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Fraga Iribarne y Fidel Castro, enemigos íntimos al calor de la queimada y el pulpo

Daniel Salgado

9 de noviembre de 2024 22:48 h

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Fueron apenas 48 horas, de la mañana del lunes 27 a la del miércoles 29 de julio de 1992. No era la primera vez, el gallego ya había visitado al cubano en la isla, pero sí la que acaparó más foco. Recorrieron juntos Santiago de Compostela, Boiro, Lugo y Láncara, donde se encuentra la casa natal de Ángel Castro, el padre del comandante. Comieron y bebieron y jugaron al dominó. También discutieron, señalan algunos cronistas. En todo caso aquel encuentro entre Manuel Fraga Iribarne y Fidel Castro Ruz, extravagante y folclorizado, nutrió a los cronistas de la época, enfadó a la cúpula del Partido Popular, molestó a los socialistas que entonces gobernaban el Estado y generó incluso, dos décadas más tarde, un documental. El historiador asturiano Pablo Batalla Cueto dedica ahora un libro de casi 250 páginas -más apéndices- a bucear en aquella historia en la que confluyen muchas historias, el siglo XX de fondo. “Siempre me han interesado los momentos equívocos, confusos, paradójicos, los umbrales de época”, indica a elDiario.es.

Yo podría haber sido Fidel Castro (Lengua de Trapo y Círculo de Bellas Artes, 2024) relata uno de ellos, a su juicio. El comunista cubano de origen gallego y el derechista gallego que había pasado parte de su infancia en Cuba eran dos enemigos que habían sobrevivido a los avatares de las circunstancias: la caída del muro de Berlín y el bloque soviético, por un lado, el final de la dictadura franquista en la que había sido ministro, por el otro. “Azaña decía que cuando cae un régimen, cae su anverso y su reverso”, explica Batalla Cueto (Gijón, 1987), “pero Fraga y Fidel consiguen sobrevivir a su época”. Hasta el punto de que Castro, el comandante barbudo que el 1 de enero de 1959 derrocó al dictador Fulgencio Batista, instauró un sistema socialista de partido único que en cierto tramo llegó a reprimir a los homosexuales y luego rectificó -lo menciona el libro-, se retiró del poder en 2008 y murió en 2016. Fraga Iribarne, tras haber participado en sucesivos gabinetes de Franco, representado sectores tímidamente aperturistas dentro de él y justificado crímenes de Estado, presidió la Xunta de Galicia entre 1990 y 2005 y murió en 2012.

“Podríamos decir que eran dos autoritarios y ya está, lo que sucede es que quería buscarles la complejidad, el intríngulis de esa cosmovisión compartida”, asegura. Esa es una de las tesis que defiende su ensayo, la de identificar algunas coincidencias biográficas como base de una sintonía personal en su día sorprendente, dada la distancia de sus posiciones políticas. Su educación católica, jesuítica -“los marines del Papa”-, tal vez. Una idea de masculinidad que incluía la afición por la caza. “Tanto Fraga como Fidel eran hombres cosmopolitas y cultos, pero se habían criado en la aldea, y nunca se sintieron a gusto en la respectiva capital de sus países”, argumenta por escrito. La envergadura histórica del cubano resulta obviamente superior, pero los paralelismos existen y, en los 90, convergieron.

Yo podría haber sido Fidel Castro es, por cierto, una frase más o menos literal atribuida a Fraga Iribarne, pero no la que ha disparado el libro. “Más allá de las diferencias ideológicas, y nunca lo hemos negado, Fidel Castro es uno de los muchos símbolos de este mundo hispánico que tantas veces fue glorioso”, dijo el entonces presidente de Galicia por el Partido Popular, “estuvo dividido, fue despreciado injustamente y es un símbolo de independencia”. Batalla Cueto rastrea así cierta fascinación de la vieja derecha española por la Revolución Cubana. “Creo que, de alguna manera, Franco veía a Fidel como un vengador hispano de la afrenta del 98”, señala. Lo cierto es que la dictadura franquista, por entonces ya echada en brazos de la estrategia internacional estadounidense que la acepta como peón en su Guerra Fría contra la URSS, nunca rompió relaciones con la Cuba revolucionaria.

