Una lectura simple del currículum oficial de Francisco Vázquez (A Coruña, 1946) podría convertir en algo sorprendente su presencia como orador en la manifestación contra la amnistía celebrada este domingo en Barcelona. Abogado laboralista en la Transición; primer secretario xeral del PSdeG -cuando esta formación defendía la autodeterminación de los pueblos de España-, un cargo en el que repetiría dos veces más; alcalde de A Coruña por mayoría absoluta durante 23 años; presidente de la FEMP, diputado en el Congreso... Pero lo de Vázquez, que abandonó el PSOE en 2014 y poco después ya compartía actos electorales con Albert Rivera, no puede sorprender a nadie que haya seguido su trayectoria, incluido su paso por el Vaticano como embajador de España.
“Éste siempre fue de derechas. Está en su salsa”. Así ironiza un exalto dirigente del PSOE cuando elDiario.es le pregunta por esta faceta de orador ultra, que tuvo un precedente hace tres años en su ciudad, cuando protagonizó la concentración convocada por Foro LC -próximo a Vox- en defensa de la Constitución. Aquel día acusó al Ejecutivo de intentar ideologizar “a los niños, a la propia justicia” y tratar “de controlar los medios de comunicación”. “Hoy son otros los que deben explicar por qué están con los independentistas que quieren romper la unidad de España”, gritaba con la Carta Magna en la mano. El domingo, aseguró que la amnistía supondría un “perjurio ideológico”.
“Eso lo cometió él hace ya muchos años”, continúa el antiguo cargo socialista. Católico practicante, del que siempre se señalaron sus vínculos con el Opus Dei, Francisco Vázquez se ausentó del Congreso en las votaciones sobre la ley del aborto en 1998. Pero en el PSOE siempre se justificaba a aquel verso suelto que elección tras elección conseguía ser el alcalde más votado en una capital de provincia. “Son cosas de Paco”.
El carácter autoritario de Vázquez era tan conocido en su ciudad que se granjeó el apodo de 'Pacochet'. También su devoción por la historia, aunque en su vena más folclórica, la que dejaba salir en cada acto oficial. Sir Paco -caballero de la Orden del Imperio Británico- se rodeaba de maceros, policías locales vestidos con uniformes de los siglos XVIII y XIX o de una escolta de motos Harley Davidson (que él, con su castellano de siete vocales, convertía en “harrinharrinson”). Con esos honores, fue recibido Manuel Fraga en su visita institucional a la “ciudad-estado”, donde definió a Vázquez como “espejo de alcaldes”. Durante los años de gobierno del exministro franquista en Galicia se habló siempre de una entente cordial entre ambos: descabezado Lendoiro -el presidente del Superdépor, antiguo compañero de pupitre en los Maristas-, el PP no presentaría candidatos de peso en A Coruña y el PSOE haría lo mismo en la Xunta.
Esa incapacidad de pensar más allá de los 38 kilómetros cuadrados del término municipal persiguió siempre a Vázquez –de alguna manera, también al PSdeG, acostumbrado a gobernar ciudades gallegas pero carente de un proyecto “de país”-, y él hizo lo que pudo para fomentarla. Una conversación con el Rey después de que el petrolero Mar Egeo embarrancase al pie de la Torre de Hércules, en la que mostraba su alivio por un cambio en el viento que alejaba de la ciudad la nube tóxica, ha pasado al acervo popular casi como un grito de guerra: “Tranquilos, coruñeses, el humo va para Ferrol”. La que sí es literal es la que pronunció desde la escalerilla del avión junto al ministro que impulsó la ampliación del aeropuerto de Alvedro: “Coruña es la gran capital de Galicia y, para los demás, sarna”. Ese ministro era Abel Caballero, hoy alcalde de Vigo -principal destinataria de aquella “sarna”- y seguramente, el mejor heredero del modelo personalista de Vázquez, al que le ha añadido miles de luces led.
Guerrista confeso, sonó como posible candidato del sector a la secretaría general del partido tras el desastre electoral de Joaquín Almunia, pero él mismo se descartó. Guerrista “en el discurso, la práctica va por otro lado”, apostilla un ex edil. Esa vena izquierdosa, con sus matices, podíamos encontrarla en la política cultural y educativa de alguien que durante años conmemoró cada 14 de abril. Él se inventó el salón del comic Viñetas desde o Atlántico, esa “alcaldada maravillosa”, como la definió su primer director, Miguelanxo Prado. También creó la Orquesta Sinfónica de Galicia y la joya de la corona, la red de museos científicos: la Casa de las Ciencias, el Aquarium Finisterrae y la Domus.
Todo, eso sí, desde una visión, digamos, nostálgica cuando no imperial. En 2001 anunciaba la exposición sobre la emperatriz Sissi -en la que ayuntamiento, Xunta y la desaparecida Caixa Galicia se gastaban 600.000 euros- como “la cita histórica más importante que se va a desarrollar este año en España como continuación de los centenarios de Carlos I y Felipe II”. Unos meses después, en el mismo espacio, el Kiosko Alfonso, le tomaba el relevo la muestra “Trans Sexual Exprés”. Su reclamo, la imagen de una mujer con las piernas desnudas acaparando dinero en la entrepierna, duró justo lo que tardó Vázquez en volver de viaje. A su regreso, el ayuntamiento la retiró por “presión ciudadana”, ya que era una zona donde jugaban los niños.
