Un nieto declaró este pasado miércoles en un juzgado siguiendo el encargo que había hecho su abuelo hace 80 años. En un breve testamento, escrito desde la cárcel detrás de la foto de sus tres hijos, Justo Moure había reivindicado su inocencia y había pedido “que se le hiciera justicia”. Ochenta años después, Xavier Pérez puso voz a la represión sufrida por su abuelo, teniente de alcalde de A Cañiza asesinado en 1936 por el fascismo. Fue en los juzgados de la localidad catalana de Cornellà y en cumplimiento del exhorto de la jueza Servini de Cubría, que instruye la causa por crímenes de genocidio y lesa humanidad cometidos por el franquismo. Un testimonio más dentro de la querella argentina impulsada por otro gallego, Darío Rivas, hace ya más de seis años.
La causa ha ido creciendo y acumulando millares de casos de torturados, desaparecidos y asesinados durante la dictadura o la represión posterior y anterior, muchos desde Galicia. La jueza dictó también una orden de detención, con solicitud de extradición, de veinte dirigentes franquistas que no fue respondida por el Gobierno central. Y, entre tanto, continúa recogiendo testimonios en la propia Argentina y en docenas de juzgados del Estado. En Cornellà, el pasado miércoles, la historia de Justo Moure se convirtió en una de las primeras de una víctima gallega que llega a los juzgados. Xavier Pérez, catalán hijo de gallegos, trasladó ante el juez aquella historia “que siempre estuvo en la familia” a través de una demanda impulsada por la Xarxa Catalana i Balear de Suport a la Querella Argentina, de la que forma parte.
Junto a otros tres declarantes -Flor Calzada, hija de Antonio Calzada, y David Lora, nieto de José Barajas- contestó a las preguntas que el juez realiza atendiendo a las demandas de la magistrada Servini y cuyas respuestas grabadas serán enviadas a Buenos Aires. Son cuestiones “más bien genéricas” pero en las que se aportan “todos los detalles” de aquellos episodios de represión que se añaden a la numerosa documentación sobre el caso.
“En Vigo, a dieciséis horas del día treinta y uno de octubre de mil novecientos treinta y seis [...]. Fueron pasados por las armas en virtud de sentencia citada [...] los reos Jesús Eugenio Pérez Pérez, Justo Moure Giráldez, Tirso Gómez Freijido y Antonio Mojón Vázquez [...], quedando muertos a la primera descarga que se hizo”. Así cuenta el acta de ejecución el asesinato del abuelo de Xavier junto a otros tres vecinos de A Cañiza, de donde sus padres emigraron a Catalunya en los 60.
“Es una de las muchas historias que pasaron en Galicia, donde no hubo guerra sino una brutal represión. Mi madre siempre me la contaba aunque sus recuerdos tenían distorsiones; en el momento en el que accedimos a la documentación, a la causa y a más datos, tuvimos claro que había que hacer algo”, cuenta ahora Xavier, que pudo también leer, en aquella vieja y desgastada fotografía, la súplica de su abuelo. Se la habían hecho llegar, muy posiblemente de manera clandestina, a la cárcel de Vigo donde pasaba los últimos días de su vida. “Era una foto de los hijos, de mi madre y de mis tíos; por detrás de ella, saca tiempo y ánimos para escribir que lo van a matar, que es inocente y para pedir que le hagan justicia”, explica sobre lo que califica como “una especie de testamento sentimental”.
Cruz do Castro
Pocos días después de aquellas últimas letras, Justo y sus compañeros fueron fusilados muy cerca de donde ahora se levanta la Cruz do Castro de Vigo, monumento fascista que se mantiene en pie después de que el Tribunal Superior de Galicia revocase la sentencia del juzgado de Vigo que ordenaba su retirada tras el recurso de la administración local. “Que todavía hoy esté allí ese símbolo y que el propio gobierno municipal socialista lo apoye es lamentable”, aprovecha para reivindicar Xavier Pérez, que recuerda que “faltan también por dignificar los lugares de memoria” y que en aquel lugar “se asesinaron docenas de personas apoyándose en consejos de guerra disfrazados de legítimos”.
Fue el caso de su abuelo, acusado de “rebelión” después de que los fascistas entraran en la Cañiza. “Al poco de llegar las noticias del golpe de Estado, reciben instrucciones del gobernador civil de formar un comité de defensa y de irse a Pontevedra, pero no pasan de Ponteareas ante el avance de los militares. Vuelve a la villa y regresa al trabajo”, cuenta Xavier. Enseguida, los sublevados toman la localidad. “Ni hubo enfrentamiento, sólo represión por parte del bando franquista”, añade. Su abuelo se escondió pero en septiembre es encarcelado en Vigo junto a 23 personas más. Cinco de ellas son condenadas a muerte pero a una le es conmutada la pena por reclusión perpetua. Era María Purificación Gómez, la única regidora en la Galicia de la época. Justo Moure, simpatizante socialista como el resto y teniente de alcalde, es acusado de dirigir dicho comité y de ser uno de los líderes destacados de la supuesta “rebelión”. “Nada de eso está acreditado”, dice el nieto. Ni que lo estuviese. Todos son fusilados. Tenía 28 años.
“Somos los nietos los que ni entendemos ni aceptamos que pueda haber un documento oficial que acuse a mi abuelo de rebelión cuando los rebelados y los que hicieron el golpe del Estado fueron otros”, asegura Xavier Pérez, que explica que él no es ni debe ser “algo aislado”. “Son esas terceras generaciones las que más interés pueden tener por reivindicar y respetar la memoria histórica”, añade quien aclara que “toda la familia” está de acuerdo con seguir adelante con la querella y cumplir el encargo de su abuelo. Su hermana estuvo este miércoles en los juzgados de Cornellà para apoyarlo. “Podía tocarle a otro pero me tocó a mí”.
“Estoy contento, el juez estuvo muy colaborador y ha reparado en todos los detalles”, dice al salir del juzgado donde volvió a relatar la historia que tantas veces le habían contado en la familia. Lo hizo, curiosamente, el mismo día en el que se cumplen 55 años exactos de la inauguración por parte del dictador Franco de la cruz que homenajea al fascismo en el monte donde mataron a su abuelo. En esta ocasión, habló para que el relato de aquel crimen se incluya en una causa que está todavía en fase de instrucción y que sigue recogiendo testimonios pero también más denuncias. “Contiúan añadiéndose casos a la querella y no sabemos cuándo se abrirá juicio oral ni cuándo habrá sentencia”. Ochenta años después, un poco más de espera no parece demasiado.