Jugando al dominó con el comandante

Cuando Fidel Castro aterrizó en Lavacolla, el aeropuerto de la capital gallega, hacía ya mucho tiempo de casi todo. La caída del bloque soviético y la intensificación del bloqueo yanqui había sumido a la isla socialista en el denominado Período Especial. Cualquier mano era bienvenida y en esto llegó la de Manuel Fraga. “Fidel estaba aislado y Fraga fue de los pocos que decidió no participar de ese aislamiento”, escribe el historiador, que refiere “un interés personal, autobiográfico”, del Fraga que había vivido, de niño, en Manatí, provincia de Tunas, en el oriente cubano. Aquellos recuerdos de infancia se convirtieron, pasado el tiempo y una intensa vida al servicio del Estado dictatorial, en un empeño que le valió críticas a babor y estribor. “Me importan tres pepinos”, llegó a declarar. La visita, añade Batalla Cueto, “dejó para la historia un carrusel de fotos y grabaciones memorables, jugando con él al dominó, comiendo pulpo o preparándole una queimada”.

“He intentado desfolclorizar el asunto, pero sin dejar de lado las anécdotas”, confiesa a este periódico. Fellini con gaiteros se titula -el homenaje lo extrae de un artículo del periodista Xosé Manuel Pereiro- el capítulo en el que resume aquellas frenéticas 48 horas en la que visitaron el Pórtico da Gloria, la Biblioteca América en el Pazo de Fonseca del Obradoiro. En la rúa do Vilar unos simpatizantes comunistas le arrojaron flores desde un balcón. Después visitó Televés, una compañía de telecomunicaciones. Todo en Santiago de Compostela. En Boiro quiso conocer los pormenores de Jealsa, una de las grandes conserveras de la ría de Arousa, cuyo patrón, Jesús Alonso, fue siempre próximo al PP. De su comida en Chicolino, afamado restaurante del pueblo arousano, se conoce todo el menú y que su dueño recibió más de cien llamadas de personas que ofrecían dinero, “buenas cantidades”, por cualquier cubierto tocado por Fidel. “Cuando la noticia llegó a los camareros, sobre la mesa solo quedaba la taza de café”, relata el historiador. La conservan aún hoy.

En el hotel de Santiago de Compostela en el que se alojó, Fidel aprovechó para dirigir un discurso a más de 300 invitados. Los encabezaba Ángel García Seoane, alcalde de uno de los municipios con la renta más elevada de Galicia, Oleiros (A Coruña) al frente de una candidatura vecinal y que se define como comunista. Xosé Manuel Beiras, los escritores Xosé Neira Vilas -que había residido en Cuba precisamente hasta ese 1992- o Uxío Novoneyra o el intelectual y artista Isaac Díaz Pardo entre la audiencia. “¡Queremos seguir siendo esta maravillosa mezcla de españoles, de indios y de africanos! Nos sentimos privilegiados por eso”, proclamó Fidel. La cena fue en el Vilas, desaparecido establecimiento de la ciudad que Fraga Iribarne convirtió en un segundo hogar -el primero era probablemente la sede gubernamental. Al día siguiente, Fidel Castro visitó la aldea de Láncara, en el ayuntamiento del mismo nombre, en la mitad sur de la provincia de Lugo.

“El hijo de un emigrante que vuelve al pueblo a encontrarse con sus orígenes”, fue la fórmula con la que lo acogió el alcalde de la localidad. Castro, acompañado en todo momento por Fraga, consideró un honor ser descendiente de gallegos -en aquella “choza muy humilde”, hoy un museo, había nacido su padre, Ángel Castro- e hizo memoria de sus compañeros de Sierra Maestra, varios con origen en Galicia. La banda de Sober tocó el himno gallego, Láncara nombró a Fidel hijo adoptivo y este saludó a sus dos primas Victoria y Estelita. A continuación, setecientos invitados dieron cuenta de pulpo, empanada y sardinas a la brasa, vino ribeiro y una queimada. “Los partidos de la extrema izquierda [sic] gallega dieron cuenta de unas suculentas empanadas gracias a Fraga”, redactaba el cronista de ABC, según recoge el libro de Batalla Cueto, “mientras un poco más allá periodistas cubanos que trabajan en Miami [...] saboreaban unas espléndidas sardinas que les pagó Fidel”. Una partida de dominó, el juego predilecto de Fraga Iribarne hasta el punto de que lo convirtió en elemento central de su propaganda política durante su etapa de la Xunta, coronó la jornada.

