Alfonso Pato

21 de enero de 2022 22:28 h

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La vida de Santiago Rodríguez Salinas podría ser una historia más nacida de la Guerra Civil, pero en realidad es otra cosa. Santiago vivía con su madre Antonia en Madrid en1936 cuando se alistó al Frente del Ejército Popular. Las cosas no salieron como esperaba y, tras la caída de Barcelona, tuvo que cruzar la frontera francesa en un periplo que le arrastró por tres campos de concentración. Fue una experiencia tan amarga para él, que hasta más de cuatro décadas después, en 1985, poco antes de fallecer en Redondela (Pontevedra), no la plasmaría en unas memorias.

En el libro 'Illote P, Barraca 16' (editorial Galaxia), que acaba de publicarse de forma póstuma, Rodríguez Salinas relata las condiciones de vida deplorables de los exiliados en los improvisados campos de concentración franceses. Hacinados en barracones, carentes de ropa de abrigo y sin apenas alimentos ni agua potable, cada amanecer son testigos de escenas desoladoras. “Cada mañana retiraban varios cuerpos rígidos envueltos en sábanas. Eran los cadáveres de los más débiles, ancianos o enfermos ”, describe con amargura en una parte de sus escritos, donde relata como muchos de estos ancianos y enfermos “habían sido separados de sus familias al cruzar a Francia, abandonados a su suerte”. Algunos de ellos aparecen en los dibujos que Santiago realizaba en su encierro. Y entrelaza entre los recuerdos los dibujos que su autor fue haciendo desde su cautiverio.

Su historia y la de su familia abarca todo el siglo XX, pero es una historia casi desconocida, salvo para las personas más cercanas. “Mi padre mantenía en casa un silencio absoluto sobre esta cuestión”, explica a elDiario.es su hijo Eduardo Rodríguez 'Tatán', un actor que es una institución en el teatro en Galicia, sobre todo como fundador del histórico grupo de títeres 'Tanxarina'.

Nacido en Madrid en 1917, Santiago Rodríguez Salinas era hijo de una maestra republicana que lo tuvo de soltera y decidió darle sus mismos apellidos. Antonia, persona clave en el devenir de esta familia, decidió educar a Santiago en un ambiente de una clase media- alta de la época, estudiando en el Liceo Francés y en la Escuela de Artes y Oficios. Antonia convivía en Madrid con su compañero Alberto Marín Alcalde, intelectual de izquierdas y prestigioso crítico teatral de periódicos como 'La Vanguardia'. El golpe militar de julio de 1936 lo torció todo.

Integrado en el Frente del Ejército Popular en las batallas de Teruel y del Ebro, Santiago tiene que marcharse a Francia cuando Barcelona cae ante los fascistas. Allí comienza su nueva vida como refugiado en diversas playas francesas, convertidas en campos de concentración: “Fuimos pioneros de ese turismo actual trashumante de playa”, escribe con ironía en su libro. El número de refugiados que llega en esos días desborda a las autoridades francesas, desconcertadas ante la avalancha de personas. Preveían 4.000 exiliados, y se calcula que llegan cerca de 500.000.

En sus memorias, Rodríguez Salinas cuenta el paso por los Pirineos en febrero de 1939, en pleno invierno, y su llegada a los campos de concentración de Saint Cyprien, Le Barcarès y, finalmente, Argelès-Sur-Mer, por el que se calcula que pasaron 100.000 refugiados españoles. Con humor a pesar de la debacle, Santiago describe la situación de estar tras una alambrada, sintiéndose “como animales en un zoológico, delgados debido al riguroso régimen dietético”, ironiza en relación al hambre que pasaban. “Se repartía una bolla de pan para cada 25 personas”, relata.

Su encierro se desarrollaba a la par que el nubarrón político era cada vez más negro. Franco se asentaba en España, Francia declaraba la guerra a Alemania y posteriormente Hitler ocupa Francia. Cada día, el futuro se derrumbaba un poco más para todos los ex-combatientes.

“Éramos la masa del éxodo, sin depender de ningún partido ni sus asociados”, se queja amargamente en sus memorias Santiago Rodríguez Salinas. “Mi padre no confiaba mucho en los comunistas, pues a muchos de ellos los veía con dudosos sentimientos de adhesión a la República”, rememora su hijo Tatán, encargado con su hermana Carmen de custodiar la memoria familiar.

Muiñeiras y cante jondo en el campo de concentración

Rodríguez Salinas describe Argelès-sur-Mer como una gran ciudad donde “todo tiene sensación de provisionalidad”. Los refugiados esquivan las penurias disputando partidos de fútbol o con actuaciones musicales “donde se escuchan desde cante jondo a muiñeiras”, y en la que ofrecen sus servicios desde sastres, fotógrafos o barberos, “que utilizaban la navaja como si fuese una guadaña”.

