal vez, estaba alcanzando sus límites.

“La ciudad está diluida, deteriorada como lugar para vivir. Por lo tanto, no va a ser un buen sitio para el turismo”, explica una trabajadora turística que prefiere no decir su nombre, “a la Xunta solo le interesa convertirla en un destino de masas y organizar macroeventos. Es una visión muy paleta”. La política turística y cultural del Gobierno gallego se concentraba, desde hace un par de años, en 2021. El año que viene el 25 de julio caerá en domingo y, por lo tanto, según la tradición católica compostelana, será Santo o Xacobeo.

Fue en 1993 cuando un avispado conselleiro de Cultura de Manuel Fraga, Víctor Vázquez Portomeñe, decidió que la desdibujada ruta francesa del Camino de Santiago podía servir para estructurar su propia versión de los acontecimientos espectáculo del 92 español. Desde entonces, cada Xacobeo se ha convertido en contenedor de un progama mayormente copado por grandes empresas de la industria cultural y pensado sobre todo para atraer visitantes, antes que para articular el propio tejido del país.

Justo a la inversa de lo que recomienda algunos de los estudiosos de la materia turística, quienes cada vez más prescriben la necesidad de que el sector adopte el punto de vista de la comunidad receptora. En todo caso, el Año Santo 2021 según la Xunta de Feijóo no iba a ser diferente. Hasta que llegó el coronavirus. Ahora intenta recuperar la iniciativa, no sin contradicciones. Sus informes advierten del riesgo de reborte de la enfermedad si llegan los visitantes, pero el Gobierno insiste en llamarlos.

Entre el 17 y el 20% del PIB de la ciudad

“Es un golpe muy fuerte, un impacto muy grande”, admite Gumersindo Guinarte, teniente de alcalde socialista de Santiago de Compostela y responsable de la importante área de Turismo. El consistorio no maneja todavía datos concretos sobre el agujero, pero sí algunos significativos: la cancelación en abril del 99% de los vuelos al aeropuerto de Lavacolla después de que “enero y febrero fueran los mejores de la historia” o “el importante porcentaje de trabajadores de hostelería y restauración” afectado por expedientes de regulación temporal de empleo.

El turismo supone entre el 17% y el 20%, dependiendo de los cálculos, del producto interior bruto (PIB) de la ciudad. Guinarte confía, no obstante, en recuperar “aunque no toda, la temporada de verano”. Pero a medio o a largo plazo prefiere no hacer demasiadas predicciones, más allá de que una vacuna reactive el tránsito y de su creencia en que “la gente va a tender a vivir como vivía y a hacer lo que hacía”.

Guinarte asegura que su departamento trabaja, también en el semiconfinamiento, con “luces largas”. “Lo que apremia es revitalizar el empleo turístico”, dice, “pero no renunciamos al modelo al que queremos ir”. Y que, asegura, implica “valorar los elementos diferenciales de Santiago, su patrimonio, su cultura, su gastronomía”. Es lo que demandan algunos investigadores. Por ejemplo, el geógrafo y economista Juan Requejo, codirector del plan de gestión del casco viejo durante la alcaldía de Martiño Noriega (Compostela Aberta) y asesor de la actual de Xosé Sánchez Bugallo (PSdeG) en la búqueda de “soluciones” para las viviendas de uso turístico. “El turismo en Santiago es insatisfactorio para el territorio. Prevalece el consumo banal. No es el turismo lo que está mal, es este turismo”, señala contundente.

Para Requejo, el núcleo del problema son los límites y el mercado. “Es necesario establecer límites. Porque hay límites, y hay que aceptarlo”, indica, “porque el mercado acaba por frustrar todo. El interés inmobiliario domina sobre un turismo razonable, aquel que genera empleo e ingresos públicos. Eso es lo que sirve para un territorio. Si la única riqueza que genera va para algunos empresarios y propietarios de pisos...”. Son estas viviendas las que centran sus preocupaciones en la actualidad. En su opinión, dañan “la vida de una ciudad”. “Y si Santiago es una ciudad atractiva, es porque está viva. Sino, sería un yacimiento, un indicio de lo que fue”.

Requejo llama a la reflexión colectiva. “Las condiciones objetivas ya son distintas, como decíamos en el marxismo”, se extiende. Del parón provocado por la COVID-19 extrae algunas dinámicas positivas para reformular el turismo. La primera, “las emisiones inaceptables debido al transporte aéreo. Se acabó viajar en avión el viernes para volver el domingo y trabajar el lunes”. Según su versión, el turismo debe abandonar la idea fast food: “Es necesario viajar menos, pero con más sentido. Tener una experiencia más densa. Para respetar la ciudad de Santiago pero también a ti mismo”.

La “turismofobia”

El anterior Gobierno local, de Compostela Aberta, fue uno de los primeros en introducir el debate sobre el modelo de turismo de la capital gallega. Marta Lois, entonces edil de turismo y ahora concejala de la oposición, recuerda que los medios locales la tacharon de “turismófoba”. “Quedaba mal decir que tanto turismo era malo. No fue nada bien recibido en sectores empresariales o en el pequeño comercio”, asegura, “también nos atacaron otras fuerzas políticas, la derecha o el Partido Socialista, que no avalaron la implantación de una tasa turística para cuidar la ciudad”. El actual teniente de alcalde del PSOE, Gumersindo Guinarte, que no se sentaba en el anterior pleno, ha manifestado sin embargo su apoyo a esa medida.

Para Lois, es urgente pensar un “turismo responsable, compatible con la vida en los barrios y con la vitalidad del casco viejo”. Un completo estudio realizado durante su mandato reveló que en la ciudad vieja había, a finales de 2017, tantas plazas de alojamiento turístico -regulado o no- como habitantes. Y en toda la ciudad, 4.325 plazas en viviendas de uso turístico. “Esta realidad restringe el derecho a la vivienda de familias, estudiantes, trabajadores. Hay que reorientarla, para que existan casas a precios asequibles”, dice, antes de denunciar la existencia de “zonas turísticas saturadas” en la ciudad vieja. Justo las que, durante estos dos meses y medio de confinamiento, presentaban una imagen fantasmal. Los discursos, añade, de la Xunta o del actual Gobierno local, que casi siempre inciden en la dimensión cuantitativa de los visitantes, son un error. “La fórmula reiterada de la Xunta es más Xacobeo, pero el turismo no debe ser el único espacio económico de la ciudad”, concluye.

La trabajadora citada al inicio de este texto también avisa del peligro del monocultivo. Habla por experiencia propia. Cree que el turismo debe ser sostenible, pero no únicamente en el sentido ecologista del término. También en el laboral, porque se trata de terreno abonado para la precariedad y la explotación. Y recuerda que en sus estudios, los profesores les advertían de que el turismo era algo muy fragil. “Tal vez sea positivo que aprendamos que este maná tiene sus dificultades, su fragilidad. Lo estamos comprobando ahora con la epidemia”, finaliza. Requejo le da, vehemente, la razón: “Volver al modelo anterior es un pésimo negocio. Estamos subvencionando el turismo, porque le cuesta más a la comunidad receptora que a los visitantes, déjense de gaitas”.

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