El 1 de marzo de 2009, Alberto Núñez Feijóo pasó de persona a categoría dentro del PP. El presidente gallego se convirtió en la muestra viviente de que el atribulado partido de Mariano Rajoy, al que le acababa de estallar el caso Gürtel mientras intentaba restañar las heridas de la segunda derrota ante Zapatero y del congreso de Valencia, era capaz de ganar elecciones contra pronóstico y en medio de la adversidad.
Tras una campaña en la que se pudo ver al propio Rajoy trabajarse el voto rural como nunca antes, el sucesor de Manuel Fraga se impuso a unos desconcertados PSdeG y BNG, enfrascados en la competición dentro del Gobierno que compartían hasta que la poderosa maquinaria popular los dejó en la cuneta tras la que, posiblemente, fue la carrera electoral más dura y sucia de la historia de Galicia.
Siete años después, Feijóo competirá el 25 de septiembre, apenas una semana antes del inicio del juicio de la Gürtel, contra aquel candidato triunfante a la primera. Se enfrenta a toda la oposición pero, sobre todo, a sí mismo.
La convocatoria anunciada este lunes por el presidente gallego lanza definitivamente una precampaña que el PPdeG se ha venido trabajando desde hace semanas, instalando un banco azul en diversos pueblos y aldeas en los que el titular de la Xunta recoge sugerencias y habla en primera persona con los paisanos. Como cuando, en 2009, los estrategas del partido de la derecha le retiraron la gomina y la corbata y le hicieron acostumbrarse a las americanas de coderas para poder recorrer los antiguos graneros de votos de don Manuel sin proyectar la imagen de “chulo” que, admitían, era una de sus principales debilidades.
Ahora el conocimiento de Feijóo no es un problema y el esfuerzo conservador se centra en reforzar su imagen presidencial frente al “lío” que, repiten, representa la actual oposición. El actual presidente es la “estabilidad” y la pérdida de la mayoría absoluta –38 escaños de 75 en juego– supondría el acceso al poder de una alianza encabezada por “las mareas de Podemos” –repiten, pese a no estar claro todavía si el partido de Pablo Iglesias confluirá o no con los que han venido siendo sus socios gallegos– junto a un PSdeG en crisis y un BNG en pleno declive, resumen.
Crisis económica, “imposición” del gallego y un poco de Venezuela salpican colateralmente el argumentario de un PP que en este período preelectoral sólo ha tenido una dificultad destacable. Las mareas, con Podemos o por separado, carecen por el momento de candidatura a la Presidencia a la Xunta y, por lo tanto, de objetivo concreto para los dardos de los conservadores, que han optado por disparar contra el histórico Xosé Manuel Beiras y emplear las evidentes tensiones en este líquido espacio político para presentarlo como sinónimo de radicalidad y caos.
Ese antagonismo les sirve, al mismo tiempo, para ningunear al candidato socialista, Xoaquín Fernández Leiceaga, y dar por irrelevante a la aspirante del Bloque, Ana Pontón, única de las principales formaciones que ya tiene sus listas cerradas y aprobadas.
La posibilidad de que el magistrado Luis Villares se ponga al frente de -si fragua- la confluencia es, por su perfil, una de las principales preocupaciones en un PP gallego en el que los ánimos han subido desde las generales de junio, en las que recuperaron dos de los cinco escaños perdidos en diciembre y, sobre todo, unos 34.000 votos. Esa subida inyecta moral pero, no obstante, intranquiliza en la sala de mando conservadora: los porcentajes de voto del 26-J, especialmente en A Coruña -que elige un tercio del Parlamento- y Pontevedra, no garantizan la ansiada absoluta, ampliada en 2012 con tres escaños más pese a haber perdido más de cien mil votos.
Este es el escenario en el que el Feijóo de 2016 aspira a imponerse al PSdeG de Leiceaga, al BNG de Pontón y a las mareas del candidato por definir pero, sobre todo, al Feijóo de 2009. Si logra la tercera mayoría absoluta, asentará definitivamente su rango de leyenda interna del PP y tendrá, de ser el caso, abierta de par en par la puerta hacia la política estatal que se le cerró tras la publicación en El País, en marzo de 2013, de sus fotos navegando con el narco Marcial Dorado en 1995, cuando el ahora presidente ya dirigía la sanidad pública gallega.
Si pierde el poder ante una alianza de izquierdas liderada por las mareas o los socialistas o si no puede completar una eventual mayoría simple con los escaños que pueda conseguir Ciudadanos, Feijóo tiene claro que no se quedará liderando la oposición. En ese caso, tras dar el relevo en Galicia, la madrileña calle de Génova volvería a ser un destino posible para el barón-símbolo, pero acompañado de una estrella mucho menos brillante.