Su conocimientos de lengua francesa le permitieron conseguir un trabajo como ayudante de correos, clasificando las cartas entre los exiliados y sus familias. En el correo recibe una carta de su madre Antonia, donde le cuenta que su compañero Alberto Marín Alcalde ha sido hecho prisionero en Madrid, condenado a muerte y enviado al presidio de San Simón, en el fondo de la Ría de Vigo. Antonia decide entonces trasladarse a vivir a Redondela, para estar cerca de Alberto Marín.

Las cartas de Antonia llegan a su hijo, pero otras no corren la misma suerte en el campo de concentración. “No encontrábamos al destinatario y no podíamos reenviarlas de vuelta a sus familias, porque podíamos ponerlos en peligro, por lo tanto las quemamos”, escribe Santiago. Una decisión dolorosa, marcada por el temor y la prudencia. Allí comprueba también los donativos generosos de ayuda solidaria a los exiliados, como los enviados por el ilustre violonchelista Pau Casals, reconocido militante antifranquista.

De vuelta a España

Después de 16 meses de exilio itinerante por Francia, en 1940 los exiliados son metidos en un tren y entregados de nuevo a las autoridades franquistas. De regreso, acaba en otro campo de concentración en Reus, dos campos de batallones disciplinarios y una mili forzosa en Canarias. En total, casi siete años de castigo que el autor va desgranando en su libro 'Illote P, Barraca 16'.

Hasta que Santiago Rodríguez Salinas llega a Redondela, para instalarse en esta localidad y estar al lado de su madre Antonia, la maestra republicana que vino para cuidar a su compañero Alberto, condenado a muerte y prisionero en San Simón. “Alberto Marín Alcalde era un intelectual de prestigio en la República y, como no tenía delitos de sangre, el Gobierno de Franco recibió un listado de firmas para liberarlo, incluso firmado por Antonio Machado”, explica el actor Eduardo Rodríguez, 'Tatán'.

A Marín finalmente le conmutan la pena de muerte, es liberado y retoma su núcleo familiar en Redondela con Antonia y Santiago. Pero poco después se produce un amargo desencuentro entre la pareja que hará que sus caminos se separen. “Probablemente Alberto no se adaptaba a la vida del pueblo y necesitaba estar con sus trabajos en Madrid”, resume Tatán.

Antonia se queda en Redondela, y vive de impartir clases particulares en su casa, “puesto que jamás aceptó convalidar su título de maestra de la República e integrarse en el sistema de enseñanza franquista ”, explica su nieto, con el que tuvo una relación muy cercana. Antonia imparte clases a muchos hijos de represaliados, con una metodología muy particular, “les recitaba a Lorca y arrancaba todas las hojas de los himnos franquistas y de la Falange que tenían las enciclopedias”, explica Tatán.

Era una presunta vida apacible en el pueblo, pero en la que en el fondo todos tienen heridas internas que todavía supuran, y que llevan con resignado silencio. Santiago convive con su condición de vencido humillado y Antonia con la amargura de su ruptura con Alberto Marín Alcalde. Hasta que que en 1959 recibe la noticia de su muerte, que le afecta profundamente. “La abuela siempre mantuvo un enorme amor por Alberto. Él para nosotros seguía siendo de la familia”, explica Tatán, que fue inscrito al nacer con los nombres de Eduardo Alberto, el segundo en homenaje a Marín Alcalde.

Santiago se asienta en Redondela, se casa y tiene tres hijos, uno ya fallecido. “Tuvo una fábrica de cepillos y varios oficios, era un buscavidas que hacía lo que podía para mantenernos”, rememora su hijo Tatán. Mientras, seguía en contacto con los exiliados de ARDE ( Acción Republicana Democrática Española) en México, quienes le habían enviado una bandera republicana que guardaba oculta, quizá con la esperanza de volver a sacarla algún día y lucirla con orgullo en el balcón. Algunos de ellos eran también ex-combatientes que pasaran por los campos de concentración.

Cuando se jubila, y tras décadas de silencio, Santiago siente que no le queda mucho tiempo y en 1981 comienza a teclear sin desmayo su vieja máquina Olivetti. Fallece poco después, en 1985, a la edad de 68 años, tras dejar concluido el libro que ahora ve la luz. Su familia usó la bandera republicana que durante décadas ocultó en un cajón para envolver el féretro en el que lo llevaron a hombros camino del cementerio.

Su madre Antonia todavía lo sobreviviría unos años más. Fue homenajeada por sus alumnas y alumnos, antes de fallecer en 1995 con 101 años en Redondela, el lugar en el mundo al que había llegado para cuidar a su compañero preso en la isla de San Simón, el represaliado Alberto Marín Alcalde.

Siempre, hasta que tuvo fuerzas y le dejaron, Antonia encendió cada noche una mariposa de luz flotando en aceite para recordar a quien fuera su pareja. Esa luz tenue con la que en los últimos años también recordaría a su hijo Santiago y que, seguramente, también representaba la nostalgia de lo que pudo haber sido y Franco y la Guerra Civil no dejaron que fuese.