Cuando, a principios de agosto de 2016, Luís Villares anunció su disposición a ser candidato de En Marea a las elecciones gallegas que Alberto Núñez Feijóo había adelantado una semana antes, su nombre llevaba meses circulando por los corrillos políticos de Galicia. Hacía meses que representantes de mareas municipales y de algunas de las fuerzas políticas implicadas en la confluencia habían pensado en Villares como posible figura de consenso para encabezar un espacio político que había salido con grandes expectativas de las municipales de 2015 y de los comicios generales de aquel mismo año.
Apenas tres años y medio después, este miércoles, Villares anunciaba su retirada de la vida política. Por el camino, una legislatura turbulenta para el que se ha querido llamar espacio de “unidad popular” pero que, paradójicamente, ha finalizado el cuatrienio electoralmente debilitado y organicamente, otra vez, en reconstrucción.
A Villares lo acompañaba su fama de juez riguroso, pero también comprometido en materia social y de marcado perfil galeguista. Como coordinador en Galicia de Jueces para la Democracia se había pronunciado abiertamente en materias como la defensa de la lengua gallega o contra los recortes sociales de los años de la crisis. Tanto en el campo académico como de los movimientos sociales, había adquirido una notable consideración por su conocimiento de la administración gallega o de la ordenación territorial.
Con estas credenciales, Villares dio el paso. Llevaba meses estudiando cifras y datos sobre el funcionamiento de la Xunta o el estado general de Galicia. “La razón de hacerlo es mi compromiso social”, explicaba en un contexto en el que, a apenas mes y medio de las elecciones, todavía era una incógnita cómo concurriría exactamente En Marea, que se acababa de constituir en partido “instrumental” en su asamblea de Vigo, quién estaría bajo su paraguas y si finalmente Podemos se uniría o no al proyecto, lo cual sucedió con la intervención directa de Pablo Iglesias a escasos minutos de que cerrara el plazo legal.
El partido existía como fórmula jurídica y paraguas de la confluencia, pero su estructura real era mínima, casi inexistente y absolutamente dependiente de lo que quisieran o no aportar a él cada una de las partes. Así, sin partido como tal y con escasos medios, Villares se lanzó a una campaña con escasa planificación en la que el único debate televisivo no supuso el revulsivo al que la formación aspiraba -más bien todo lo contrario- y en la que los concebidos como actos más masivos, con Villares compartiendo escenario con los alcaldes de las mareas, Pablo Iglesias o Xosé Manuel Beiras, quedaron mediaticamente opacados por el enfrentamiento abierto entre el líder de Podemos e Íñigo Errejón.
En aquellas elecciones la En Marea encabezada por Luís Villares logró 14 escaños y la condición de primera fuerza de la oposición. Una representación tan meritoria para el contexto de la campaña como escasa para un espacio político que apenas un año antes albergaba el convencimiento de poder encabezar una alternativa de izquierdas que desalojara de la Xunta al PP de Alberto Núñez Feijóo.
Con este telón de fondo, Villares se marcó desde el inicio de la legislatura el reto de impulsar el “despliegue territorial” de En Marea como “proyecto nacional” gallego. La articulación interna osciló, desde apenas dos meses después de las elecciones gallegas, entre las tensiones soterradas desde la propia campaña y el enfrentamiento abierto. Entre las diferencias ideológicas y organizativas hasta los desencuentros personales de difícil recondución. Mientras, los dirigentes que habían apostado abiertamente por Villares como candidato se alejaban notoria y definitivamente de él, que su vez exploraba otras vías y dirigentes para intentar reconducir y reconstituír el espacio, en el que a pesar de ganar las elecciones internas seguía, en gran medida, sin partido.
Tras todo esto llegó el nuevo ciclo electoral . Una vez pasadas las elecciones generales de abril y las municipales y europeas, donde la formación encabezada por Villares obtuvo unos pobres resultados, En Marea se rompía definitivamente en el único lugar donde permanecía unida, el Parlamento de Galicia. “No nos resignamos a dejarnos devorar por Podemos”, había afirmado entonces.
En el epílogo de la legislatura, Villares mostraba aún su esperanza en la enésima reconstrucción de En Marea. No obstante, no ocultaba su cansancio político y desgaste personal tras una batalla interna en la que según sus contrincantes, escogió mal las alianzas y a juicio de su partidarios, fue abandonado por quienes lo animaron a dar el salto. “Me sentí como un bicho raro”, confesaba este miércoles en la rueda de prensa de su despedida. “Vine con la ilusión de ayudar a construir una alternativa para que la gente viviera mejor”, aseguró visiblemente emocionado.
Villares se va de la política partidaria e institucional y regresa a la judicatura. En su adiós se mezclaron las palabras de agradecimiento con los reproches y en su entorno más próximo, el pesar y el alivio. Hay quien cree que el partido que encabezó hace tres años y medio, en realidad, nunca ha existido.