Castro y Fraga regresaron a Santiago. Al día siguiente, miércoles 29 de julio, Fidel abandonó Galicia antes de lo previsto. Una rueda de prensa ya convocada, la única del viaje, hubo de suspenderse. Las especulaciones periodísticas sobre lo que sucedió apuntan a una discusión con el anfitrión, que le habría señalado el camino de Nicaragua, donde los sandinistas que acabaran con la dictadura somocista convocaron elecciones, tras años de reacción violenta de la Contra apoyada por Estados Unidos, y perdieron frente a la derecha. Todo es incierto.

Un régimen fraguista en Galicia

Pero Yo podría haber sido Fidel Castro va más allá de esos dos días de julio de 1992. Su autor arriesga una interpretación sobre el último Fraga, el que presidió Galicia durante cuatro legislaturas con mayoría absoluta -la perdió en 2005 frente a una coalición de Partido socialista y BNG-, y el fraguismo, casi un régimen. “No diría que se trata de un personaje desatendido. Existen varias biografía, también críticas, con su figura. Lo que me llama la atención es los pocos libros escritos sobre el fraguismo”, apunta Pablo Batalla. La hemeroteca y los innúmeros volúmenes más o menos de memorias que firmó el propio político, y que dedican tramos a su experiencia en el poder en Galicia, son los materiales de los que se ha servido el historiador. Y conversaciones con conocedores del objeto, claro.

“Lo interesante de ese período es quizás como logró construir una paz cultural”, afirma, “captando intelectuales de izquierda y galleguistas a los que ofreció puestos e instituciones”. Fue la culminación, entiende, de ese galleguismo difuso teorizado de forma no sistemática por Ramón Piñeiro, un intelectual socrático, militante del Partido Galeguista en la República, encarcelado en la posguerra y dedicado a algo así como a la resistencia cultural desde la Editorial Galaxia, que fundó en 1950. “Fraga construyó un régimen”, defiende, “con elementos que todavía duran. Otros los cortaron desde Madrid, como la idea Administración única”. Batalla Cueto hace una analogía: tuvo una “especie de pretensión” de construir un PNV gallego. Si la tuvo o no es materia de discusión, lo que está claro es que no lo hizo.

Lo que sí construyó fue una esfera pública con el pluralismo mediático limitado. “El control de medios, que no fue ni mucho menos el único en aplicar, le ayudó”, dice. La televisión pública tenía prohibido el plano general del presidente, para disimular su caminar bamboleante. Y la publicidad institucional y los convenios -publicitados o no- embridaron a buena parte de los privados. “Su régimen de paz cultural también se apoyó en eso”, añade. Hasta el punto de que algunos intelectuales disidentes solo podían disentir desde los medios de comunicación con sede en Madrid. La caída en desgracia de Xosé Cuíña -Batalla Cueto recoge de un libro de Alfonso Eiré que el conselleiro llegó a plantearse ingresar en el BNG- simbolizó, en todo caso, el final de una época. Su sustituto se llamó Alberto Núñez Feijóo y era el enviado de Aznar para el PP gallego. Aprovechó la infraestructura del régimen -el control mediático no se relajó, al contrario- pero lo vació de regionalismo, lo sucursalizó, si cabe, más. Otra etapa de la misma historia comenzaba.

Moreno Bonilla y Nicolás Maduro

“No me gusta pensar que ya no existen este tipo de personajes en política, tan interesantes y cultos, que sí los hay”, comenta, “lo que es cierto es que hoy nadie se imagina, yo que sé, a Moreno Bonilla recibiendo a Nicolás Maduro en Sevilla. Pero lo de Fraga Iribarne y Fidel Castro también fue sorprendente en aquel momento”. La Cuba socialista aguantó. El PP gallego regresó al poder en 2009 y en él sigue. La diferencia que percibe es de contexto: el mundo de la política se ha simplificado, se ha convertido en “más hermético”. Y los pasajes entre enemigos que interesan al historiador Pablo Batalla Cueto, en más improbables.