Su primer gran acercamiento público al PP tuvo lugar en plena catástrofe del Prestige. Con la sociedad gallega en pie de guerra, Vázquez ofreció su ayuntamiento al gobierno de Aznar para celebrar el Consejo de Ministros. En medio de una auténtica revuelta cívica -a la que también se había sumado su partido- la Plaza de María Pita amaneció blindada contra los manifestantes. Aun así, los vecinos de la zona noble de la ciudad dejaron clara su opinión colgando de las ventanas banderas de “Nunca Máis”. Allí se aprobó el Plan Galicia, el conjunto de inversiones que deberían paliar los efectos de la catástrofe y, como guinda, el puerto exterior de A Coruña: un añadido de última hora, exigencia del llamado “lobby del norte” -formado por políticos, empresarios y propietarios de medios de comunicación coruñeses- a cambio de dar refugio a aquel ejecutivo en crisis. Si la ciudad obtenía su premio, el anfitrión tampoco se iba con las manos vacías: Aznar le otorgó la Gran Cruz de Isabel la Católica en ese mismo Consejo de Ministros.
Entonces aún nadie miraba hacia Catalunya. Lo que hacía temblar España era el Plan Ibarretxe. Ese mismo 2003, Vázquez llegó a pedir que se suspendiese la autonomía vasca, aplicando el 155, y se disolviese su parlamento “por desacato”. Al presidente de la cámara, Juan Mari Atutxa, lo acusaba de estar al “frente” de “un golpe de estado institucional”.
En 2005, con la derrota del PP en las urnas y la constitución de un bipartito en Galicia, Vázquez entró en una fase de “incomodidad”. Así lo recuerda un periodista que llegó en aquellos años para trabajar en A Coruña. Sobre el papel, contar con un presidente autonómico socialista debería ser algo beneficioso, pero el regidor había perdido su “extraordinaria” relación con Fraga mientras sus compañeros pactaban con el BNG. Vázquez siempre se había comportado como un “exacerbado” antinacionalista. En su cabeza, todos los que lo criticaban eran “del Bloque” (el BNG), no importa si hablamos de la emisora local de la Cadena SER, un profesor de secundaria en su aula o una entidad cívica que denunciase el uso ilegal -como se demostró judicialmente- del topónimo de la ciudad. Vázquez nunca dejó de utilizar La Coruña, frente a la forma oficial, A Coruña. En su despedida de la alcaldía, la banda municipal le dedicó el “La, La, La” de Massiel.
Y a esto se sumó la aparición en los titulares de las primeras informaciones sobre sus negocios. La irrupción en el panorama mediático coruñés del diario La Opinión rompió el silencio que había acompañado sus actividades. Primero fue la compra de su casa en la zona de O Parrote, un edificio completo que se levanta frente al mar en el casco histórico de la ciudad. Se lo adquirió a la ONCE a 660 euros el metro cuadrado, diez veces por debajo del precio de mercado en la zona, donde también vive Amancio Ortega. La SGAE ya había echado el ojo a aquel inmueble, que cuenta con las clásicas galerías de A Mariña coruñesa y estaba considerado monumento nacional. Sin embargo, las presiones desde el consistorio hicieron que esta organización desistiese de sus intenciones de compra. Una vez en poder de Vázquez, el ayuntamiento que él mismo presidía recalificó el edificio y rebajó su nivel de protección, lo que le permitió reformarlo e incluso abrir un garaje en el bajo.
Paralelamente, empezaron a salir a la luz las relaciones empresariales de su familia con otro de los miembros destacados del famoso lobby, el presidente de la patronal gallega, Antonio Fontenla. El constructor constituyó una empresa instrumental, que recibió adjudicaciones de la Xunta de Fraga para explotar minicentrales hidroeléctricas, una empresa que acabó en manos de la mujer y los hijos del alcalde.
Cuando la presión sobre él desde varios frentes se hacía asfixiante, el Gobierno -muchos señalan directamente a José Blanco, hombre fuerte del PSOE y del ejecutivo de Zapatero- le encontró una puerta de salida. Siempre que lo sondeaban para otros cargos más allá del de regidor, Vázquez daba la misma respuesta: “Si no fuese alcalde de mi ciudad, me gustaría ser embajador en el Vaticano”. Hacia allí lo catapultó Moncloa en 2006 para frenar el ruido mediático. Y por aquello de la buena vecindad, no tardó en convencer a Amancio Ortega para que se encargase de reformar el edificio del siglo XVI que sirve de sede a la embajada...
A Vázquez lo sucedió con el bastón de mando su eterno número dos, Javier Losada. En la siguiente cita con las urnas, el PSOE no pudo retener la mayoría absoluta y tuvo que pactar gobierno con el BNG de la bestia negra del vazquismo: el nacionalista Henrique Tello. Eso supuso el alejamiento definitivo entre Vázquez y su delfín. Aunque hay quien considera que tan sólo le dio la excusa que buscaba. “Él quería seguir gobernando A Coruña en la sombra y Losada no se lo iba a permitir”, asegura un edil que formó parte de aquellas corporaciones.
La relación entre Vázquez y la cúpula del PSOE se rompe en 2009, cuando el ahora embajador fracasa en su intento de regresar a España como Defensor del Pueblo. “Me vetan por católico”, llega a escribirle al entonces presidente del Congreso, José Bono. “A partir de ahí, empieza a coquetear con todos con el único deseo de seguir estando en el candelero”, asegura una de las personas que trabajó a sus órdenes durante años. Por eso, “más allá de su deriva hacia la derecha religiosa”, asegura la misma fuente, este protagonismo recuperado se debe a su “egocentrismo”, “su necesidad de estar en la pomada con casi 80 años” sumado “al rencor hacia quienes considera que le han hecho daño político” al ignorarlo. Es decir, “le pasa lo mismo que a Felipe o a Guerra”, a quien otro exdirigente da ya por claramente “amortizados”. Al menos, para la izquierda.