Historias de cetáceos: aventuras, desventuras y otras curiosidades del Pez Grande

Coco Chanel contribuyó a reducir la caza y muerte de cachalotes allá por los años 20 del pasado siglo. Había encargado a su perfumista Ernest Beaux “la creación de un perfume único, que representase a la mujer del siglo XX, libre y con derecho a voto”. Chanel buscaba “un olor limpio como la brisa de invierno” y Beaux se las debía ingeniar para prescindir del ámbar gris, entonces uno de los fijadores de esencia más utilizado. La substancia es una secreción de la bilis de los cetáceos. El alquimista de Chanel consiguió sintetizar los aldehidos, un grupo de moléculas sintéticas, y a partir de ellos presentó diez pruebas a su empleadora. Esta eligió la número 5 y el resto es historia, sobre todo de la publicidad. Este es de uno de las docenas de saberes y anécdotas que trenza el escritor gallego Francisco X. Fernández Naval en Ser cetáceo, un hermoso compendio de conocimientos sobre el animal “visible e invisible al mismo tiempo” que surca los mares y sale a respirar a la superficie. El Pez Grande.

Justo cuando Ernest Beux inventaba el perfume más famoso, la Compañía Ballenera Española abría su factoría ballenera en la Costa da Morte, Galicia. Caneliñas, en Cee, también encontró ámbar gris en algunos de los ejemplares cazados en aquel tiempo. En funcionamiento hasta los años 80 -en 1986 la Comisión Ballenera Internacional decretó una moratoria en la caza comercial-, Fernández Naval narra sus vicisitudes en el capítulo que dedica a noruegos y gallegos, Un vasto mar. La caza moderna. Estados Unidos, por cierto, prohibió la comercialización del ámbar gris en 1978. Pero Ser cetáceo (en gallego, editorial Bululú, 2023; aún sin traducción a otras lenguas) no es ninguna tesis sobre la captura de estos mamíferos marinos, sino mucho más: el relato multiforme de una fascinación. “Yo creo que está a medio camino entre el ensayo y la narración”, explica su autor a elDiario.es, “pero hay relatos, poemas, diarios de viajes, entrevistas...”. Y un trabajo minucioso de documentación que arranca en la propia memoria de Fernández Naval (Ourense, 1956), premiado novelista y poeta en gallego.

“Ourense está alejado del mar. Alrededor de cien kilómetros. Pero yo crecí viendo cada día, en la misma calle”, escribe en la primera página, como intentando identificar el nacimiento de una obsesión, “un letrero enorme, con las letras pintadas en negro sobre una pared medianera, que anunciaba la pensión y casa de comidas La Ballena”. La columna vertebral del libro es cronológica, sí, pero sus innumerables ramificaciones impugnan este orden a cada poco. Episodios dedicados a los fósiles, al mercado de la incipiente burguesía, a la presencia de los cetáceos en la poesía gallega contemporánea o al imaginario de amables monstruos surrealistas del pintor Urbano Lugrís, atravesado siempre por la propia experiencia del escritor -a él pertenece la voz narrativa-, acaban por construir un retrato que es también autorretrato. De alguna manera, Ser cetáceo busca responder a la pregunta de Fernández Naval a sí mismo, por qué semejante fascinación. “Son unos animales fantásticos”, dice, “que aparecen y desaparecen, que ves y no ves, entre la luz y la sombra”. Liminares, aunque siempre presentes.

“Recuerdo perfectamente la primera vez que vi delfines o calderones, no sé exactamente, en una playa en Baiona (Pontevedra) con mi padrino”, comenta, “también recuerdo la colección de cromos La naturaleza y el hombre y su capítulo dedicado a peces y cetáceos. O dos libros de Emilio Salgari, publicados por la editorial Saturnino Calleja”. Los pescadores de ballenas e Invierno en el norte, ambos originales de 1894, encendieron la imaginación de aquel niño. El fuego ya nunca se apagaría. Los cetáceos, palabra derivada del latin cetus, monstruo marino, se le irían apareciendo una y otra vez. En Galicia, por todas partes, desde grabados en los dólmenes -una teoría arqueológica reciente- hasta en las fuentes ornamentales urbanas, en la decoración románica y en el propio océano. Sobre todo en los océanos. “Yo, como decía el otro, creo que Galicia no es el fin del mundo, sino el centro del mar. Por nuestras costas pasan todo tipo de cetáceos, por eso están tan presentes”. Existen, en la actualidad, 92 especies, 73 misticetos -cachalotes, toda la variedad de delfines, orcas o narvales-, y 19 misticetos -rorcuales, la ballena azul y otros tipos de ballena.

Hay, además, los zifios. “Son, de entre todos los cetáceos, los que tienen mayor capacidad de inmersión, tanto por el tiempo que aguantan sin respirar como por la profundidad que alcanzan”, escribe. “Resultan casi invisibles, aunque el museo de la Sociedade Galega de Historia Natural, en Ferrol, cuenta con una importante colección de fósiles, aportados por marineros de puertos como los de Cedeira, Muxía o Camelle”, añade. Todavía en marzo de este año, un zifio varó en la playa de Oza, en A Coruña. La autopsia reveló que en su organismo había unos 20 kilos de plástico. “Nuestro trato con los cetáceos ha mejorado. En la caza, por ejemplo, se ha avanzado mucho. Pero los plásticos y el ruido de los motores en el mar, que muchos expertos consideran la causa de su desconcierto y de parte de los varamientos, son riesgos todavía activos”, aduce. Ya solo Japón mantiene la caza comercial de ballenas, una vez que Islandia anunció en junio que se retiraba de forma temporal.

A Fernández Naval le llevó años recopilar la información de Ser cetáceo, cuyo subtítulo es un verso del poeta catalán Joan Margarit: O fascinante inverno do animal de fondo. “Con parones, eso sí”, dice. El más prolongado fue culpa de Philip Hoare, el ensayista inglés que en 2008 publicó Leviatán o la ballena (2010 en castellano en Ático de los Libros). “Su libro no solo me hechizó, también me paralizó”, cuenta en la introducción, “escribía sobre algunas de las cosas que yo pretendía contar con un estilo, una frescura y una sensibilidad que pensé perfectos”. Pero a Hoare le faltaba uno de los propósitos que se marcó Fernández Naval: “Relacionar Galicia con todas las culturas marítimas a través de las inmersiones de los cetáceos, de sus viajes alrededor de los océanos, de los mitos, de la persecución, de la caza y de la observación”. En 2018, tras viajar con su compañera a Nantucket -el puerto estadounidense de Moby Dick-, se decidió.

“Los cetáceos conmovieron al ser humano desde el origen. Sería asombro o terror, adoración o sueño, pero desde que los ojos de nuestros ascendientes se acercaron al mar y vieron entre las olas los grandes mamíferos, la imaginación se pobló de seres escalofriantes y misteriosos”, escribe en un paso del capítulo Fósil e mito. Fernández Naval, que en la Patagonia acarició una ballena franca de la cabeza a la cola, ya solo le queda un deseo que cumplir en relación a estos “animales fantásticos”, confiesa: nadar junto a ellos.