Baiuca avanza a base de discutirse a sí mismo. No quedarse demasiado tiempo en el mismo lugar, dice, y ese lugar lo delimitan, de alguna manera, sus investigaciones en el folclore gallego y su devoción por las formas electrónicas de vanguardia. Barullo, su tercer disco largo, lo confirma: el propio Alejandro Guillán, el hombre detrás de Baiuca, lo entiende como una respuesta a su anterior trabajo, Embruxo. “Siempre intento avanzar en nuevas ideas, no me gusta repetirme, ni los artistas que se repiten”, asegura en conversación con elDiario.es. Y para ello ha girado esta vez hacia la pista de baile. Pero no hacia la del campo de la fiesta, sino hacia la del club.
Embruxo, publicado en 2021, era un disco conceptual. Y el concepto era “súper oscuro, místico, centrado en la mitología gallega”. Al mismo tiempo, la tradición musical estaba en un plano más principal: la percusión, las voces de las cantareiras, los ritmos de xota o muiñeira evidenciados. Barullo propone otro método. “Todos esos elementos han pasado a mi ADN, se han incrustado”, explica Guillán (Catoira, Pontevedra, 1990) desde su casa en Barcelona, en donde descansa unos días en medio de la gira de presentación de la grabación, “ahora no necesito mostrarlos de manera explícita”. En dirección opuesta, la electrónica ha emergido sin ningún tipo de reparo.
“En otro momento lo escondería, pero ahora no me importa”, asegura, en referencia a su uso de estructuras derivadas de la escucha atenta de UK garage, breakbeat, trance o deep house. La hoja promocional -como sus obras previas, el disco sale en Raso- lo resume así: estas tendencias electrónicas “tienen más presencia que nunca en unas composiciones que suenan tanto a clásicos raveros como a clásicos folclóricos”. Y con un cierto aire pop, confiesa el propio Guillán, provocado sobre todo por la comparecencia de las voces. Que van de Felisa Segade, integrante de Leilía -la agrupación que llevó la pandereta gallega a escenarios de medio mundo y contribuyó de manera decisiva a la reestimación del instrumento-, a Carlangas, exlíder de Novedades Carminha y ahora en solitario dedicado a las músicas populares.
“Para empezar, yo no canto”, contesta Guillán, preguntado por la abundacia de colaboradores y colaboradoras vocalistas, “pero además cada canción tiene su personalidad”. También Antía Ameixeiras, del dúo avant folk Caamaño & Ameixeiras, interviene en tres cortes, Lilaina, de Aliboria, en otro, y Xurxo Fernandes junto a Segade en Navajitas, el tema que abre el trabajo: “Traio dos navajitas nuevas / para facer a conexión / entre os que andan no baile / e os que teñen intención”. “No me gusta forzar las relaciones, me gusta que sea algo natural”, se explica, “y rodearme de gente con la que estoy cómoda. En discos largos, para mí es además muy importante que Galicia esté presente, enseñar voces no tan conocidas fuera”. Y con las que, de algún modo, comparte una aproximación libertaria al folclore.
La evolución para llegar a Barullo fue, en todo caso, orgánica. No había una idea previa, como sí la hubo en Embruxo, sino un hacer músicas como quien experimenta en un laboratorio. “A veces hay periodos, me pasa durante las giras, en los que desconecto, pero ahora me apetecía grabar otra vez. Comencé a probar y cuando tenía dos o tres canciones, detecté temas en común”, expone, “ritmos rápidos, voces melódicas... música más orientada al baile, al club”. El espíritu de Barullo, “retorcer, amplificar y resignificar la 'foliada moderna”, según la nota promocional, con canciones sobre lo que sucede en la noche y alrededor de la pista de baile. Y Monte Viso, el clásico local compostelano al que Carlangas presta voz contenida, maquinal.
La generación que regresó al folk por vías diversas
A Guillán no le gusta arrogarse ningún papel de pionero. Otros antes que él han hecho colisionar la tradición musical gallega con las sonoridades electrónicas, desde la fugaz Ecléctica Ensemble de Ugia Pedreira a ciertos experimentos del célebre gaiteiro Carlos Núñez -con quien Baiuca colaboró en un EP hace dos años-, desde el radicalismo ruidista de Lume a incursiones de la referencial Mercedes Peón. “Es obvio que no soy el primero”, asume, “pero quizás no haya tantos que lo hayan hecho en la dirección en la que lo hago yo”. Baiuca introduce la electrónica de vanguardia en las coordenadas folk y viceversa. Y ese territorio es el que trabaja desde, por lo menos, 2017, cuando comenzó a sacar a la luz los EP que acabarían conformando el grueso de Solpor, su primer disco largo.
Formado en las escuelas de música tradicional, él mismo gaiteiro, Alejandro Guillán sí se reconoce parte de una generación que ha regresado al folclore aún por vías diversas y, en ocasiones, antagónicas. “Eso es lo interesante”, sostiene, la distancia que va del enorme éxito comercial de los juegos de Tanxugueiras con los ritmos denominados urbanos y sus cada vez más abundantes epígonos al electro folk del propio Baiuca, por situar dos hipotéticos extremos. Es, al fin y al cabo, una de las liñas de fuerza del pop -en la acepción amplia de la palabra- contemporáneo, la que busca sentido de futuro en la relectura de las raíces y que incumbe por ejemplo al majestuoso doom folk de los irlandeses Lankum, a la restructuración melódica del occitano Sourdure o a Rodrigo Cuevas -que apareció en Embruxo y ha grabado nuevo material, todavía inédito, con Guillán.
Baiuca acaba de ofrecer su directo en Formentera (Illes Balears) y Melilla. Los próximos conciertos, en los que cuenta con Adrián Canoura en los audiovisuales, Andréu Fábrega en iluminación, y músicos habituales del proyecto como Xosé Lois Romero o Antía Muíños, serán en Madrid (formato showcase), Hamburgo (Alemania) o Murcia. Diciembre “será más tranquilo” y en enero volverá a Londres (Gran Bretaña).