La tesis es que Galicia traiciona los estereotipos, en especial los que la representan como rural y fundamentalmente agraria. El profesor de filosofía y ensayista Antón Baamonde y el empresario Daniel Hermosilla firman un libro de conversaciones con el título Galicia, distrito industrial (Editorial Galaxia, 2024) en el que presentan una cartografía de empresas, casi todas ellas con rasgos de innovación y alta tecnología, con la que esperan dejar demostradas sus observaciones: Galicia es industrial, el desarrollo de las últimas décadas le ha dado un puesto aventajado en la creciente automatización y la creación de productos sofisticados y, si esta idea no está instalada en el imaginario común, es porque no se le presta atención. Hermosilla asegura en el texto que en las iniciativas gallegas hay un alto valor tecnológico pero que esto “no se conoce”.
El tono es optimista y proyectado hacia el futuro, así que los dos autores dejan claro rápido, en conversación con este periódico, que no quieren decir que no haya problemas en un país en el que, según la Encuesta de condiciones de vida más reciente del Instituto Nacional de Estadística (INE), uno de cada cuatro gallegos está en riesgo de pobreza, en el que el PIB per cápita continúa por debajo de la media europea y española y en el que el índice de producción industrial registra altibajos. “No es el país de las maravillas”, dice Hermosilla, director ejecutivo de Rodiñas, una empresa dedicada a los prefabricados de hormigón.
Su propuesta es que los esfuerzos se encaminen hacia el distrito industrial, un concepto que Hermosilla explica como “una serie de empresas con unos vínculos muy claros con el territorio, en actividades parecidas, muy enfocadas hacia la innovación y el desarrollo tecnológico y que mantienen entre ellas vínculos, pero no de dependencia absoluta”. En el libro usa un símil: “Como un banco de peces que toma forma de ballena”. Con esas circunstancias, “se crea una atmósfera de confianza, de creer en una innovación abierta y colaborativa”, añade y pone como ejemplos el Piamonte italiano y Baviera, en el sur de Alemania. Ahí, expone, con un tejido integrado por pequeñas y medianas empresas, se pueden abordar también mercados mundiales y con altas exigencias tecnológicas. Considera que las condiciones para algo similar se dan en Galicia.
Baamonde, colaborador de este periódico, se extiende sobre el concepto y sus posibilidades. En Vigo, alrededor de la antigua Citroën -ahora Stellantis-, y en A Coruña, en torno a Inditex, se fueron desarrollando empresas auxiliares especializadas y que cuentan con tecnologías avanzadas. Algunas de ellas, dice, se han “emancipado de la relación vertical con la empresa tractora” y han abierto nuevas vías de actividad. En Vigo algunas se han introducido en la aeronáutica y en A Coruña se han internacionalizado trabajando para otros mercados.
La idea es que, en esos contextos, se generen también relaciones horizontales: es decir, que empresas que se pueden considerar de sectores contiguos, como las que hacían las estructuras de madera, el acero y los plásticos para Inditex, entablen una conversación y desarrollen productos conjuntos directos para el mercado. Cuando eso se da -y en el caso del entorno de Inditex se ha dado-, recalca el ensayista, “hay menos peligro si la empresa tractora decae o hay un giro. Sigue habiendo tejido industrial”. Cuando se desarrolla un distrito industrial, apunta Hermosilla, las empresas “aguantan mucho más en el territorio; es una coraza para evitar deslocalizaciones”.
Hermosilla pone el foco en la innovación, que insiste en que se puede dar “en todos los sectores, por maduros que sean”, como ocurrió con el mencionado ejemplo textil. Con la colaboración y la salida a otros mercados, dice, “se produce un cambio de mentalidad que no tiene vuelta atrás y va a traer consecuencias muy buenas”. En el caso de las auxiliares de la automoción del entorno de Vigo, expone que esas tecnologías de automatización y robotización desarrolladas están disponibles para otros sectores, como la conserva o la transformación de madera. “Es transmisión de conocimiento de un sector a otro. Va a permitir una aceleración en la transformación de muchos sectores que, de otra manera, sería imposible. Tenemos una ventaja comparativa con otras regiones”, sostiene.
La política industrial ausente
El empresario cree que el cambio tiene que partir fundamentalmente del tejido empresarial y de una “interconexión con los centros tecnológicos, las universidades y la administración”. Sobre el papel de los gobiernos las posturas de Hermosilla y Baamonde difieren: el primero considera que debe centrarse en “generar el ambiente de confianza, estar de soporte y engrasar la circulación de relaciones”.
Baamonde hace un análisis histórico: “En España, en democracia, hubo un cierto consenso, también por las especializaciones económicas dentro de la Unión Europea, de que tenía que ser un país de servicios y no industrial. Y en Galicia y en España lo que hubo durante mucho tiempo fue una ausencia de política industria. Ahora hay un retorno a la política industrial”. Lo contextualiza en lo que llama “una guerra fría de nuevo tipo” en la que China ha emergido como gran potencia y como principal productor de bienes. “Lo que antes Europa y Occidente externalizaban, ahora no se puede externalizar”, dice.
Las piezas más sofisticadas de la Sagrada Familia son de Lugo
El libro menciona decenas de empresas para apuntalar el argumento de que, según Baamonde, “Galicia no es esto que alguna gente cree que es: hay más capital, más tecnología, más formación, la economía está internacionalizada”. El repaso de Hermosilla incluye desde una compañía de O Porriño (Pontevedra) que hace suelos industriales de alta precisión -absolutamente planos y sin fisuras, adecuados para el trabajo con robots- que tiene a Amazon como cliente, hasta una que exporta desde Trabada (Lugo) vigas laminadas de eucalipto al país de origen del árbol, Australia.
Pone más ejemplos de otros sectores: “Las piezas más sofisticadas de la Sagrada Familia se están haciendo en el polígono industrial de Lugo con maquinaria robotizada y unos artesanos fabulosos. Y apenas es conocido. Hay muchos casos de éxito. En Galicia están algunas de las principales industrias carroceras de España, que nutren de autobuses a ciudades de media Europa. En la leche siempre se dice que tenemos muy poca capacidad de transformación, pero en los últimos años se instalaron torres lácteas en Melide, Teixeiro, Monforte. Y en Outeiro de Rei hay una empresa que produce queso crema que es la única en el mundo que lo hace así y exporta a una treintena de países”.
Los problemas de la industria gallega, insiste, son conocidos, pero “habrá que mirar el otro lado de la moneda”. “En esto, la autoestima y creer en la propia capacidad es fundamental. El pesimismo resta en términos comerciales y monetarios”, argumenta. Y Baamonde zanja: “Lo que estamos modestamente indicando es que hay más de lo que parece y que tiene proyección de futuro. Galicia es un país capitalista, de Europa Occidental, con una economía muy abierta”.